Eterno Retorno

Wednesday, April 29, 2009

Primero me sentí dentro de los capítulos de una novela como “La muerte en Venecia” de Thomas Mann o “La línea de sombra” de Joseph Conrad. La omnipresencia del fantasma de la peste al acecho en cada rincón, en cada bocanada. El ancestral pavor al enemigo invisible, el sentirnos absurdamente frágiles, vulnerables, desarmados. Somos de espíritu irremediablemente medieval; frente a nosotros arden pentagramas de fuego y marchan procesiones de flagelantes para conjurar al Mal. La sospecha, la desconfianza, el rumor, la marca en la frente del apestado y el compulsivo cacareo beato evocando a castigos divinos y Apocalipsis fulminantes. Ay de aquellos. Encerrados a piedra y lodo en nuestras fortalezas, veremos irrumpir de pronto la Máscara de la Muerte Roja. El asunto me motivó a releer “La enfermedad y sus metáforas” de Susan Sontag y caigo en la cuenta que la actitud humana frente a la patología no ha variado demasiado desde la Edad Media. Bueno, eso me sucedió los dos primeros días. Ahora, si quieren que les sea franco, estoy básicamente hasta la madre, víctima del hastío existencial que me provocan los grandes guajoloteos mediáticos. El viernes 24 por la mañana, los medios locales aún estaban en la pendeja, papando moscas y ni siquiera acertaban a meter el tema en las conferencias de prensa, pero en cuestión de horas, los mocos de los marranos se transformaron no solo en el tema principal de este país, sino en el único posible. La noche del lunes 27 sufrimos la peor masacre de policías en nuestra ya de por sí sangrienta historia. En menos de 60 minutos la mafia nos mató siete oficiales en distintas partes de la ciudad. En otro contexto el asunto hubiera generado indignación, críticas, reacciones en cadena. Hoy quedó reducido a un lejano segundo plano. Ni un medio nacional lo destacó y la atención de los locales fue discreta. Sólo había tinta, saliva y oídos para los mocos de cerdo.

Alguna vez escribí en este mismo espacio sobre esa Gran Puta llamada noticia, una cortesana cuya carrera en el estrellato es cada vez más efímera. La Gran Puta es aquel tema noticioso de moda que acapara los titulares de todos los medios y que se cuela a todas las conversaciones de sobremesa. La Gran Puta vive cada mes menos, pues el público demanda pronto a su sustituta, una puta más joven y fresca que antes de llegar a la edad adulta será igualmente desplazada por otra, pero durante las horas de su reinado, su poder es total. Hoy la Gran Puta se llama gripe de puercos. Como fenómeno noticioso, de propagación de rumores, bola de nieve y contra información vale la pena analizarse.
Ahí tienes a todos los reporteros de México subidos en el mismo tren, cantando la misma rola, escupiendo la misma perorata imbécil, hablando como expertos en un tema que hace tres días ignoraban por completo. Voy a proponerlo como tema de estudio en el diplomado de Periodismo que impartimos en la Ibero.


Basta que a un coro mediático se le ocurra de pronto eructar a los cuatro vientos que contemplar la luna está produciendo ceguera y que el contacto con los canarios genera lepra para que un millón de pendejos despavoridos se tapen los ojos y asesinen pájaros. Al paso que vamos, sólo falta que me pidan que me corte la nariz de un hachazo para que los virus no entren a mi organismo. Me queda claro que en este caso, el paranoico remedio ha sido mucho, muchísimo peor que este pinche catarro de quinos.

Lo risible es que independientemente del tema que se trate, las reacciones que la Gran Puta noticia genera suelen ser siempre las mismas. Hasta se podrían hacer experimentos de laboratorio en donde el público fungiría como ratita blanca y nos encontraríamos siempre con las mismas reacciones. Ante cada gran desgracia nacional o tema de moda, surgen irremediablemente los mismos tipos de conducta. Sin duda te has topado estos días con esta clase de personajes:

El sabihondo: Un tipejo que hasta hace cuatro días jamás en su vida había escuchado hablar de la gripe porcina, es hoy un doctor capaz de disertar sobre tipos de virus, periodos de incubación y sintomatología.

El paranoico: Es muy fácil reconocerlo: Es el que va a todos lados con el rostro cubierto por un tapabocas que nada puede tapar. Lleva un botecito de alcohol en la bolsa para empaparse las manos cada cinco minutos y no saluda de beso ni a su mujer. Por supuesto, jamás se permite un apretón de manos y al menor estornudo siente que la peste ya carcome sus entrañas.

El valentón valemadrista: Este cabrón le grita a los cuatro vientos que a él la enfermedad se la pela, que se la cura con tequila, mezcal y limón y que esto es una ridícula exageración paranoica. (Si tengo que elegir uno de los cinco, este es con el que más me identifico)

El conspirador: Este pendejete con complejo de interesante jamás falta en los grandes dramas nacionales. Es el mismo que dijo que a Colosio lo mató Salinas y que al avión de Mouriño lo tiraron. Por supuesto, el conspirador (un tipo generalmente izquierdozoide) sostiene que según información privilegiada que sólo él posee, la influenza fue sembrada por el imperio yanqui o es una estrategia panista para distraer a la población del gran fraude electoral que prepara el gobierno del presidente espurio.

El chistorete: Esta mexicanísima figura, es la misma que hizo chistes del Chupacabras, el Temblor, San Juanico, las crisis y todo un rosario de desgracias nacionales que en segundos se transforman en ataque de risa o comentario soez.