TRES ESTAMPAS EN LA VIDA DEL CAPITÁN LOZANO
I
Si los cálculos no fallan, debe haber sido un día de 1931 o 1932. Fernando Lozano España tenía 17 o 18 años y tres malos maestros de matemáticas se habían encargado de torcer su destino. Él estaba decidido a estudiar ingeniería pero sus planes fueron frustrados en fase embrionaria. Al verlo sin un rumbo claro en la vida, su padrino Guillermo lo llevó a trabajar al taller mecánico que regenteaba y que tenía como labor principal arreglar los camiones que cubrían la ruta San Rafael-Aviación. ¿Se imaginan cómo eran los camiones de aquella época? Lo cierto es que en poco tiempo el joven Lozano se transformó en toda una revelación como soldador. El muchacho dominaba el complicadísimo arte de soldar boca abajo en espacios reducidísimos. Nadie más era comisionado en el taller para realizar esa complicada operación. Tenía el pulso, la precisión y el aguante para colocarse debajo de un camión y soldar metales rotos.
Pronto en el taller le tomaron aprecio. Dice Paul Auster (¿o lo dijo acaso Justo Navarro?) que el idioma del azar es el idioma de la fragilidad. Descubrir el poder del azar es descubrir que somos terriblemente frágiles y vulnerables, que dependemos de la casualidad, que una coincidencia estúpida puede despedazarnos en un segundo. Leía yo esas palabras la mañana del 23 de junio de 2012, sentado sobre el ruedo de la Plaza México. Esa misma tarde, cuando la lluvia estaba cayendo, me encontré con mi abuelo tras 19 años de no verlo y me contó la historia. Una historia que me pareció terriblemente austeriana. Una mañana cualquiera, el joven Fernando Lozano estaba como siempre con su máscara de soldador cubriéndole el rostro y el cuerpo colocado debajo de un enorme camión sin ruedas, sostenido por alguna frágil estructura. ¿Cuál fue la razón que lo hizo levantarse de repente? ¿Iba al baño? ¿A beber agua? Fernando no lo recuerda. Lo que los mecánicos del taller recordarían muchos, muchísimos años después, fue el pavoroso estruendo provocado por el camión al desplomarse sobre el suelo cuando se rompió la estructura que lo sostenía. Guillermo y la cuadrilla de mecánicos tampoco olvidarán el horror de imaginar que el joven Fernando yacía aplastado bajo toneladas de metal. Pero hay días en que la aleatoriedad se pone de tu parte. Fernando estaba parado a un lado del camión derrumbado, del que estaba abajo apenas un minuto antes. Ayer conocí esa historia y volví a reparar el fino tejido de improbabilidades que nos define. Un accidente de taller mecánico a principios de la década de los 30, habría provocado que más de 80 años después yo no estuviera aquí, desparramando insurrectas palabras en un café, mientras la noche de San Juan cae sobre la Ciudad de México y no para de llover. La aleatoriedad es ácida seductora. También ayer me enteré que el jefe de ese taller mecánico fue quien inspiró un nombre que llevo y no uso. En cualquier caso, Fernando no estaba destinado a pasar la vida bajo los camiones. Su destino fue surcar el cielo.
II
El paso de de los años yace inerme en esas hojas amarillentas que tomo en mis manos una tarde lluviosa de junio. Pese a las siete décadas a cuestas, el papel no está carcomido y las palabras escritas a mano pueden leerse perfectamente. “Pilot Logbook” es lo único que se lee en la oscura portada de ese cuaderno alargado. En la primera hoja aparece una fecha: 20 de julio de 1939. -Air plane: Luscombe. Engine: Continental. -Destination: From LA Air Port To LA Air Port. Aquel día, exactamente treinta años antes de la llegada del hombre a la Luna y a 42 días del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el aprendiz de piloto Fernando Lozano España, de 25 años de edad, efectuó sin contratiempos su primer vuelo de prueba sobre Los Ángeles, California, una ciudad donde había entonces más campos agrícolas que freeways. Aquel verano del 39 fue rico en vuelos de prueba, pero el joven Lozano volaba siempre acompañado. Sus instructores no consideraban aun que estuviera listo para afrontar el desafío de dominar la máquina en las alturas sin la compañía de un piloto más experimentado. El sábado 2 de septiembre de 1939, las tropas alemanas invadían Polonia. Gran Bretaña y Francia daban 48 horas a los nazis para salir de territorio polaco o de lo contrario declararían la guerra. El conteo final estaba en marcha. Las manecillas del reloj de la catástrofe avanzaban fatales. Muy lejos de los tambores de guerra, en el apacible aeropuerto municipal de Los Ángeles, California, el joven Fernando Lozano España se preparaba para realizar su primer vuelo en soledad. Aquel sábado, el aprendiz de piloto estaba listo para despegar sin nadie que le hiciera compañía en la cabina para asesorarlo o darle instrucciones. El muchacho tendría que tomar sus propias decisiones en las alturas. El sello puede distinguirse aun claro sobre el papel amarillo. First solo, very good. Dietrich Smith-Air Service. LA Municipal Air Port. Fernando iniciaba el camino al cielo.
