Tarde de sàbado en Shanghai. Un negro cielo oculta las cùpulas de los rascacielos. La ciudad de la furia oriental navega en el ojo de la tormenta. Una helada lluvia pertinaz es nuestra terca compañera desde el amanecer. Antes del medio dìa mi espìritu estepario se impone y me separo de grupo. Pocos placeres tan intensos como deambular solo en una metrópoli desconocida. Estoy en el Palacio de la Seda. Hay veces que crees haberlo sentido todo, pero en tardes como esta caes en la cuenta de que el misterio de la vida se reinventa cada dìa y la fascinación yace oculta en los màs sencillos detalles. Ver un mundo radicalmente opuesto al tuyo siempre puede sacudirte la cabeza, pero hoy los palacios de Oriente pasan a segundo plano. Cuando compro un trajecito rojo para nuestro hijo, reparo en que nunca en esta vida me había sentido asì. Carajo, ¿te das cuenta?, Estàs comprando algo para tu bebè. No es para un sobrinito o un primito. No. Es para Nuestro Hijo. ¿Lo puedes creer? Yo no. No lo acabo de creer. Esto sì que es fantasìa. Con el trajecito en bolsa camino por las calles empapadas. Cae la noche, la lluvia no cesa. Destellos de neòn brillan en las tinieblas. La vida es extraña, fascinante, un cuento mágico en donde todas las sorpresas son posibles.
Monday, April 06, 2009
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