Debe ser el vicio o la compulsión por estar siempre al lado del camino, por buscar la piedra filosofal en los Siete locos, en el cadáver exquisito o en la quintaesencia de la música, pero el caso que hay mil y un estrofas de Fito Páez haciendo vida cotidiana en el caos de mi cabeza. Reparas en lo mucho que un artista significa y ha significado en tu vida cuando te sorprendes cantando de memoria cada canción del concierto. Para no ir más lejos, el concepto Días de whisky malo fue inspirado por una rola fitesca.
Para mí la música se divide en Metal y el resto, y dentro de mi reducido mundo no metalero, el sitio de honor lo tiene el rock argentino clásico. Un furtivo y no superado idilio con la música de Charly García que comenzó allá por 1987 me ha paseado por exponentes como Spinetta, Calamaro y por supuesto, por el grandísimo Fito. Hacía muchísimo tiempo que no acudía a un concierto de un género distinto al Metal (posiblemente el último fue precisamente el Flaco Spinetta en Buenos Aires en diciembre de 2008) y debo admitir que lo de Fito Páez en el Cecut ha sido punto y aparte. Un piano, un austero escenario desnudo y un ritual de nostalgia en penumbra e intimidad. Fito tocó una fibra. Fue hermoso poder compartirlo con Carol De Hoyos. ¿El mejor concierto al que he acudido en territorio tijuanense? Yo creo que sí.
Saturday, March 05, 2016
<< Home