Te llamas Balbina, cumpliste 30 años y de no ser por la silenciosa presencia del pequeño Mateo frente a la pantalla, se puede concluir que estás sola en el mundo.
Hace un momento, hurgando en tu viejo celular, tropezaste con la foto de la última Navidad y sólo entonces reparaste en lo afilado de la guadaña que en menos de un año segó de tajo a todas las personas que formaban parte de esa difusa ambigüedad a la que podríamos llamar (o haber llamado) tu vida. Aquello fue como un ciclón barredor, un hoyo negrísimo en forma de aspiradora que fue chupando todo a su paso. En la imagen junto al arbolito - que hace un año todavía era verde- había ocho personas. Hoy sólo quedan tú, Mateo y el árbol seco, con las esferas y la corona colocadas sobre ramas ralas y quebradizas.
Por pura ley de probabilidad el primero en caer debía ser tu padre. Ríos de pendencieros tanguarnices y trincheras de grasa en las arterias invocaban cada noche el arribo de la muerte y ésta no se hizo del rogar. Lo pepenó a medio camino entre un incierto potaje que por nombrarlo de alguna forma se hacía llamar mezcal y el botín extraído a la cabeza de un marrano comprada entera el Día de los Inocentes.
Tuesday, January 01, 2019
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