Eterno Retorno

Monday, September 24, 2018

A veces creo que vengo de otro tiempo muy lejano o de un mundo raro, en donde podías ir de visitante a un estadio rival luciendo tu camiseta de los Tigres sin que ello implicara ser acuchillado o atropellado. Muchas veces fui a clásicos en la cancha del Tecnológico llevando indumentaria Tigre, en la época en que camisetas y banderas se mezclaban en todas las zonas del estadio. Claro, podían echarte bulla, gritarte, tirarte cerveza con meados pero de ahí a intentar matarte me parece que hay un gran trecho. He acudido a partidos de los Tigres en muy diversas plazas del futbol mexicano. Muchas veces al Azteca, al Olímpico Universitario, al Azulgrana, a la Bombonera, al Corona, al Jalisco y todas las veces que ha visitado el Caliente en Tijuana. Estoy acostumbrado a la carrilla pesada -el que se lleva a se aguanta- pero todavía no me ha tocado un intento de asesinato. He ido a partidos de liga en Argentina, España, Francia, Italia, República Checa, Colombia y Estados Unidos y hasta ahora lo más violento que he vivido fue en Avellaneda en un Independiente vs Racing en 2006 que fue suspendido en medio de macanazos y gases lacrimógenos de la policía. El futbol es absurdo, ya lo sé, pero es - junto con la literatura y el rock- uno de mis absurdos favoritos. Puedo emocionarme, enfurecerme o desbarrancarme en la tristeza durante los partidos de los Tigres, pero ni aún en los momentos de pasión extrema pierdo de vista que se trata de un pasatiempo. Sí, detesto a los rayados de Monterrey y siempre he celebrado las derrotas de ese pestilente equipo, pero les juro que nunca me ha pasado por la cabeza acuchillar a un desconocido o aventarle el carro solamente por llevar puesta una camiseta rayada. ¿En qué momento cruzas el umbral en el que pierdes de vista algo tan elemental? ¿Qué chip mental se ha podrido para que puedas ejercer tanta crueldad sobre un ser humano del que no sabes absolutamente nada? Siempre me ha interesado indagar en torno a ese nivel de odio ciego que puede llevar a matar por matar. Un día publiqué una novelita sobre un hooligan serbio llamado Predrag que era feliz repartiendo chingazos afuera del estadio en Belgrado hasta que un mal día un comando paramilitar lo recluta y de la noche a la mañana se transforma en un sanguinario criminal de guerra. Algunos grupos de exterminio en la guerra balcánica fueron formados por aficionados radicales del Estrella Roja. Pues bien, si aquí hubiera una guerra (y en los hechos la hay) y alguien pusiera armas automáticas en las manos de los integrantes de la barra rayada, no dudo que esos tipejos masacrarían inocentes a placer. El umbral ya lo han cruzado. Tienen la sangre cochina y la mala entraña ¿Qué carajos se pudrió en Monterrey?