Recursos humanos/ Antonio Ortuño/ Editorial Anagrama.
Por Daniel Salinas Basave
Descender al infierno es una añeja obsesión padecida por toda suerte de creadores a través de los siglos. Desde los infiernos líricos de Dante y Milton, hasta los avernos de El Bosco o las pinturas negras de Goya, pasando por todo el cancionero demoniaco, (desde Paganini y Berlioz al black metal), el artista ha buscando sumergirse en el horror infernal y reflejarlo. Al tradicional buscador de la belleza del mal, puesta tan de moda por Baudelaire, le da por bucear en infiernos de vicio, alucinación y deseos mórbidos, mientras que hoy nos sobran narradores y reporteros que buscan reflejar, cada uno con mayor crudeza gore, lo mucho de infernal que hay en el mundo del crimen organizado. Ambos temas han acabado en odiosa calidad de cliché. Lo que pocos narradores exploran, son los menos espectaculares pero sin duda más torturantes infiernos cotidianos que nos rodean, esos pequeños valles de condena de la vida diaria cuyos tormentos y abismos pueden ser equiparables a los círculos del averno en la Divina Comedia. Con elevadas dosis de malicia literaria en su arsenal, el narrador tapatío Antonio Ortuño consigue extraer néctar de miseria humana de ese microinfierno que puede (o más bien suele) ser una oficina cualquiera. Su novela Recursos Humanos, finalista del Premio Herralde, disecciona con desparpajo absoluto el ritual de envidias, ambiciones frustradas, competencias desleales y traiciones que se vive en un recinto de trabajo. Sin duda el punto más fuerte de la novela, el cimiento que con buena fortuna sostiene toda la historia, es la construcción de su personaje principal, el antihéroe Gabriel Lynch. El odio de Gabriel, su frustración cotidiana y su ambición desmedida, son los motores que mueven la historia. Sus ansias terroristas, su coraje, sus ganas de hacer explotar todo su entorno son la gran columna vertebral de Recursos Humanos. Ortuño logró crear un gran personaje y aquel escritor que logra construir un narrador en primera persona creíble y contundente, empieza ganando la partida. Lynch es rencoroso, contradictorio, acomplejado, ambicioso y malvado y ello lo hace demasiado humano; odiosamente humano. La creación de la opresiva atmósfera oficinesca es también una virtud de Ortuño. Buena parte de la historia transcurre en la oficina y lo inmundo del sitio acaba por contagiarse. Los celos, los cuchicheos, los chismes y los amoríos de pasillo están presentes en todo momento. La oficina reducida a una jaula donde los machos compiten por los favores sexuales de las hembras que a su vez buscan trepar en el escalafón económico. La oficina, con su cielo inalcanzable reflejado en el tercer piso, a donde sólo tienen derecho a subir los jefes, y el infierno de los talleres en el inmundo sótano a donde nunca un directivo ha bajado. En medio está el purgatorio en donde se viven escenas de sumisión, servilismo, grilla barata y ambiciones perpetuas. El sistema de lealtades, traiciones, bloqueos y contubernios diversos, presentes en mayor o menor medida en casi todo equipo humano, se reflejan en las torcidas relaciones entre los personajes. El jefe junior Constantino, recipiente de todo el odio y la frustración de Lynch, la trepadora Fernanda, el arribista Paruro son personajes igualmente bien construidos que apestan a miseria interior. Otro punto fuerte de Ortuño, en donde el autor derrocha su mencionada malicia literaria, es el lenguaje. Frases cortas y contundentes, vocación por el aforismo al puro estilo Ciorán, humor negrísimo. Esa carga de cinismo, hastío existencial y desamparo ontológico que infesta cada frase del narrador, es el tono permanente de la novela. Recursos Humanos tiene por supuesto su punto débil, pues a la fuerza de los personajes, la atmósfera y el lenguaje, se oponen acciones poco creíbles. La trama argumental es sin duda el lado más flaco de la novela. Si bien la psicología de los personajes los desnuda en su bajeza, sus actos resultan forzados, sobrepuestos. Ortuño pudo haber apostado por reflejar simplemente un cuadro de vida cotidiana sin acciones extraordinarias y acaso la historia habría sido más creíble. Aunque el narrador permanente en primera persona es Gabriel Lynch, hay tres breves momentos al principio, a la mitad y al final de la novela en que la voz es de Constantino, el odiado e incomprendido jefe. Me hice de Recursos Humanos al azar, en una típica operación “tín marín” sin tener demasiadas referencias de Ortuño. A veces llego a la librería con el deseo de llevarme un autor nuevo, del que no haya leído nada antes y en esta ocasión di con Ortuño que ha sido una grata sorpresa, si bien el ánimo con el que se lee Recursos Humanos se parece mucho al que deja un Breviario de Podredumbre de Ciorán. Una novela en donde todo aquel clasemediero que sea o haya sido asalariado en una empresa, irremediablemente se verá reflejado. Una novela peligrosa.
Monday, July 23, 2012
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