Eterno Retorno

Wednesday, June 09, 2010

Preguntémonos por un instante qué hubiera pasado si alguna autoridad policial mexicana, del nivel que sea, golpea a un ciudadano estadounidense hasta causarle la muerte. ¿Hasta qué niveles llegaría el escándalo internacional? ¿Se imagina usted cuál sería la suerte que correrían los agresores? ¿Qué castigo exigiría Washington? Si de algo podemos estar seguros, es que no se quedarían callados ni se limitarían a un tímido señalamiento. Sin embargo, un ciudadano mexicano, Anastasio Hernández, puede ser asesinado a patadas y descargas eléctricas por la Patrulla Fronteriza sin que suceda nada, absolutamente nada, fuera de los tibios extrañamientos consulares y los reclamos de los organismos ciudadanos defensores de los migrantes, que al final son las únicas voces que claman justicia en medio de un desierto de indiferencia.


El asesinato de Anastasio Hernández nos demuestra con brutal crudeza que en el orden geopolítico internacional hay quienes tienen licencia para matar. De la misma forma que Israel puede con total impunidad asesinar a los tripulantes de un barco con ayuda humanitaria para Gaza, las corporaciones federales de Estados Unidos pueden cometer atropellos a las más elementales garantías humanas sin que haya consecuencias. Anastasio Hernández no era un criminal o un malviviente. Era un ciudadano que tenía más de dos décadas viviendo en Estados Unidos trabajando honradamente en la construcción. Un hombre que tuvo cinco hijos nacidos en el vecino país y que trabajando muy duro, recibiendo un sueldo muy por debajo de lo que ganaría un ciudadano con sus papeles en regla, contribuyó a la economía de Estados Unidos. Pero en el país de Barack Obama, en el país de la libertad y los derechos civiles, en el país que es nuestro socio comercial y con quien llevamos años soñando con un acuerdo migratorio, es tolerado un artero crimen con derroche de saña y brutalidad. Un asesinato cometido por parte de un cuerpo policial federal en contra de un ciudadano honesto, desarmado e indefenso. Lo que le pasó a Anastasio Hernández le puede pasar a cualquiera y acaso las consecuencias serían las mismas: el tibio reclamo diplomático de rutina, una protesta, una amonestación sin consecuencias de tipo penal para los responsables y al final, la impunidad como única ganadora y el olvido como amo y señor.