El pueblo bueno
Miguel Hidalgo también creía en la predestinación gloriosa del “pueblo bueno” y en su incorruptible naturaleza. El “pueblo” siempre noble, puro e idílico; el “pueblo” como una suerte de ente místico dueño de una sabiduría ancestral. Hidalgo tuvo la habilidad para hablarle al corazón de ese “pueblo”, mirarlo profundo y poner el dedo en la llaga de traumas y resentimientos heredados por generaciones. En sus manos llevaba un estandarte de la virgen morena y en su voz la encendida arenga a luchar contra los gachupines, los explotadores, los riquillos, los blancos, los históricamente malvados. La mafia del poder virreinal. Hidalgo y su virgen morena lo tuvieron claro. El mundo se dividía en dos: Ellos y nosotros. Nosotros los buenos, ellos los malos. No hay matices ni medias tintas. Hidalgo y su virgen morena llamaron al pueblo bueno a luchar y ese inocente pueblo, ni tardo ni perezoso, se armó de palas, picos, hoces y machetes, y henchido de nobles sentimientos, salió a castigar a los malos. El Bajío se cubrió de sangre y Guanajuato fue entregado al más cruel pillaje. El pueblo bueno se cobró las afrentas y a puro machetazo la emprendió contra los señoritingos. Saqueó sus cofres, violó a sus damitas y bebió el vino de sus cavas. Allende exigió a Hidalgo poner un alto a la despiadada carnicería, pero el cura de Dolores creía en sagrada misión del pueblo y su venganza formaba parte de ello. Aunque era un tipo muy culto y sagaz, estoy seguro que en algún momento, al verse aclamado por las masas y ver cómo los gachupines le temían, Hidalgo se creyó dueño de una inspiración divina y pensó que más allá de toda lógica, había una suerte de sagrada iluminación que lo hacía inmune a la derrota, pues el pueblo bueno no podía equivocarse. Pero las crudas leyes de la historia, encarnadas en Félix María Calleja, despertaron a Hidalgo de su idilio. El pueblo bueno pronto acabó disuelto, disgregado y de las masas que le seguían en el Bajío en septiembre, apenas le quedó a Hidalgo una gavilla que lo acompañaba cuando fue aprehendido en Monclova. Al final el movimiento de Hidalgo sirvió de poco. No consiguió la Independencia (concepto que por otra parte nunca tuvo claro ni definido) y sí en cambio retrasó lo que ya algunos criollos ricos habían puesto en marcha en 1808 con el virrey Iturrigaray. Al final, la independencia fue conseguida en 1821 sin disparar un tiro, en acuerdos cupulares orquestados por las élites virreinales, con el liderazgo de un señoritingo rico y criollo llamado Agustín de Iturbide, arribista y convenenciero si ustedes quieren, pero que en los hechos logró mucho más que Hidalgo y su pueblo bueno. Hidalgo fue inmortalizado como Padre de la Patria, pero en los hechos Iturbide y sus criollos consiguieron más. La inspiración del “pueblo bueno” suele ser fugaz, volátil, efímero como un amorío de borrachera. Las leyes de la historia, dicen que al final las élites siempre se imponen a las masas.