Eterno Retorno

Monday, July 30, 2018

El llamado de Nerval

En algún recoveco de mis libreros yace una baratísima y añeja edición de Aurelia de Gerardo de Nerval. Está escrito así, Gerardo y no Gerard, de la misma forma que en otros títulos de la época se lee Carlos Baudelaire o Arturo Rimbaud. Debo haberla pepenado en alguna feria de libros viejos y no creo que me haya costado más de 20 pesos. Algún tiempo presumí saber con absoluta precisión de dónde proviene cada uno de los libros de mi biblioteca y en qué circunstancias lo compré, pero hoy me he dado cuenta que es una patraña. Hay decenas o acaso cientos de ejemplares de los que no tengo muy clara su procedencia. Este ejemplar de editorial Novaro es de 1958 y en la contraportada viene marcado su precio: 3.75 viejos pesos mexicanos 0.30 dólares. La colección es “Nova-Mex Escritores en idiomas extranjeros”. En la última hoja aparece la lista de los 159 libros publicados por la colección y reparo en que hay no pocos autores de los que desconozco hasta el nombre y algunos que hoy difícilmente conseguirías. Lo cierto es que en 1958 podías pepenar esa clase de literatura por menos de cuatro pesos. ¿Cuánto te cuestan hoy las extravagancias decimonónicas de Acantilado o Sexto Piso? Más allá del precio, trato de imaginar cómo era un lector mexicano de Nerval en 1958. ¿Quién o quiénes eran los lectores que tuvieron en sus manos ese ejemplar de Aurelia seis décadas antes de mí? Ahí habita el embrujo de un humilde librito viejo que ni siquiera aspira a ser una pieza de coleccionista o material de subasta. ¿Por cuántas manos pasó? ¿A cuántas cabezas hizo volar y alucinar antes de caer en mis manos en esa mesa de remate? Busqué a Nerval, pues desde hace un tiempo me ha dado por invocar a aquellos autores que quisieron extraer néctar del mundo de los sueños. Hace un par de días leí a alguien (mi memoria teflonera y desbarrancada ha olvidado quién) sostener que Baudelaire le parecía un farsante pretencioso y que el verdadero espíritu que encarnaba el malditismo, la locura y el alucinaje era Nerval. Yo hoy pienso en aquel improbable lector de 1958 que abrió ese librito de papel barato y leyó “El sueño es una segunda vida. Yo no he podido pasar sin estremecerme esas puertas de marfil o de materia córnea que nos separan del mundo invisible. Los primeros instantes del sueño son la imagen de la muerte: un entorpecimiento nebuloso se adueña de nuestro pensamiento, y no podemos determinar el instante preciso en que el yo, bajo otra forma, continúa la obra de la existencia”. Pienso en ese improbable lector que sin duda ya ha muerto y pienso también en el propio Nerval, deambulando alucinado por algún arrabal parisino, en las mismas calles por donde Carolina y yo deambulamos de madrugada hace un par de semanas. Nerval se entrega a las voces que le hablan desde el lado oscuro, deja fluir en torrente el llamado de sus demonios y se cuelga en los barrotes de una reja. Su cadáver apareció al amanecer del 25 de enero de 1855. Las piedras de las iglesias y las rejas que le sirvieron de patíbulo no son muy distintas de las que Carolina y yo contemplamos en una madrugada de julio de 2018. También las ratas que corren a la orilla del Sena, la canción cantada por un borracho y las siluetas de los furtivos seres de la noche parisina son las mismas.