Eterno Retorno

Wednesday, September 08, 2010



Los errantes fantasmas de Padilla

Por Daniel Salinas Basave

Hay pueblos gobernados por sus fantasmas. Sus muertos no los dejan vivir en paz. Dos siglos y millones de litros de agua no parecen ser suficientes para borrar la sombra de sus espectros. Padilla, poblado del centro de Tamaulipas, carga a cuestas los fantasmas de un mártir y un suicida. Un hombre fue injustamente fusilado en ese pueblo. Ocho años después, otro hombre decidió quitarse la vida frente a la tumba del mártir. El lugar donde la sangre se derramó es un misterio inundado. El viejo Padilla yace desde hace cuatro décadas bajo las aguas de una presa. Las sucesivas inundaciones fueron acabando con el pueblo. Hoy existe el nuevo Padilla y la Villa Náutica de la Presa Vicente Guerrero, paraíso de la pesca deportiva y las carreras de lanchas, pero hasta la nueva versión del poblado parece contagiada por los espíritus inquietos de sus muertos. Hay quien dice que cuando Agustín de Iturbide fue fusilado, Padilla murió con él. Esa ejecución, consumada el 19 de julio de 1824, fue un tatuaje en la historia del pueblo que ni las inundaciones ni la presa pudieron borrar. La mayor paradoja, o acaso debamos llamarlo escupitajo del destino, es que la presa bajo cuyas aguas yace el sitio donde cayó muerto Iturbide, se llame Vicente Guerrero, su contraparte insurgente en el inexistente abrazo de Acatempan, simbólico segundo de a bordo en el Ejército Trigarante que consumó la Independencia y verdugo de su Imperio. Los amos de la historia oficial determinaron que en ese abrazo había un héroe y un villano. El héroe es Guerrero, cuyo nombre se inmortalizó en una entidad federativa, varias decenas de municipios y miles de calles y escuelas. De pilón, tiene una presa en Tamaulipas bajo cuyas aguas yace la tumba ignota del malogrado emperador que no tuvo derecho ni a una placa conmemorativa que diera un norte sobre la ubicación del lugar exacto donde cayó su cadáver. La de Iturbide fue una corona fúnebre desde el momento en que fue ceñida. Menos de diez meses duró su triste imperio, el que abarcó mayor territorio y fue a la vez el más efímero en toda la historia de América. Exiliado en 1823, Iturbide se marcha con su familia a Italia y a Inglaterra en donde recibe entusiastas cartas de sus partidarios que le instan a retornar asegurándole que al desembarcar habrá miles de mexicanos aclamándolo. Egocéntrico y vanidoso al fin, Iturbide se cree las versiones de sus allegados y decide tomar el barco de regreso a México. Lo que ignora es que en su ausencia el Congreso lo ha declarado traidor a la Patria y ha firmado su sentencia de muerte. Al llegar a costas tamaulipecas no lo aguardan los miles de entusiastas seguidores prometidos en las cartas, sino el militar republicano Felipe de la Garza que lo aprehende apenas pisa tierra mexicana. La leyenda cuenta que De la Garza lo reconoce por su forma de galopar en la playa. Se forma un consejo de guerra “exprés” y la sentencia de muerte es ejecutada. El libertador de México cae abatido por las balas republicanas en el paredón de Padilla. El pueblo tiene su primer fantasma, el mártir, pero hemos dicho que aquí hay también un suicida, cuya historia es de una fatalidad propia de tragedia griega. En el momento en que la sentencia de muerte de Iturbide se ejecuta, el Ministro de Guerra y Marina de la naciente República es Manuel Mier y Terán, el mismo que agradece oficialmente a De la Garza por la captura y ejecución de Iturbide. Manuel Mier y Terán es la esencia de la historia de lo que pudo haber sido, un hombre brillante con un destino trágico. Fue lugarteniente de José María Morelos Morelos y a la muerte del Siervo de la Nación, todo indicaba que sería su sucesor en el mando del Ejército Insurgente, pero Mier y Terán no logra aglutinar bajo su mando a los otros dos combatientes que sobrevivían, Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero, los futuros presidentes de México. Mier y Terán acaba acogiéndose al indulto del Virrey Juan Ruiz de Apodaca y se rinde. Su prestigio como militar, sin embargo, es intachable, lo cual le vale ser nombrado el primer ministro de Guerra en la historia de la República una vez consumada la Independencia, cargo bajo el cual firma la sentencia de muerte de Agustín de Iturbide. La historiografía seria jamás hablará de espíritus y fantasmas, pero parece ser que el espectro del emperador poseyó a Mier y Terán y selló su cruel destino. Aunque en el campo de batalla sigue obteniendo triunfos, destacando su triunfo en la batalla de Tampico donde derrota a la expedición de reconquista española encabezada por Isidro Barradas (cuya medalla se cuelga Santa Anna y cuyo principal aliado es la fiebre amarilla que contagió a los gachupines) Mier y Terán no encuentra la paz. En 1832 Manuel Mier y Terán era el máximo presidenciable del país, el favorito para suceder a Anastasio Bustamante y hacer sombra a la creciente figura de Santa Anna, sin embargo, un fantasma lúgubre posee el alma del militar. Justo cuando estaba a punto de lanzar su candidatura presidencial, Mier y Terán decide visitar la tumba de Iturbide en el poblado de Padilla, a donde llega el 2 de julio de 1832. El militar llora frente al sepulcro del emperador y pide perdón, pero no encuentra consuelo. Mier dirige desgarradoras palabras al difunto: “Perdona a los que te ofendieron y ruega a Dios por el bien de la Patria”. Al amanecer del 3 de julio de 1832, Manuel Mier y Terán se asea, se viste con su uniforme de gala y vuelve a dirigirse solitario rumbo a la tumba de Iturbide. Sus hombres lo miran a una prudente distancia. Pronuncia unas palabras inaudibles. Después saca su espada, se la coloca sobre el corazón y la encaja con todas sus fuerzas. El cuerpo del suicida cae sobre el sepulcro del emperador. Su última voluntad es ser enterrado a lado de Iturbide. Hoy, los dos espectros, el suicida y el mártir, moran en las aguas que inundaron el viejo villorrio tamaulipeco donde hasta la moderna Villa Náutica ha empezado a quedarse sola carcomida por el abandono y el narco-terror que azota al Noreste de la República. La historia nacional es rica en muertos sin descanso.