Historia de una infamia
Lydia Cacho
Grijalbo
Por Daniel Salinas Basave
Hay libros terapéuticos, libros exorcismo, aquellos donde las palabras liberaron a su autor de las sombras y las pesadillas. Hay libros que son la única tabla de salvación en medio de un Océano en tempestad. Después de leer “Memorias de una infamia” me quedó claro que la colega Lydia Cacho necesitaba escribir este libro. Era un exorcismo, sí, pero también un deber moral, la última alternativa de supervivencia. Cuando la infamia del poderoso se ha consumado (y en este país se consuma todos los días), las letras son al final la única arma que queda en el arsenal del honesto.
Hace cuatro años los demonios irrumpieron en los aparadores de las librerías y en las conciencias de miles de ciudadanos. Después de su irrupción ya nada fue igual. En un universo editorial plagado de los siempre oportunistas “libros maruchán” escritos a la carrera y destinados a caducar a los tres días como texto de moda, “Los demonios del edén” de Lydia Cacho rompió paradigmas. De entrada tocó un tema que sin ser necesariamente tabú, no había sido objeto de ninguna investigación seria, como es el de las redes de pedófilos protegidos por la cúpula político- empresarial mexicana. Pero más allá del suceso editorial y la sacudida de conciencias, el libro de Lydia generó a partir de su publicación reacciones y efectos dignos de una nueva obra. Un nuevo drama nacido a raíz de la publicación de una obra de por sí dramática es lo que se expone aquí. El quijotesco desafío del periodista contra el monstruo, contra los demonios dueños de infiernos individuales en empresas, ministerios y secretarías. “Los demonios del edén” demostró que con todo y el óxido que la corroe, la siniestra maquinaria político-judicial mexicana sigue tan vigente en el Siglo XXI como lo estuvo en los más oscuros tiempos del priismo. El reportaje sacó a la superficie una red de complicidades entre empresarios y políticos protectores de pederastas y al ver la luz puso a trabajar la infinita capacidad de venganza y rencor de esa misma maquinaria que por naturaleza se considera omnipotente e inmune, capaz de aplastar a todo aquel que la cuestione. Lo que “Los demonios del edén” provocó es conocido por todo aquel mexicano que haya seguido regularmente las noticias nacionales. El secuestro de la autora orquestado por el Gobernador de Puebla Mario Marín y el empresario Kamel Nacif, el tráfico de influencias, la compra de testigos, los procesos manipulados, los acuerdos políticos y finalmente el fallo de la Suprema Corte de Justicia. La profundidad y la hediondez de la cloaca destapada a raíz de la publicación de “Los demonios del edén” sin duda sorprendió a la propia Cacho. El nombre de Mario Marín, por ejemplo, aún no aparecía en el escenario ni se tenía idea de la tropa de intereses políticos que había detrás de los pederastas de Cancún.
En este país la libertad de expresión suele terminar donde empieza el poder de un empresario. El libro de Lydia Cacho es un grito de dignidad, un combate de Quijote contra molinos omnipotentes e impunes. Lo más triste de “Historia de una infamia”, es que la infamia al final se consumó. La única luz de esperanza, es que hubo el valor y el espíritu combativo para escribirla y mantener contra viento y marea ese último reducto de dignidad.
Lydia Cacho
Grijalbo
Por Daniel Salinas Basave
Hay libros terapéuticos, libros exorcismo, aquellos donde las palabras liberaron a su autor de las sombras y las pesadillas. Hay libros que son la única tabla de salvación en medio de un Océano en tempestad. Después de leer “Memorias de una infamia” me quedó claro que la colega Lydia Cacho necesitaba escribir este libro. Era un exorcismo, sí, pero también un deber moral, la última alternativa de supervivencia. Cuando la infamia del poderoso se ha consumado (y en este país se consuma todos los días), las letras son al final la única arma que queda en el arsenal del honesto.
Hace cuatro años los demonios irrumpieron en los aparadores de las librerías y en las conciencias de miles de ciudadanos. Después de su irrupción ya nada fue igual. En un universo editorial plagado de los siempre oportunistas “libros maruchán” escritos a la carrera y destinados a caducar a los tres días como texto de moda, “Los demonios del edén” de Lydia Cacho rompió paradigmas. De entrada tocó un tema que sin ser necesariamente tabú, no había sido objeto de ninguna investigación seria, como es el de las redes de pedófilos protegidos por la cúpula político- empresarial mexicana. Pero más allá del suceso editorial y la sacudida de conciencias, el libro de Lydia generó a partir de su publicación reacciones y efectos dignos de una nueva obra. Un nuevo drama nacido a raíz de la publicación de una obra de por sí dramática es lo que se expone aquí. El quijotesco desafío del periodista contra el monstruo, contra los demonios dueños de infiernos individuales en empresas, ministerios y secretarías. “Los demonios del edén” demostró que con todo y el óxido que la corroe, la siniestra maquinaria político-judicial mexicana sigue tan vigente en el Siglo XXI como lo estuvo en los más oscuros tiempos del priismo. El reportaje sacó a la superficie una red de complicidades entre empresarios y políticos protectores de pederastas y al ver la luz puso a trabajar la infinita capacidad de venganza y rencor de esa misma maquinaria que por naturaleza se considera omnipotente e inmune, capaz de aplastar a todo aquel que la cuestione. Lo que “Los demonios del edén” provocó es conocido por todo aquel mexicano que haya seguido regularmente las noticias nacionales. El secuestro de la autora orquestado por el Gobernador de Puebla Mario Marín y el empresario Kamel Nacif, el tráfico de influencias, la compra de testigos, los procesos manipulados, los acuerdos políticos y finalmente el fallo de la Suprema Corte de Justicia. La profundidad y la hediondez de la cloaca destapada a raíz de la publicación de “Los demonios del edén” sin duda sorprendió a la propia Cacho. El nombre de Mario Marín, por ejemplo, aún no aparecía en el escenario ni se tenía idea de la tropa de intereses políticos que había detrás de los pederastas de Cancún.
En este país la libertad de expresión suele terminar donde empieza el poder de un empresario. El libro de Lydia Cacho es un grito de dignidad, un combate de Quijote contra molinos omnipotentes e impunes. Lo más triste de “Historia de una infamia”, es que la infamia al final se consumó. La única luz de esperanza, es que hubo el valor y el espíritu combativo para escribirla y mantener contra viento y marea ese último reducto de dignidad.