LA LITURGIA REDONDA
Por Daniel Salinas Basave
Por los pastos sudafricanos rueda el balón y con él ruedan nuestras mentes, nuestros corazones y nuestros sueños. Suena el silbato y en un de repente, el planeta entero yace en éxtasis místico entregado al extraño ritual de la deidad redonda. Por unas cuantas semanas, decenas de millones de seres humanos pondremos un caudal de emociones en perfecta sincronía. En Tijuana y en Río de Janeiro; en Sydney y en Tokio; en Buenos Aires y en Argel; en Bratislava y en Santiago, miles de personas estaremos haciendo exactamente lo mismo con la mirada fija en una pelota que cual Flautista de Hamelin, hipnotiza y enloquece a las masas. Sí, habrá quien diga que es un fenómeno de mercadotecnia, que hay miles de millones de dólares invertidos en publicidad, que del futbol romántico de Uruguay 1930 no queda ya ni la nostalgia, pero aún con toda la manipulación comercial a cuestas, el asunto sigue llevando consigo una buena dosis de magia. Un pasatiempo sencillo de apenas 17 reglas es capaz de hipnotizar a un planeta. Ese juego tan simple que propicia pacíficas treguas o desata guerras, que une pueblos o los divide, que incita rebeliones o encumbra tiranos. El mismo juego al que Mussolini y Videla le sacaron tan buena tajada política en 1934 y 1978. El juego que, queramos o no, puede influir significativamente en las elecciones del 4 de julio, que se celebrarán un día después de los cuartos de final, cuando ya estén definidos los cuatro semifinalistas. El fenómeno que devolvió a Tijuana su condición de capital mundial del televisor con un estimado de 16 millones de aparatos fabricados. La estadística dice que es en los años mundialistas cuando la gente compra más teles. Bendito sea el Mundial, proclama con toda razón la Asociación de la Industria Maquiladora.
Hay actitudes humanas que sólo podemos ver cada cuatro años. De entrada, veremos muchos futboleros de ocasión. Para los que padecemos una incurable adicción por este juego, el futbol es omnipresente los 365 días del año y estamos tan pendientes de la final de la Champions y la Libertadores, como del último resultado de los Xoloitzcuintles. Pero muchas personas sólo se interesan en el futbol durante esas mágicas semanas que dura el Mundial, donde hasta los que profesan una sacramental indiferencia por este deporte, se vuelven aficionados. Veremos también un repentino fervor patriótico y las calles se llenarán de potenciales Juanes Escutias dispuestos a inmolarse envueltos en la bandera tricolor y retiemble en sus centros la tierra al grito de gol, que mañana no se trabaja. Durante esas semanas atípicas, hasta los que se les pegan las sábanas despertarán antes del amanecer para ver el primer juego de la jornada y veremos a cientos de miles de oficinistas huyendo del trabajo a media mañana en desesperada busqueda de una televisión de vitrina. Habrá también doctores en geopolítica que en la mesa de un bar disertarán sobre los contrastes futbolísticos entre Eslovenia y Eslovaquia o entre Corea del Norte y Corea del Sur sin acertar a definir si social o culturalmente existe alguna diferencia entre estos países. También veremos a gente, que nunca ha leído un libro, pronunciando impronunciables nombres de serbios o nigerianos mientras se enteran que en Sudáfrica hay urbes con nombres como Durban o Pretoria. Sin duda recordaremos estos días como el verano en que la “negra” desbancó a la “verde” y es que el último grito de la moda futbolera es la camiseta color oscuro de la Selección Mexicana, que se ha vendido como pan caliente y se ha transformado en la joya más deseada del armario.