III
Nunca fue tan idílico el verano del 42 como en aquel Veracruz, tan lejos de la guerra y tan cerca del amor. El sargento primero Fernando Lozano España realizaba vuelos de patrullaje y vigilancia en la costa veracruzana. El 30 de septiembre de 1942, un sello con el Escudo Nacional Mexicano aun brillante sobre el papel amarillo de su cuaderno bitácora, certifica que el joven completó 120 horas de vuelo en patrullaje. Su vida estaba en al aire, no en la tierra y apenas había de vez en cuando una tarde libre para pasear por la plaza. En Villa del Mar se organizaban bailes los domingos al medio día. ¿Danzones? ¿Sones? ¿Mambos? Olvidé preguntar lo que bailaban. Hay veces en que una mujer es capaz de eclipsar la música y el entorno y así sucedió con aquella rubia veracruzana, que flechó al sargento primero mucho antes de saber su nombre y escuchar su voz. Muy de vez en cuando, en la vida de un hombre aparece una mujer que no deja lugar a dudas o cavilaciones. Una suerte de sexto o séptimo sentido impone su verdad absoluta. Aquella no es solo una mujer; es La Mujer y así sucedió con el joven sargento. Esa tarde había baile en Villa del Mar y Fernando llegó cuando la música terminaba. La Güera Moreno y sus amigas regresarían a Veracruz, pero no encontraban tranvía. El capitán había rentado un carro y ofreció llevarlas al puerto. Apenas cruzó unas palabras con la rubia. Al día siguiente Lozano partía a Monterrey. Transcurrió un año y medio antes de volverla a ver, saliendo de un cine en Veracruz. Para entonces Fernando era ya el Capitán Lozano España y trabajaba en Mexicana de Aviación. Aquella vez él y la rubia sí cruzaron palabra; muchas palabras en realidad. El 30 de mayo 1945, día del cumpleaños del novio, se casaron por el civil y el 1 de junio, día del cumpleaños de la novia, se casaron por la iglesia en Veracruz. La luna de miel en Janitzio fue en extremo breve. El matrimonio sería largo. Tres décadas enteras voló el Capitán Lozano aviones de Mexicana sin suspender ni retrasar jamás un vuelo por mal tiempo o fallas mecánicas. El 30 de mayo de 1974, cuando yo tenía 39 días de nacido, el Capitán Lozano realizó su último vuelo en Mexicana. Durante nueve años volaría aviones de Pemex. El 4 de julio de 1984 se puso los tenis y corrió su primera carrera a los 70 años de edad. Fue la primera de muchísimas competencias. En 2011, con 97 años, el capitán corrió cinco kilómetros. Su matrimonio, he dicho, fue duradero y en palabras del capitán, ha sido la mayor felicidad de su vida. Casi siete décadas habían pasado desde esa tarde de baile en Veracruz cuando un medio día, pocos minutos después de las 12:00, la rubia se quedó dormida sentada en su sillón favorito. 70 años han pasado desde aquel verano jarocho del 42 y el capitán reconstruye una y otra vez aquellos primeros vuelos sobre la costa y aquel baile en Villa del Mar. Los días transcurren, la lluvia no deja de caer y siempre antes de dormir, el Capitán Lozano da las buenas noches a un sillón donde se sienta un alma. DSB Noche de San Juan 2012