Desde hace algunos años, cada que hago un viaje de trabajo el motivo es acudir a una feria del libro o a un evento relacionado con la lectura. En lo que va de la década he recorrido no pocas ferias de México y hace unas cuantas semanas tuve la oportunidad de participar en dos de las ferias librescas más grandes de América: la de Bogotá y la de Buenos Aires. Las fiestas de los libros y los lectores se han vuelto parte de mi vida. He estado en ferias macrocefálicas y laberínticas que convocan a diario a decenas de miles de visitantes, y también en pequeñas tertulias donde unas cuantas decenas de lectores conviven en la plaza de un pueblo. Lo que en todos los casos celebro, es estar rodeado de cómplices, de secuaces en esta atípica fechoría y forma de resistencia que es leer libros. Por ello, siempre es significativo para mí cuando arranca una nueva Feria del Libro en Tijuana. Como lector he acudido ininterrumpidamente desde 1999 y desde hace una década o más siempre he participado presentando libros (propios o de colegas) o compartiendo charlas.
A diferencia de lo que sucede en otras entidades, la Feria de Tijuana es hecha por los libreros, no por las editoriales. El mayor evento cultural de la ciudad nació en 1980 gracias a la visión de un librero vocacional como es Alfonso López y casi 40 años después el evento se mantiene en pie. Cada nuevo año surgen críticas, casi siempre recicladas. Yo prefiero colaborar con unas cuantas propuestas.
Los grandes eventos culturales de la ciudad deben funcionar bajo un esquema de patronato o en el caso de los que son apoyados por el gobierno, tener carácter de partida presupuestal autónoma y no estar sujetas a los vaivenes y recortes de última hora o a las limosnas caritativas al cuarto para las doce como sucede siempre con la Feria del Libro. La Feria, como tal, debería tener su propia partida asegurada y blindada en el Presupuesto de Egresos del Ayuntamiento.
Tenemos también que sacarle jugo al concepto mega-región cultural. Salvo esfuerzos aislados como la participación en el Art-Walk de San Diego, o las giras de Intinerarte que organiza el Felino en coordinación con universidades estadounidenses, lo cierto es que nuestros grandes eventos culturales le dan la espalda al público californiano. La Feria del Libro de Tijuana debería de posicionarse en el imaginario colectivo, como la primera feria libresca de Latinoamérica en términos geográficos. Si en el escudo de la ciudad se lee Aquí empieza la patria, la Feria de Tijuana debería explotar algo así y jugar con conceptos como “aquí empieza nuestra literatura”, “aquí empiezan nuestras letras”, “lectores sin fronteras”.
Cuando vamos a invertir en traer grandes personalidades para un evento, sería bueno pensar en términos de eco o resonancia. Hay que invertir en traer multiplicadores, periodistas culturales o críticos de prestigio que puedan hablar en sus medios y en sus países de lo que se hace aquí. La gastronomía lo está logrando, pues hay reseñas en los más importantes medios, pero no pasa lo mismo con las artes plásticas, el teatro o la literatura. Son solo unas cuantas ideas.
Wednesday, May 23, 2018
<< Home