El primer gran evento deportivo tras la gran recesión del 2009, el Mundial en la era de las redes sociales; los primeros goles mundialistas twitter y facebook de la historia. Los ojos de la humanidad puestos sobre un país que hasta 1991 vivía sometido al más aberrante e injusto de los sistemas sociales, el apartheid. Marginado de la FIFA y las competencias internacionales, Sudáfrica se ahogaba en su propio infierno. Cierto, no les falta razón a quienes se ofenden al ver el derroche y en endeudamiento de una nación con insultantes niveles de pobreza, donde la gente muere de sida y la violencia urbana carcome la esquinas. Cierto, y sin embargo en la historia de Sudáfrica habrá un antes y después del Mundial del Futbol. De la misma forma que se habló de una generación Mandela, se hablará de una generación Mundial 2010.
El Mundial se jugará y se irá rápido, como arena entre las manos mojadas y la vida seguirá, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido y la Selección Mexicana nos recordará que soñar no cuesta nada y habrá, por supuesto, un caballo negro y una revelación y una gran catástrofe y un ridículo enorme y al final de todo, un nuevo campeón, alzando su copa en Johannesburgo. Claro, el mundo seguirá girando, con la cruz del absurdo de sus “cosas importantes” a cuestas y no faltarán los intelectualoides (tan cultos ellos), siempre dispuestos a criticar lo pueril y estúpido que resulta perder la cabeza por este juego elemental y cavernario. Pero basta con echar un ojo a la historia humana: millones de seres concretos han sido sacrificados en altares de ideas abstractas. Infinitas generaciones de hombres han sido inmolados en nombre de un dios que no existe o cuya existencia nadie a ha demostrado. Ejércitos enteros de infortunados soldados se desangran en nombre de políticas macroeconómicas cuyos alcances e intereses jamás alcanzarán a comprender y miles de enajenados, devotos de la liturgia redonda, gritaremos enloquecidos goles anotados a miles de kilómetros de distancia, al Sur del Continente Negro. Pero saben una cosa intelectuales, en este mundo nuestro, tan lleno de absurdos y sin sentidos, el Futbol es una de esas cosas por las que la vida mereció ser vivida y por las que valdría la pena reencarnar una y mil veces si es que eso fuera posible.
Por Daniel Salinas Basave
Por los pastos sudafricanos rueda el balón y con él ruedan nuestras mentes, nuestros corazones y nuestros sueños. Suena el silbato y en un de repente, el planeta entero yace en éxtasis místico entregado al extraño ritual de la deidad redonda. Por unas cuantas semanas, decenas de millones de seres humanos pondremos un caudal de emociones en perfecta sincronía. En Tijuana y en Río de Janeiro; en Sydney y en Tokio; en Buenos Aires y en Argel; en Bratislava y en Santiago, miles de personas estaremos haciendo exactamente lo mismo con la mirada fija en una pelota que cual Flautista de Hamelin, hipnotiza y enloquece a las masas. Sí, habrá quien diga que es un fenómeno de mercadotecnia, que hay miles de millones de dólares invertidos en publicidad, que del futbol romántico de Uruguay 1930 no queda ya ni la nostalgia, pero aún con toda la manipulación comercial a cuestas, el asunto sigue llevando consigo una buena dosis de magia. Un pasatiempo sencillo de apenas 17 reglas es capaz de hipnotizar a un planeta. Ese juego tan simple que propicia pacíficas treguas o desata guerras, que une pueblos o los divide, que incita rebeliones o encumbra tiranos. El mismo juego al que Mussolini y Videla le sacaron tan buena tajada política en 1934 y 1978. El juego que, queramos o no, puede influir significativamente en las elecciones del 4 de julio, que se celebrarán un día después de los cuartos de final, cuando ya estén definidos los cuatro semifinalistas. El fenómeno que devolvió a Tijuana su condición de capital mundial del televisor con un estimado de 16 millones de aparatos fabricados. La estadística dice que es en los años mundialistas cuando la gente compra más teles. Bendito sea el Mundial, proclama con toda razón la Asociación de la Industria Maquiladora.
