Eterno Retorno

Friday, August 06, 2010


Último número de InfoBaja apenas salidito del horno. Chutaos la biblioteca babeliana.

Las viudas de los jueves
Claudia Piñeiro
Alfaguara

Por Daniel Salinas Basave

Tener dinero, o querer aparentar tenerlo, arrastra consigo un código de conducta que trasciende épocas y culturas. Hace mil años, en la Edad Media, el señor feudal colocaba murallas, torres y fosas alrededor de su castillo y se encerraba en él, aislado e indiferente al caos del mundo exterior. En el Siglo XXI, el hombre rico construye sus propios feudos, tan alejados como sea posible de la masa, y los rodea de guardaespaldas, cámaras de seguridad y el verde omnipresente de los campos de golf. Las viudas de los jueves, de Claudia Piñeiro, es una disección cuidadosa y detallista de los usos, costumbres y manías de las familias adineradas. Vaya, diría más bien que es todo un proceso de psicoanálisis, una exploración minuciosa en las profundidades de sus complejos y pavores. Un retrato de cuerpo completo dibujado con mano de mujer, pues preciso es señalar que Las viudas de los jueves es un libro terriblemente femenino. Si usted lo leyera a ciegas sin saber quién es el autor, le bastarían unas cuantas páginas para darse cuenta que fue escrito por una mujer. Un hombre, simplemente, no hubiera podido escribir algo así ni fijarse en los detalles que refleja Piñeiro. Cierto, Las viudas de los jueves se enmarca en una época y un país, que en este caso es la Argentina de Carlos Menem, la de la paridad cambiaria y la fiebre especuladora, pero los personajes y su psicología son perfectamente vigentes en el México actual o en cualquier país de Latinoamérica.
El escenario de Las viudas de los jueves es un exclusivo fraccionamiento de ricos llamado Altos de la Cascada, situado a las afueras de Buenos Aires, convenientemente alejado del bullicio urbano. Altos de la Cascada, custodiado en forma permanente por más de 20 agentes de seguridad privada y monitoreado por cámaras en cada rincón, es un conjunto residencial donde las casas se ubican en los alrededores de un campo de golf. Por supuesto, hay casa club, canchas de tenis, albercas y estrictas medidas de control interno. En lo personal, Altos de la Cascada me hace recordar un fraccionamiento regiomontano llamado Las Misiones, ubicado en las cercanías de Villa de Santiago, Nuevo León, pero la verdad es que el escenario de Las viudas de los jueves se puede ver reflejado en diversas partes del país. La autora comienza su trabajo de orfebrería narrativa describiendo minuciosamente el lugar, haciendo especial énfasis en el tipo de plantas y flores que adornan los jardines y desempeñan las funciones de barda perimetral. Una vez dibujado el escenario, la autora nos va mostrando, en diferentes planos narrativos, a las familias que lo habitan. Las viudas de los jueves es casi una novela coral, pues hay distintos narradores en primera persona, con algunos espacios para la cómoda fórmula del todopoderoso narrador omnisciente, del que por fortuna no se abusa. La narradora principal es una corredora inmobiliaria que se ha encargado de vender casi todas las casas de Altos de la Cascada, en donde ella misma es vecina. Como era de esperarse, la vendedora conoce vida y obra de cada uno de los habitantes, cuyas historias nos va contando. Historias de arribismo, de enriquecimientos fugaces y dudosos, de más apariencias que realidades, de esfuerzos desesperados por mantener a toda costa el estatus, la ilusión de una vida perfecta en la burbuja impenetrable, inmune a las desgracias y las penurias del ciudadano común, en donde la mayor preocupación es mejorar en el golf o en el tenis. El único contacto cercano con el mundo exterior, es un barrio popular ubicado a unos kilómetros de ahí llamado Santa María de los Tigrecitos, proveedor de mucamas, jardineros y choferes para las residencias de la Cascada. Los roles de la pirámide social están perfectamente definidos, como un sistema inamovible de castas en donde para entrar al fraccionamiento la servidumbre debe sortear controles de seguridad propios de aeropuerto estadounidense. Pero detrás de ese cerco impenetrable, las vidas perfectas se quiebran lentamente conforme se va quebrando el país. Bancarrotas progresivas y silenciosas, capitales que huyen al extranjero, cuentas bancarias sostenidas con cimientos de aire, con dinero espectral, con deudas eternamente jineteadas en donde lo único que importa es mantener a toda costa la apariencia. Las vidas íntimas se sostienen también con alfileres, pues detrás de la sonrisa de cirugía plástica hay una mujer alcohólica, una esposa golpeada, un hijo drogadicto o un esposo metido en negocios que coquetean la frontera de lo ilícito. Ejemplares ciudadanos siempre involucrados en obras filantrópicas de página social y reflector permanente para ocultar su propia miseria espiritual. Los hombres de Altos de la Cascada se reúnen religiosamente cada jueves en riguroso “club de Toby” para beber whisky, jugar baraja y hablar de política y finanzas mientras sus mujeres, “viudas de los jueves”, se entretienen en clases de pintura, yoga, feng shui o jardinería artística. Hay un hecho, ocurrido la noche de un jueves, que sirve como eje de suspenso a la novela si bien no es el punto fuerte de la misma. Más allá de una débil y hasta prescindible trama de misterio, Las viudas de los jueves tiene su néctar en el retrato social tan bien construido y tan pavorosamente real. Premio Clarín de novela, Las Viudas de los Jueves alcanzó a recibir el aplauso del mismísimo José Saramago, se convirtió en un best seller en Argentina y empieza a dar de que hablar en México. Su paso lógico, fue llegar a la pantalla grande y transformarse en una taquillera película. Cierto, es narrativa sin mayores exigencias para el lector, con altas dosis de aparente frivolidad capaz de conquistar hasta a los no lectores. Vaya, no es Borges o Piglia ni se parece a la primera división literaria argentina, pero es una novela que expone con insoportable precisión la podredumbre que yace en las profundidades de las vidas perfectas.