Con B de Bolaño y Breaking Bad
El adiós de mi década treintañera está siendo marcado por un par de vicios que como un ciclón me han sacudido en este 2014. Si algo tienen en común los días de esta primavera en que me despido de los 39, son la B de Bolaño y Beaking Bad. Haga lo que haga e independientemente de la agenda cotidiana, no pasa un día sin que lea una buena dosis de páginas del escritor chileno como tampoco pasa un día sin que vea por lo menos un episodio de la serie creada por Vince Gilligan. Soy un aficionado tardío lo sé y si algo tienen en común este par de nuevas adicciones, es que en su momento despotriqué públicamente contra ellas. No pocas veces escribí sobre Roberto Bolaño como el más acabado ejemplo de un escritor sobrevalorado, colocado en los cuernos de la luna por una cofradía de hipsters que lo llamaron el nuevo Borges y el nuevo Cortázar sin haberse tomado la molestia de leer primero a su par de referentes. Empecé a leer a Bolaño desde 2002, pero luego de pasar por Llamadas telefónicas, Los detectives salvajes, Putas asesinas y El gaucho insufrible mi bitácora fue un “no es para tanto”. Ante el cacareo de la hipsteria que lo canonizó como el gran revolucionario de las letras simplemente me declaré hastiado. De Breaking Bad no había visto un solo minuto hasta este 2014 por la simple y sencilla razón de que la tele no es lo mío. Nunca hasta ahora había visto una serie y aunque muchas veces proclamé que podía vivir mi vida y morirme con la tranquilidad de no haberme perdido de nada, creo que en el caso de Breaking Bad sí me había estado perdiendo de algo. Mi reencuentro con Bolaño se dio el año pasado con Estrella distante y ahora, después de sumergirme en La pista de hielo, Amuleto, Entre paréntesis y La literatura nazi en América, puedo declararme absolutamente enbolañado. Estoy a punto de entrarle a Nocturno de Chile que antecederá a esa expedición mayor que va a ser 2666. Tal vez me ayudó un poco el ensayo Lectores entre líneas de Neige Sinno o el cambiar un poco el chip e intentar leerlo con otros ojos, pero más allá de un nuevo Borges o un nuevo Cortázar (desafortunada e imbécil comparación) lo que he encontrado es un tipo brutalmente honesto y tirado a matar; un auténtico tecato de las letras. En el caso de Breaking Bad he encontrado una genial construcción psicológica de los personajes, divinamente contradictorios, humanos hasta el hartazgo en sus dilemas, miedos y ambiciones. Además, hay algo que hermana a Bolaño y a Mister White: el monstruo interior emergiendo ante la inminencia de la muerte, la genial urgencia del desahuciado. El mejor Bolaño, el que escribe como un poseso y se entrega a las letras como única tabla de salvación, es el Bolaño consciente del poco tiempo de vida que le quedaba. Contrario a la imagen que nos pintan, el final de su vida no es el de un poeta maldito diluido en el humo de ambientes prostibularios, sino el de un responsable padre de familia que bebe té de manzanilla y escribe porque no sabe hacer otra cosa y necesita poder heredarle algo a sus hijos. Mister White deja de ser el apocado profesor y se atreve a romper todas las barreras cuando sabe que el cáncer no va a perdonarlo y no tiene nada para heredar a su familia. No cabe duda: hay algo mágico en sentir el aliento de la muerte en nuestra nuca.