El año de la primavera que nunca llegó tiene prisa por correr hacia algún ignoto desbarrancadero. Así, como no queriendo la cosa y sin decir agua va, nos cayó del golpe y porrazo el sexto mes sin que el Sol se digne a salir. Así suelen ser las primaveras en la costa pacífica bajacaliforniana, aunque algunas - como la de 2007, la de 2010 y la de este 2016- se aferran a su traje de sombras y se posponen para la eternidad. Aquí el solecito suele llegar hasta mediados de agosto y jugar rudo en septiembre. El resto es una mañana arrastrando su sábana de negras nubes (Ortega dixit). Hace exactamente dos siglos, en el postnapoleónico 1816, la luz brilló por su ausencia en todo el verano y a orillas del lago Lemán, en Suiza, tomaron forma los monstruos que aun habitan nuestras pesadillas. Apoteosis y canto de cisne del romanticismo gótico, en Villa Diodati constelaron Byron, los esposos Shelley, el timorato Polidori y hasta el Monje Lewis para liberar a unas cuentas bestias de las que el cine y la cultura popular siguen amamantando. Son peligrosas estas pospuestas primaveras, pues como al sueño de la razón, les da por producir monstruos. Por lo pronto, a mí me ha dado por iniciar el día acompañando el negrísimo café con la lectura aleatoria de una página del Libro del desasosiego. A unos les da por leer el I Ching, otros consultan el horóscopo pero yo estoy descubriendo que no es mal negocio consultar a Pessoa en cada amanecer. Sepan ustedes que aparte de desdoblarse en mil y un heterónimos, Fernando coqueteó con el ocultismo y conoció al mismísimo Mister Crowley y alguna dosis de hechicería tiene su desasosegante libro. Y a todo esto ¿en qué estaba? Pues en eso, que la luz se ha exiliado alguna parte y la primavera que nunca llegó es el momento ideal para hablarnos de tú con nuestros demonios.
Wednesday, June 01, 2016
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