Cuando el Armagedón tenga a bien venir a saludarnos, yo no me habré dado por enterado. El Fin del Mundo tomará asiento entre nosotros, los caballos de los cuatro jinetes apocalípticos llegarán a comer pasto a nuestro jardín y yo me enteraré al leer la noticia un par de horas después en el portal de algún medio sudamericano donde estaría rastreando el último resultado de Chacarita Juniors o un texto inédito de Ernesto Sábato. Sólo entonces me enteraré de que el mundo en el que vivo se ha acabado.
La tierra bajacaliforniana tembló el Domingo de Pascua. Durante mi infancia este día era sinónimo de salir a buscar huevos pintados repletos de confeti, ocultos en la inmensidad del jardín de Río San Juan. Dicen que una Coneja los escondía. El pincel de mi madre hacía de cada huevo una obra de arte y al romperlos en la cabeza del prójimo uno sentía que estaba atentando contra un patrimonio cultural. Hace mucho, muchísimo que no rompo un huevo de Pascua, pero este domingo la que se rompió fue la yerma tierra mexicalense.
No sentimos el temblor. Nos pasó simplemente desapercibido. A la hora en que ocurrió íbamos por la carretera retornando del supermercado en Rosarito. Era una tarde hermosa y el Pacífico se engalanaba con un horizonte de nube discreta y azul profundo. En la carretera el único temblor que sentimos fue la furia de Iker, a quien ofende en lo más profundo de sus sentimientos ser colocado en el portabebé. Iker sostiene que su voluntad está por encima del reglamento de tránsito. Él adora la idea de salir a pasear en carro, pero siempre y cuando viaje en los brazos de su madre, pues eso de ser colocado en un portabebé le parece degradante e inaceptable. Así las cosas, mientras Iker nos exponía furioso los motivos por los que no considera correcto ni propio ser colocado dentro de ese inmundo artefacto que lo aprisiona y exigía ser llevado en brazos, la tierra bajacaliforniana tembló.
Cuando entramos a la colonia había un montón de gente en la calle, pero no nos quedó claro lo que estaba sucediendo. Un Domingo de Pascua, una tarde hermosa, la gente está alegre y ha salido al parque, supusimos. Minutos después nos llamó la madre de Carolina para preguntarnos dónde nos había agarrado el temblor. Caray, pues no sentimos nada y sin embargo su escala fue tan ruda como la de Haití. Pobre Mexicali. Esa ciudad está tocada por el dedo del Diablo, pero me queda claro que si algún día el epicentro es en Tijuana las consecuencias serán mucho peores para nosotros. Mexicali es plano como una mesa de billar hecha de arena y aburrimiento. Tijuana es el caos cósmico jugando a ser ciudad. Hay tantas dosis de Fin del Mundo en el entorno y tal sensación de irrealidad en estos días, que acaso voy cabalgando en ancas de un caballo de jinete apocalíptico y yo aún juro que estoy patinando sobre algo que se parece a un arcoíris sobre el Pacífico.