Eterno Retorno

Friday, April 30, 2010













Comparto con ustedes las cápsulas de Mitos del Bicentenario que se están trasmitiendo esta semana sobre El grito de Dolores, Santa Anna y Miramón. Si les sobra paciencia y desean asesinar en forma cruel al insomnio, échenle un ojo.







De acuerdo: lo de las novelas históricas es una moda; las editoriales sienten que deben apostar por consigna al tema y por ende hay altas dosis de oportunismo traducidas en productos prescindibles. Aún así, bienvenido sea el pretexto del Bicentenario. En un país que profesa una sacramental indiferencia por su historia, no viene mal que al menos durante un año las librerías comerciales promuevan en sus aparadores ficciones o supuestos revisionismos en torno a la Independencia y la Revolución. Sea por fiebre, contagio o simple deseo de estar a la moda, es posible que en el 2010 el mexicano promedio lea aunque sea un poquito más sobre su historia y al menos por unos meses, el Cura Hidalgo Y Pancho Villa compartirán escaparate con vampiros adolescentes y conspiraciones masónico-vaticanas. Por supuesto, la época traerá kilos de prescindible papel, bodrios oportunistas que difícilmente conocerán la reimpresión (como Pedro Ángel Palou comprenderá), pero también nos dejará por herencia alguna que otra obra inolvidable y también será el perfecto pretexto para reeditar libros que yacían durmiendo el sueño de los justos.
De lo que este año se ha editado, leo con particular agrado La insurgenta de Carlos Pascual, novela coral sobre la vida y andanzas de Leona Vicario. El autor nos conduce a una hipotética sesión extraordinaria del Cabildo de la Ciudad de México, celebrada el día de la muerte de Leona Vicario en octubre de 1842. El motivo de la sesión es determinar si esta señora merece ser llamada oficialmente Benemérita Madre de la Patria. Para tomar la decisión, desfila frente al cuerpo edilicio una cofradía de personajes de la más variada estirpe que algo tuvieron que ver con la vida de Leona Vicario. Desde el pintor que la retrató hasta el arriero que la traicionó, pasando por su nana, sus tíos, su viudo Andrés Quintana Roo, Valentín Gómez Farías y hasta Benito Juárez. El lenguaje es contrastante pues trata de adaptarse a la supuesta psicología del declarante, lo que da riqueza y dinamismo a la novela. Otra grata sorpresa es Camino a Baján del historiador francés Jean Meyer. Un extraño híbrido de crónica o novela de no ficción sobre los primeros meses de la Independencia de México. Jean Meyer marcó un antes y después en la historiografía mexicana con su célebre estudio La Cristiada publicado en 1975, en los tiempos en que aún no era posible poner en duda el catecismo de la historia oficial priista, lo que le costó ser expulsado del país por ser un extranjero indeseable inmiscuido en nuestros “patrióticos asuntos”. Camino a Baján es una obra sui generis, ave rara rompedora de clichés que además rescata algunos pasajes poco conocidos de la Independencia en sitios tan improbables en la ruta oficial historiográfica como Nayarit.
Claro, el Bicentenario también puede ser la ocasión para hacerse de obras que si bien no han sido publicadas este año, están entre lo mejor de ese confuso y amorfo ente que algunos llaman novela histórica. Mención honorífica merece El seductor de la Patria, de Enrique Serna, tal vez la mejor novela que se ha escrito sobre ese pedazo de surrealismo mágico llamado Antonio López de Santa Anna. Otra recomendación que no tiene desperdicio es Hidalgo e Iturbide; La gloria y el olvido o Juárez y Maximiliano; la roca y el ensueño de Armando Fuentes Aguirre. Claro, los académicos de Colegio de México, tan aburridamente historiógrafos y tan dedicados a fungir como pastilla contra el insomnio, no lo toman muy en serio, pero lo cierto es que difícilmente leerá usted obras a la vez tan amenas y tan críticas, tan brutalmente honestas. Sí, yo meto las manos al fuego por Catón. El Bicentenario también sería la ocasión perfecta para reeditar a un señorón historiador llamado José Fuentes Mares, el único valiente que con documentos en la mano echó por tierra mitos oficialistas cuando dudar del dogma de fe del nacionalismo revolucionario merecía hoguera inmediata y, aunque se que sería un sueño, nada pierdo con desear que alguien edite algún día la Historia de México de Eugenio del Hoyo. Sí, aprovechemos este momento para caminar las fascinantes veredas de nuestra historia. Leamos, sí, pero sobre todo dudemos, cuestionemos lo que nos han contado siempre y démosle una vuelta la tuerca de la versión oficial.