Hay actitudes humanas que sólo podemos ver cada cuatro años. De entrada, veremos muchos futboleros de ocasión. Para los que padecemos una incurable adicción por este juego, el futbol es omnipresente los 365 días del año y estamos tan pendientes de la final de la Champions y la Libertadores, como del último resultado de los Xoloitzcuintles. Pero muchas personas sólo se interesan en el futbol durante esas mágicas semanas que dura el Mundial, donde hasta los que profesan una sacramental indiferencia por este deporte, se vuelven aficionados. Veremos también un repentino fervor patriótico y las calles se llenarán de potenciales Juanes Escutias dispuestos a inmolarse envueltos en la bandera tricolor y retiemble en sus centros la tierra al grito de gol, que mañana no se trabaja. Durante esas semanas atípicas, hasta los que se les pegan las sábanas despertarán antes del amanecer para ver el primer juego de la jornada y veremos a cientos de miles de oficinistas huyendo del trabajo a media mañana en desesperada busqueda de una televisión de vitrina. Habrá también doctores en geopolítica que en la mesa de un bar disertarán sobre los contrastes futbolísticos entre Eslovenia y Eslovaquia o entre Corea del Norte y Corea del Sur sin acertar a definir si social o culturalmente existe alguna diferencia entre estos países. También veremos a gente, que nunca ha leído un libro, pronunciando impronunciables nombres de serbios o nigerianos mientras se enteran que en Sudáfrica hay urbes con nombres como Durban o Pretoria. Sin duda recordaremos estos días como el verano en que la “negra” desbancó a la “verde” y es que el último grito de la moda futbolera es la camiseta color oscuro de la Selección Mexicana, que se ha vendido como pan caliente y se ha transformado en la joya más deseada del armario.
El primer gran evento deportivo tras la gran recesión del 2009, el Mundial en la era de las redes sociales; los primeros goles mundialistas twitter y facebook de la historia. Los ojos de la humanidad puestos sobre un país que hasta 1991 vivía sometido al más aberrante e injusto de los sistemas sociales, el apartheid. Marginado de la FIFA y las competencias internacionales, Sudáfrica se ahogaba en su propio infierno. Cierto, no les falta razón a quienes se ofenden al ver el derroche y en endeudamiento de una nación con insultantes niveles de pobreza, donde la gente muere de sida y la violencia urbana carcome la esquinas. Cierto, y sin embargo en la historia de Sudáfrica habrá un antes y después del Mundial del Futbol. De la misma forma que se habló de una generación Mandela, se hablará de una generación Mundial 2010.
El Mundial se jugará y se irá rápido, como arena entre las manos mojadas y la vida seguirá, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido y la Selección Mexicana nos recordará que soñar no cuesta nada y habrá, por supuesto, un caballo negro y una revelación y una gran catástrofe y un ridículo enorme y al final de todo, un nuevo campeón, alzando su copa en Johannesburgo. Claro, el mundo seguirá girando, con la cruz del absurdo de sus “cosas importantes” a cuestas y no faltarán los intelectualoides (tan cultos ellos), siempre dispuestos a criticar lo pueril y estúpido que resulta perder la cabeza por este juego elemental y cavernario. Pero basta con echar un ojo a la historia humana: millones de seres concretos han sido sacrificados en altares de ideas abstractas. Infinitas generaciones de hombres han sido inmolados en nombre de un dios que no existe o cuya existencia nadie a ha demostrado. Ejércitos enteros de infortunados soldados se desangran en nombre de políticas macroeconómicas cuyos alcances e intereses jamás alcanzarán a comprender y miles de enajenados, devotos de la liturgia redonda, gritaremos enloquecidos goles anotados a miles de kilómetros de distancia, al Sur del Continente Negro. Pero saben una cosa intelectuales, en este mundo nuestro, tan lleno de absurdos y sin sentidos, el Futbol es una de esas cosas por las que la vida mereció ser vivida y por las que valdría la pena reencarnar una y mil veces si es que eso fuera posible.