A lo largo de los milenios el hombre ha imaginado de mil maneras el fin del mundo. Hay toda una galería de hecatombes para describir el Armagedón, omnipresente en la psique humana desde tiempos inmemoriales. Hay quien imagina terremotos, tsunamis, ciclones o diluvios o en su defecto una sequía mortal. La teoría del meteorito siempre se ha mantenido vigente, pero también el riesgo latente de una bomba nuclear o una devastadora guerra con armas químicas. La posibilidad de una epidemia fulminante tampoco ha sido desterrada de nuestros temores pese a los avances de la medicina. Después de todo, la Peste Negra del Siglo XIV es lo más cercano que hemos conocido al Apocalipsis, pues más de la tercera parte de la población de Europa sucumbió a la enfermedad. No faltan profetas del desastre que anuncian la irrupción de la Bestia, el rompimiento de los siete sellos y la cabalgata de los cuatro jinetes por un planeta devastado. Podemos imaginar el día final como un macabro cuadro del Bosco pero tal vez la realidad vaya a ser menos espectacular. La teoría que me parece más coherente no es la del final del planeta, sino la de la autodestrucción del Homo Sapiens. No será una inmolación en el altar de la radiación nuclear, sino un proceso evolutivo artificial. El Homo Sapiens ha sido el causante de la extinción de otras seis razas humanoides, la última de las cuales fueron los Neandertales. Ahora podría ser el artífice de la extinción del Homo Sapiens mismo, no en un holocausto bélico, sino en un laboratorio. En sus libros De animales a dioses y Homo Deus, el pensador israelí Yuval Noah Harari defiende la teoría de la extinción del hombre por una modificación o alteración de su composición genética. Cuando el cerebro humano sea modificado con chips de inteligencia artificial y tengamos tejidos celulares computarizados, nos habremos transformado una raza cuyo genoma ya no será el del Homo Sapiens. Si tomamos en cuenta el ritmo acelerado en que corre la evolución tecnológica, no es un cuento de ciencia ficción imaginar a humanos robotizados dentro de cien años. Claro, los dilemas éticos y filosóficos que plantea esta mutación son por ahora inimaginables. Según Yuval Noah Harari, no es tan lejano el día en que el hombre pueda vencer a la muerte o por lo menos mantenerla a raya durante varios siglos. Tal vez no se pueda acceder a la inmortalidad pero sí a la amortalidad. Hasta ahora la muerte es lo único que nos iguala, pero acaso nuestros nietos vivirán en un mundo donde solo los pobres se morirán a los 70 años como consecuencia de enfermedades crónico degenerativas, mientras la gente con recursos vivirá más de 200 años. Parece una película futurista pero hay argumentos sólidos para pensar de esa manera. Acaso encarnamos a las generaciones finales de Homo Sapiens sin chips integrados en su anatomía. La gran paradoja es que en este mundo en el umbral de la inteligencia artificial, aún haya miles de muertes propias del medioevo. Al final seremos divinos cavernícolas con neuronas robotizadas, el mismo simio de las cuevas que combatía a pedradas, pero con un súper disco duro integrado en el cerebro. Una raza de dioses salvajes.
Friday, August 17, 2018
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