En aquellos años magros e ilusos, cuando correteábamos muertos y balaceras al son del 12-17 en la radiofrecuencia, yo soñaba aún con ser el nuevo Blancornelas mientras Natalio, el fotógrafo, se creía la reencarnación de Chalino Sánchez.
Chapoteábamos en fangos reporteriles cubriendo la nota policíaca para el periódico El Bordo en Tijuana y aunque la vida no nos sonreía, nosotros ni por enterados nos dábamos. Como el viejo Tsuru en que perseguíamos patrullas no tenía ni siquiera casetera, Natalio escupía narcocorridos chinolas a grito pelado mientras yo pegaba la oreja al scanner intentando averiguar en dónde carajos había aparecido ahora el muerto nuestro de cada día. Los tiraderos de cadáveres eran repetitivos hasta el hartazgo. La mala noticia para nosotros era que nunca quedaban cerca y el estado natural del Tsuru era traer el tanque vacío. La regla inquebrantable era que Natalio y yo acabáramos poniendo 30 o 50 pesos de nuestra bolsa para echar al menos un escupitajo de gasolina y alcanzar a llegar a los periféricos andurriales donde los muertos tenían a bien aparecer. Después cumplíamos con exigir el reembolso, aún a sabiendas que era más fácil encontrar icebergs en la Laguna Salada a poder sacarle un vale de combustible a la gerencia administrativa del periódico.
Monday, July 11, 2016
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