Ya no soy el lector que fui. El cuervo de la dispersión me ha envuelto en sus alas. Ignoro si deba atribuir esto a la larguísima fila de ejemplares no leídos que aguarda sobre la mesa; a mi compulsiva adquisición de nuevas lecturas (compro y me regalan libros por igual); a los mil y un distractores que brotan del Aleph-pantalla o si esta bibliófila promiscuidad tiene que ver con la edad, pero lo cierto es que ya no soy un corredor de fondo y largo aliento. Pese a que en mi adolescencia y primera juventud fui encarnación de caos y anarquía, como lector fui mucho más disciplinado y constante de lo que soy ahora. Hubo un tiempo en que mi lectura de la temporada era todopoderosa. La novela elegida - o la que por puro y vil azar caía en mis manos- se transformaba en compañera omnipresente y nadie le disputaba su lugar. Eran los tiempos de Milan Kundera, de Carlos Fuentes, de García Márquez, de José Agustín y de Carlos Castaneda. Leía en orden, de la primera página a la última y solo entonces comenzaba con una nueva lectura. En aquel entonces no era dueño de tantísimos libros como ahora, pero aun así no me faltaban alternativas. Trabajaba como empleado en una librería y hacía servicio de becario en una biblioteca, por lo que podía darle vuelo a la hilacha sin límite alguno. No le hacía ascos a las novelas rechonchas ni me espantaba lo complicado. Me chuté alegremente el paquete básico de Rayuela, Cien años de soledad y La región más transparente, pero también Doktor Faustus de Thomas Mann, Ana Karenina de Tolstoi. Hoy simplemente no cuesta horrores serle fiel a una sola lectura. A medias leo cuatro o cinco a libros a la vez, sin que ninguno alcance a sacudirme.
Monday, September 24, 2018
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