Juglares en la Peni
1- Hace una década, en la agonía del verano 2008, cubrí desde la calle el motín de la Penitenciaría de Tijuana. Humo, balas, gritos. Bocanadas de averno bajo el cielo de la Mesa. La bomba de tiempo estallaba y la negra leyenda de un penal espetó con desparpajo su mórbida realidad. Ayer retorné la Peni, diez años más viejo, y lo hice para compartir unos furtivos juglares con los presos.
2- Miro a los ojos de los reos, trato de leer en sus rostros y lo único que entre manos me queda es un arsenal de interrogantes y una que otra certidumbre. Una de ellas, es que nada me exenta de estar ahí. En este país la ruta legal y la ruta criminal son tan relativas, tan confusas. ¿Existen los irrenunciables destinos delictivos? ¿O estamos ante una cadena de tropiezos en un camino minado por circunstancias desfavorables? Acaso en la vida de un mexicano promedio, la cárcel sea las más de las veces un desafortunado accidente, una carta jodida en la lotería existencial. Tantos criminales libres y en posiciones de mando; tantas almas extraviadas atascándose de infierno en vida. Viciado de origen, nuestro sistema procesal penal nos hace pensar en una ruleta donde la condena suele casi siempre caer sobre el más pobre de los diablos.
3- Entre los muros de la penitenciaría, una canción de Calamaro irrumpe terca en la zona profunda de la mente: “La conocen los que la perdieron, los que la vieron de cerca, irse muy lejos, y los que la volvieron a encontrar, la conocen los presos, La Libertad”.
4- ¿Pueden ser las prisiones un buen laboratorio de escritura? Cuestión de echarle un ojo a la calidad de algunos párrafos escritos tras las rejas. Si tomamos en cuenta que la primera parte del Quijote fue escrita por Cervantes en la cárcel de Sevilla; que el Divino Marqués de Sade dio a luz buena parte de su obra siendo un reo; que Dostoievski se convirtió en Dostoievski luego de su confinamiento en la casa muerta de Siberia; que Wilde arrojó De Profundis desde la prisión de Reading y Revueltas El apando desde una crujía de Lecumberri, podemos concluir que más de una buena página ha visto la luz en una la jaula. La lista es larguísima. La lectura también puede redimir cuando se ha perdido la libertad. Pancho Villa aprendió a leer gracias a su compañero de celda, Gildardo Magaña, quien fue su maestro de primaria en la prisión de Tlatelolco, y un millón de anónimos convictos redimieron la muerte en vida con un libro en la mano. Ayer, varios de los reos se confesaron escritores. Algo similar me pasó hace un año en el penal de Ciudad Juárez. Las letras habitan en entornos improbables.
5- Gracias a quienes hicieron posible esta experiencia y a quienes acudieron a compartirla y publicaron algo al respecto. Mi gratitud con Hayde, Liliana, Laura, Lino y mis colegas reporteros que estuvieron presentes, en especial a Sergio por tan chingonas fotos. Gracias a la Feria del Libro de Tijuana por llegar a quien más lo necesita en los rincones más oscuros e improbables de nuestra ciudad. En la altamar de la primavera más oscura, alguna vela brilla bajo la tormenta.