La absurda cartografía de Daxdalia
“Este instante preciso no es más que el producto de infinitos sueños amontonados antes de él”, me dijo el Sabio mientras caminábamos por la Calzada De los Laberintos. “No hay verdades, ni mentiras. Tú puedes creer que nada es real excepto este instante, pero este segundo preciso puede ser la mayor mentira. El sueño, me explicó el Sabio de la Penumbra, es el máximo sacramento del Zrafda Burdak. Destapar la caja del subconsciente es la esencia de este culto que no admite en su mitología forma alguna de creación o principio de los tiempos. Un ente puede no ser o ser mil a la vez. El espíritu humano puede dar cabida a una multiplicidad de esencias. El sueño es la única forma de acercarse a la experiencia de viajar al interior de uno mismo. Mediante el sueño es posible aproximarse a explorar los ignotos universos que habitan en nuestro interior. Un ente puede estar soñando o ser soñado, lo que no hace diferencia en su ser. Aunque llegue a creerse un ente solitario e independiente, dueño de una voluntad, lo cierto es que él mismo, con todo y su conciencia de ser, es producto de una imaginación que a su vez está subordinada a otra y así hasta el infinito. Los devotos del Zrafda Burdak están permanentemente soñando aunque coman, caminen, se apareen y desarrollen actividades en apariencia conscientes. Lo extraño es que según me dijo el Viejo Krubdalia, los devotos del culto no suelen tomar sustancias alucinógenas para inducir su estado de permanente sonambulismo. El subconsciente es el pandemonio de Zrafda Burdak y un verdadero iniciado aprende a vivir en forma permanente dentro de él. Por supuesto, ante la óptica de un psiquiatra, un devoto del Zrafda Burdak podría pasar por un esquizofrénico consumado, al ser incapaces de distinguir la realidad y la unicidad del ser.
Las formas de las piedras son tan caprichosas e imposibles como las de las nubes y sus sombras se proyectan hacia el mar conforme los rayos del Sol van muriendo. Podría creer que fue algo sugestivo, pero pude distinguir una clara simetría entre las sombras de las rocas y las formas de las nubes en el horizonte. Inmerso una parálisis contemplativa, miraba el rojo de las nubes desparramarse sobre el cielo y el mar, fundido con los mantos de los peregrinos y las sombras de las tumbas. Cada sombra se iba desvaneciendo hacia el punto de fuga mientras yo sentía diluirme en la levedad inmaterial y en ese dulce guiño del absurdo que de pronto nos arroja una intuición: todo esto es un sueño. Así me siento desde aquella tarde y desde entonces hay una certeza que no me abandona: tú, al igual que yo, estás soñando este instante, pero no nos basta con despertar. Somos el sueño de otro. Alguien más nos sueña, pero ese alguien ya no despierta.