El viernes por la mañana, después de un par de negrísimos cafés, salí de casa y a la vuelta de la esquina topé con un muerto. Un cuerpo desnudo y degollado en la carretera Escénica, justo en la curva del centro de convenciones. Lo tristemente común es ver perros despedazados pero hoy cada vez son más frecuentes los humanos. El crimen siempre está ahí, a la vuelta de la esquina. Algunas veces se manifiesta con desparpajo, pero lo común es que fluya como un río subterráneo, un abismal hoyo negro yaciente bajo una delgadísima capa de hielo siempre a punto de romperse. Muchas veces en tu vida has pasado afuera de una casa de seguridad donde un secuestrado aguarda la mutilación o la muerte o te cruzas en la calle con el hombre que será ejecutado esta noche o acaso con su ejecutor. Si la ciudad ha sido por definición mi territorio narrativo, tengo sólidas razones para poner en duda si por ventura sería posible utilizar a la Tijuana actual como escenario de una narración y no pintarse de negro. No es fácil eludirlo cuando el Noir es nuestro costumbrismo. La novela negra en la Tijuana actual se emparentaría con las postales de lo cotidiano, un ritual de happening puro.
Sunday, July 30, 2017
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