Eterno Retorno

Friday, August 03, 2018

Cuando la muerte violenta empieza a formar parte de nuestra vida cotidiana irremediablemente es despojada de su halo de hecho extraordinario, aterrador e indignante y se convierte en un patético ritual de lo habitual, una vil monserga. Las camionetas del Semefo en Tijuana no son ya muy distintas a los carretones en la era de la Peste Negra, donde un infortunado carretonero enmascarado recogía a los muertos del día para ir a arrojarlos a una fosa común siempre abierta. En los tiempos más cruentos de la Revolución Mexicana eran comunes las escenas donde grupos de niños se arrimaban a los cadáveres de los caídos en combate para despojarlos de sus pertenencias. La visión del muerto ni siquiera les generaba alguna inquietud pues formaba parte de su vida diaria. En nuestra ciudad, por desgracia, ya empezamos a acostumbrarnos. En Tijuana la muerte ha dejado de sorprender y ha perdido su condición de hecho noticioso. Cuando yo empecé a reportear aquí en 1999, Tijuana ya era considerada una ciudad violenta y sin embargo, nuestro promedio estaba debajo de un homicidio por día. Si la memoria no falla, en 2004 se alcanzó la cifra de 435 homicidios y fue un escándalo, pues se había cruzado la barrera del muerto por día. Hasta hace no mucho, teníamos en todo un año la cantidad de muertos que hoy tenemos en un mes. Tan solo en el ardiente julio tuvimos 245 asesinatos, es decir ocho por día. Una novela policiaca en esas condiciones raya en comedia de humor negro. Retratar la sobrecarga de trabajo de un hipotético detective clásico que debe resolver ocho homicidios cada día, una morgue donde ya no caben los cadáveres y un alcalde respondiendo que ocho muertos por día “no es tema”. Eso es humor macabro. La historia de los muertos sin historia, de los muertos-cifra, de los asesinatos que parecen brotar por generación espontánea. Si este promedio se mantiene (y la macabra tendencia apunta al incremento) mañana serán asesinadas ocho personas en esta ciudad. Personas que en este momento respiran, hablan, piensan, beben, cogen, roncan, sueñan y mañana ya no lo harán. Personas detrás de las cuales hay una historia, un camino de vida que los llevó hasta esa trágica encrucijada. Si la ciudad ha sido por definición mi territorio narrativo, tengo sólidas razones para poner en duda si por ventura sería posible utilizar a la Tijuana actual como escenario de una narración y no pintarse de negro. No es fácil eludirlo cuando el Noir es nuestro costumbrismo. El detalle es que la novela negra en la Tijuana actual se emparenta con las postales de lo cotidiano, un ritual de happening puro. El crimen siempre está ahí, a la vuelta de la esquina. Muchas veces en tu vida te cruzas en la calle con el hombre que será ejecutado esta noche o acaso con su ejecutor y caminas por el puente del que hace unas horas colgaba un hombre. Nuestras calles están pobladas por fantasmas. Están en todas partes y acaso alguna vez les de por hablarte al oído.