Nunca he sido bukowskiano. No tengo nada en contra de la obra del tremendo Hank, sino del invariable cliché que genera. Mi bronca no es contra el Buko sino contra su estereotípico seguidor. Cuando alguien idolatra demasiado a Bukoswki o lo define como su tótem, irremediablemente imagino un estilo de vida y una concepción del mundo que puede llegar a ser terriblemente ahuevante. Vaya, chutarte sin moderación la compañía de un bukowskiano prototípico puede ser nocivo para la salud. Y sin embargo, pese a que Bukowski nunca será santo en mi altar, hay dos poemas suyos (o dos poemas y una imagen) que suelo evocar cada cierto tiempo. Uno se llama (o creo que se llama) Tengo sueño por la tarde y creo que en esa modorra vespertina yace la esencia de nuestra irremediable caída. La encarnación de la decadencia física aparejada a la adultez, encarna en el mal del puerco que surge en la hora maldita. A las 3:30 de la tarde no puede haber inspiración ni arrebato, ni vena creativa ni aferres pasionales. A las tres de la tarde solo brota la cruz del hastío cotidiano, las toneladas de un mórbido eterno retorno, la hueva absoluta de vivir. Dicen que Cristo murió a las tres de la tarde. No imagino con franqueza una peor hora para encuadrar un acto tan sublime que da sentido un culto milenario. El “padre por qué me has abandonado y en tus manos encomiendo mi espíritu” son pronunciados en la hora en donde solo una siesta parece redimirnos de la condena, la hora en que irremediablemente me deprime vivir, donde la luz del día y la resolana se impregnan como espectros verdugos y la existencia se torna grillete.
El otro poema de Bukowski habla sobre albergues para indigentes y teporochos en Los Ángeles, en donde entre la peste a pedos, guácaras y alcoholes baratos, emergen los rostros viles de derrumbes humanos, seres repugnantes que hieden y asquean y que sin embargo “alguna vez fueron niños” y acaso fueron capaces de despertar ternura. Por ahora es lo que Buko me ha dejado por herencia y no es poca cosa.
Friday, August 10, 2018
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