De pesos y centavos
Alguien, con un sentido muy utilitario de la vida y una ética típicamente protestante, le dijo a Paul Auster que uno sólo se puede llamar así mismo escritor en el momento en que gana algún dinero por lo que escribe. Antes de ello sólo se es un aspirante o un soñador.
¿Cuántos de los potenciales poetas o narradores que empeñan su fe en un taller literario logra exprimirle un centavo a la escritura? ¿Cuántos logran cobrar cien pesos a cambio de un texto literario? ¿Cuántos pueden vender el libro que se auto editaron y recuperarle algo al dinero gastado en la imprenta? No es sencillo. Durante muchos años yo gané un magro sueldo de reportero pero ni por la cabeza me pasaba que algún desvarío literario pudiera generar un peso.
Si aplicara a mi vida el criterio rajatabla del consejero de Auster, entonces yo me convertí en escritor el 23 de septiembre de 2010. Presenté mi libro Mitos del Bicentenario y esa misma noche vendí casi cien ejemplares y me embolsé más de 11 mil pesos en pura vil morralla. Menos de tres meses después, el 8 de diciembre, recibí una llamada para decirme que acababa de ganar el Premio Estatal de Literatura Baja California. Un modestísimo certamen con una retribución de 25 mil pesos que en aquel entonces me supieron a gloria.
Cuando en octubre de 2014 gané los 200 mil pesos del Premio Bellas Artes Malcolm Lowry sentí que aquello era una anomalía del universo. ¿Cómo se podía generar tanto dinero por un manuscrito incapaz de interesar a nadie?
Cuando los 300 mil pesos del Premio Bellas Artes José Revueltas se transformaron en una camioneta Honda CRV, sentí por vez primera algo parecido a la abundancia.