Los estudios, en teoría, te preparan para esa idílica tierra prometida llamada porvenir. Son un puente, una ruta, un camino hacia esa suerte de clímax al que hemos denominado realización personal. “Por la realización plena del hombre”, reza el lema de mi alma mater cimarrona, lo que acaso contrasta con mi lema de No Future plagiado a Johnny Rotten. No Future, Live fast die Young, Live for today, tomorrow never comes, Is better to burn out, than to fade away. El rock me ha dado frases de sobra para escoger. Quemarse, consumirse, arder en plenitud. ¿Para qué carajos se preparaban mis compañeros? ¿Para acabar ensayando una voz de merolicos en las entrañas asesinas de un call center? ¿Para dar clases de literatura ante 30 preparatorianos modorros que se mandan mensajitos por el celular? ¿Para qué carajos me preparaba yo? Mi única realización posible ocurriría el día de mi muerte, pero aun así estudié y a mi manera la pasé bien.
Tuve algunos buenos amigos, editamos una revista con una larga vida de tres números impresos antes de mutar a una inconstante existencia electrónica; impulsamos blogs colectivos, protestamos contra la designación de un rector, fingimos leer algunos libros que nuestros maestros tampoco habían leído, nos emborrachamos en bares baratísimos de Tijuana, inventamos enamoramientos y noviazgos, planeamos viajes alrededor del mundo, nos juramos amistad eterna y una vez graduados nos arrojamos a esa altamar de la vida a la que bien podríamos denominar simplemente “la chingada” y que no es otra cosa más que la abismal aspiradora que todo lo chupa cuando llegas a la mitad de los veinte y entras en la peligrosa zona de tu existencia en donde empiezas a tomar decisiones.
Monday, May 29, 2017
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