“Cuánto plomo mal gastado en cuerpos innecesarios”, cantaban hace dos décadas y media los radicales vascos de Eskorbuto. La frase me parece el epígrafe perfecto para esa catarsis del caos llamada Revolución Mexicana que un siglo después seguimos festejando con asueto y desfile. ¿De verdad debemos sentirnos orgullosos de esa carnicería? ¿Hay razones para estar de fiesta por una matazón ciega? Los sinsentidos se pintan solos. Pareciera que en México disfrutamos la fiesta de las balas. En las calles de una ciudad como Tijuana donde en promedio matan cinco personas diarias y donde cientos de personas mueren de la forma más absurda, festejamos el supuesto aniversario de un exabrupto violento que sembró el país de cadáveres. Duele decirlo, pero mucho más que eso no obtuvimos. Muertos y más muertos, la mayoría de los cuales cayeron sin saber exactamente por qué combatían o qué defendían. ¿Democracia? ¿Justicia social? Ja, ja. La fase más sangrienta de la Revolución irrumpió en el momento en que las facciones triunfantes del constitucionalismo se enfrentaron entre sí. El México de 1910 era un país de 15 millones de habitantes de los cuales el 80% eran analfabetas y en donde la industria y la clase obrera estaban en fase embrionaria. En diez años de guerra murieron más de un millón de mexicanos, lo que tomando en cuenta la población de entonces representa un verdadero holocausto demográfico. ¿Valió la pena sufrirlo?
Monday, November 20, 2017
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