Balbina conoció a Leo en el año del cuarto centenario de la fundación de Monterrey, cuando se conformó un grupo estudiantil con representantes de diversas universidades que organizarían actividades diversas relativas al festejo en sus respectivas facultades. Balbina llegó representando a Contaduría y Leo como abanderado de la entonces pequeña Escuela Libre de Derecho.
En un grupo de por sí variopinto y heterodoxo, Leo destacaba por genial y alucinado. Aunque era el mejor promedio de su generación, su esencia se apartaba por completo del estereotipo abogadil. Lector y practicante de las enseñanzas de Carlos Casteneda, asiduo a las artes marciales, el montañismo y la mariguana, el futuro abogado parecía seguir su propio sendero para transformarse en una suerte de nahual.
Lo de Leo era un permanente desafío a lo ordinario, un compulsivo ritual de improbabilidad. Solía perderse por días y aparecer de repente en situaciones y momentos imprevistos. Su casa en Balcones del Carmen acabó por transformarse en la sede no oficial del grupo estudiantil Generación 400 en donde las madrugadas se consumían arreglando el mundo en mil y un proyectos que más de una vez trascendieron su condición de castillos de aire.
Una madrugada de tantas, con la mayoría del grupo congregada en su casa, Leo sugirió como si tal cosa irse a caminar por el desierto. ¿Estás loco? ¿Al desierto a esta hora? Para Leo era lo más natural del mundo. Sólo Balbina y otros tres accedieron a acompañarlo. El amanecer los sorprendió a orillas de un ojo de agua. Las escapadas a Icamole empezaron a volverse cosa común.
Sunday, August 20, 2017
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