Nuestro Arizona doméstico

Que la hijoeputez es el deporte favorito en Arizona me quedó claro hace algún tiempo. Por desgracia, la hipocresía y la doble moral de los que desde este lado de la frontera quieren quemar en leña verde a su gobernadora, me queda más clara cada día. Lo de Arizona y sus leyes es néctar de mierda W.A.S.P. en su estado más puro. De acuerdísimo y si quieren que sea honesto, ni siquiera me sorprende demasiado. Lo sorprendente, más bien, es que los inocentes mexicanitos sigamos creyendo en acuerdos migratorios y políticas humanitarias sólo porque el huésped de la Casa Blanca es un cucurumbé. Allá por la primavera de 2001, cuando los States eran todavía un idílico edén postclintoniano y pre 9-11, recorrí el desierto de Arizona con la Border Patrol. Fue dentro de un viaje para periodistas organizado por la Embajada de Estados Unidos en México que incluyó un paseíto por la Casa Blanca, el Capitolio y un rol por el desierto de Douglas a bordo de los carros-cárcel de la BP. Si ya lo intuía, ahí mismo lo corroboré: Arizona es un pedazo del Infierno en la Tierra. Satanás besó en la boca o en el culo a esa parte del planeta que exulta hostilidad en cada rincón. Pasé por los ranchos de Roger Barnett en el condado de Cochisse y pude leer en anuncios panorámicos las consignas de odio escritas por los cazamigrantes. Sí, son unos hijos de puta y eso no lo voy a discutir. Pero hoy toca hablar de ideas ridículas y absurdas y permítanme decirles que todos esos diplomáticos e intelectuales mexicanos de vestidura rasgada, no son los tipos ideales para lanzar primeras piedras a la hora de hablar de discriminación y racismo.
Que un rostro mexica sea suficiente motivo para que un policíal de Tucson o Yuma te detenga es algo que podría cuadrar dentro de ese abstracto concepto llamado violación a los derechos humanos. De acuerdo: ahora sólo les pido que nos detengamos a preguntarnos cómo tratamos a los migrantes aquí en nuestra Tijuana, que en teoría es parte de esa nación que es su casa y por la que pueden transitar libremente según cuenta esa bella pieza de literatura fantástica llamada Constitución.
A ver, te pongo un ejemplo: Eres un zacatecano o jalisquillo que laboras en algún campo agrícola californiano. Un día te cae una redada de la migra, te suben a una patrulla y de una patada en el culo te arrojan a Tijuana a la media noche. De un momento a otro, caminas por las calles de una frontera extraña en medio de la madrugada sin un papel y sin un peso en la bolsa ¿Sabes lo que te sucederá? Tienes un 90% de probabilidades de ser detenido por una patrulla de la Policía Municipal. ¿El motivo? Mexicana alegría, deporte, simple costumbre o aburrimiento. Si traes algo, te lo quitarán. Si te pones rejego, te pondrán una putiza y te reservarán una suite en la estancia municipal de infractores. Unos días y varias patadas después, estarás pidiendo limosna en un crucero de Tijuana y verás, tras los cristales de sus carros, sumidos en su burbuja de aire acondicionado, a todos esos intelectuales, activistas, políticos y académicos del Colef mirarte con asco y desconfianza mientras conceden entrevistas en donde hablan de la inminencia de una protesta diplomática, de una flagrante violación a las garantías individuales y eructarán sustantivos abstractos como Convención de Berna, Acuerdos de La Haya y subirán de inmediato sus cristales al verte aparecer con tu cara de hambre, no sea que los vayas a asaltar. Son los mismos tipos que consideran que todos los delincuentes son foráneos y que si Tijuana es insegura es por tanto recién llegado que anda por ahí. Los mismos que despotrican contra Bush y el partido republicano mientras toman café Starbucks en Fasion Valley o en el Gaslamp y ponen su mejor cara de humillación y sometimiento cuando el migra filipino les pregunta qué trae de México.
Si eres un recién llegado a la Central de Autobuses procedente de Chiapas o Guerrero, tus probabilidades de recibir buen trato o un poco de empatía son algo más que reducidas y te las verás negras en este pedazo de tu propio país. No son cuentos chinos ni literatura de ficción. Ve un día a la Casa del Migrante en la colonia Postal, has una encuesta y pregúntale a la gente como los ha tratado nuestra mexicana y patriota policía en esta ciudad.
Ahora que si eres centroamericano y has llegado hasta aquí, no puedo menos que felicitarte. He hablado con hondureños y guatemaltecos que me han comentado que después de vivir la odisea de ser capturados por piadosos, tolerantes y empáticos migras mexicanos en Tapachula o Comitán y vivir la travesía de los trenes del Sur, Arizona les acaba por resultar algo muy parecido a Disneylandia.