Piensa en las calles y avenidas que conforman la cartografía de tu existencia, aquellas vialidades donde por años has ido y venido llevando un arsenal de pensamientos. Piensa en las calles que has recorrido una sola vez en la vida y en aquellas que no vas a recorrer nunca y piensa en la que recorriste anoche y volverás a recorrer esta mañana y que algún día recorrerás - sin saberlo- por última vez. La calle en donde acaso te despedirás del mundo o creerás saltar a una realidad aparte.
Pongo a mis recuerdos a pasearse por las diferentes casas y ciudades donde he vivido y concluyo que la gran vialidad que más veces he recorrido en mi existencia es la Carretera Escénica Tijuana-Ensenada. La conocí el 16 de octubre de 1998 y desde entonces debo haber circulado por ahí (puro y vil cálculo ranchero) más de cinco mil o seis mil veces, al menos en el tramo que va de Tijuana a Rosarito
Dicen que la inauguró López Mateos y que en su primer recorrido lo acompañó María Félix. Dicen también que es un desafío geológico, que en algunos tramos se transforma en un clásico de la ingeniería suicida y que irremediablemente acabará algún día sumergida en el mar (como acaso acabe toda nuestra península).
En algunos tramos de sus 98 kilómetros la Escénica te arroja postales alucinantes capaces de seducir al viajero más correteado. Tal vez la más estereotípica sean los acantilados de Salsipuedes, pero de los tramos que conforman mi vida diaria, sin duda el que más disfruto es el previo a la curva del Baja Center, cuando vas de Rosarito a Tijuana y la línea del horizonte con las Islas Coronado te queda de frente, como si avanzaras en línea recta hacia el Pacífico. Si al atardecer le da por engalanarse con su traje de destellos rojizos como hizo ayer, acabarás creyéndote un prófugo de las Sergas de Esplandián y tu mente consumará, una vez más, su irrenunciable destino de náufraga embarcación.
Saturday, September 02, 2017
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