Ando un poco peleado con el largo aliento en este año.
Y de la misma forma que antes escribía obsesivamente sobre la vida, delirios e ilusiones rotas de los reporteros, creo que ya tengo vivencias como para escribir desde este lado literario. Un Vientos de Santa Ana, pero de escritores, no de periodistas.
Siempre dije que nunca escribiría un libro sobre escritores, pero a veces creo que es inevitable. De hecho traigo aún una idea muy embrionaria.
Mis verdaderas obsesiones a menudo tienden más a lo ensayístico, aunque a veces una situación o un entorno me disparan la idea de una historia. En cualquier caso, creo que me costaría horrores apostar por una historia sin lugar ni cronología. Debe ser el vicio reporteril tan encarnado en mi psique, pero me aferro a construir narrativas siempre con lugar y fecha determinada.
Me está costando de cualquier manera. No soy un tren corriendo con marcha firme como en el 2015 en que trabajaba a mil con engranaje preciso de relojero. Desde el Gabo llevo viviendo un año de montaña rusa, de subidas y bajadas emocionales, de situaciones inéditas, de autocuestionamientos muy duros. Tengo que poner el tren sobre la vía y volver a pensar y trabajar como obrero.
Tengo nuevas ideas, algunas inspiradas en el reciente viaje a Portugal. Entornos y situaciones un tanto más universales, ya no tan regionalista, pero me cuesta bajarlo a la pantalla. Funcionan bien incubándose en mi cabeza, pero a la hora de traducirlos al primer párrafo la emoción se empantana.
Algunas pasiones y aficiones han ido quedando atrás. Antes, por ejemplo, compraba muchísimos discos, pero desde 2010 dejé de comprar. Iba a muchísimos conciertos, pero eso ha ido menguando. Lo que de plano sigue siendo igual de intenso es la pepena de libros. No hay semana en que no ingrese por lo menos un nuevo ejemplar a la biblioteca. Es, en todo el sentido de la palabra, una adicción fuera de control. Lo peor es que me he vuelto un lector disperso e indisciplinado. De morrito agarraba clavos pasionales con determinado autor y no paraba hasta agotarlo. Hoy leo cinco o seis libros a la vez, pero de manera aleatoria y dispersa, en terrible desorden.
También compro libros que ya tengo solo por el gusto de disfrutarlos en una bella edición, cosa que antes nunca hacía.
Algo que también me está sucediendo, es que cada vez leo más poesía. Ando un poco peleado con el largo aliento en este año.