Nueve años
He conocido mucha gente que tiene pavor a dar el sí, que experimentan síntomas de crisis nerviosa y quiebre psicológico previo a una boda, que padecen noches de insomnio y al final acaban por dejar plantada en el altar a la novia con la que llevan más de diez años.
He conocido parejas que pasan dos años diseñando las invitaciones, que apartan el salón más fino con cinco años de anticipación, que se pelean por la iglesia de moda, que hacen a sus padres tirar los ahorros de toda una vida en una noche de fiesta donde la gente solamente acude a comerlos vivos con su lengua de serpiente. Parejas que empeñan su vida entera en una boda y que a los seis meses están divorciados.
Y sí, obvia decirlo, he conocido demasiadas parejas infelices, parejas para las que una boda significa un sepulcro del amor. Ellos aferrados a sus clubs de toby, a sus patéticas pedas machistas, a sus reuniones de cantina y dominó donde se habla de carros, sueldos, pisto e infidelidades. Ellas aferradas a sus cofradías de gordas, a sus baby showers donde sólo se habla de mocosos con mierda embarrada en el culo, del kinder más caro, de la sirvienta, de la nueva dieta y de lo cerda que se ha puesto la amiga ausente. Parejas que sólo salen juntos la noche de Navidad y cuya misión en la vida es parir.
Visto así, el matrimonio podría parecer una pesadilla. Ahora, si tomamos en cuenta que soy de naturaleza solitaria, que soy básicamente insoportable, que no tengo un carácter fácil ni amistoso, todos los pronósticos hubieran indicado que yo no estaba hecho para el matrimonio.
Pero los pronósticos están hechos para romperse y resulta que me casé y no solo eso, sino que he sido muy feliz. Cuando di el paso no lo pensé dos veces, ni tuve siquiera una noche de insomnio o un mínimo titubeo. Una decisión tan trascendente en tu vida puede ser muy fácil si sabes que te estás casando con la persona adecuada. Yo fui afortunado. Eso no se analiza ni se estudia. Se siente y los sentimientos nunca son mentirosos. He cometido algunos o acaso muchos errores en mi vida sobre todo en el plano académico, laboral y profesional en donde aún hay mucho por enmendar y donde estoy lejos de sentirme medianamente satisfecho.
Pero en el terreno amoroso tomé la mejor decisión de mi vida y como no todos los días toma uno la mejor decisión de su vida, luego entonces ese día merece ser celebrado. FELICES NUEVE AÑOS.
He conocido mucha gente que tiene pavor a dar el sí, que experimentan síntomas de crisis nerviosa y quiebre psicológico previo a una boda, que padecen noches de insomnio y al final acaban por dejar plantada en el altar a la novia con la que llevan más de diez años.
He conocido parejas que pasan dos años diseñando las invitaciones, que apartan el salón más fino con cinco años de anticipación, que se pelean por la iglesia de moda, que hacen a sus padres tirar los ahorros de toda una vida en una noche de fiesta donde la gente solamente acude a comerlos vivos con su lengua de serpiente. Parejas que empeñan su vida entera en una boda y que a los seis meses están divorciados.
Y sí, obvia decirlo, he conocido demasiadas parejas infelices, parejas para las que una boda significa un sepulcro del amor. Ellos aferrados a sus clubs de toby, a sus patéticas pedas machistas, a sus reuniones de cantina y dominó donde se habla de carros, sueldos, pisto e infidelidades. Ellas aferradas a sus cofradías de gordas, a sus baby showers donde sólo se habla de mocosos con mierda embarrada en el culo, del kinder más caro, de la sirvienta, de la nueva dieta y de lo cerda que se ha puesto la amiga ausente. Parejas que sólo salen juntos la noche de Navidad y cuya misión en la vida es parir.
Visto así, el matrimonio podría parecer una pesadilla. Ahora, si tomamos en cuenta que soy de naturaleza solitaria, que soy básicamente insoportable, que no tengo un carácter fácil ni amistoso, todos los pronósticos hubieran indicado que yo no estaba hecho para el matrimonio.
Pero los pronósticos están hechos para romperse y resulta que me casé y no solo eso, sino que he sido muy feliz. Cuando di el paso no lo pensé dos veces, ni tuve siquiera una noche de insomnio o un mínimo titubeo. Una decisión tan trascendente en tu vida puede ser muy fácil si sabes que te estás casando con la persona adecuada. Yo fui afortunado. Eso no se analiza ni se estudia. Se siente y los sentimientos nunca son mentirosos. He cometido algunos o acaso muchos errores en mi vida sobre todo en el plano académico, laboral y profesional en donde aún hay mucho por enmendar y donde estoy lejos de sentirme medianamente satisfecho.
Pero en el terreno amoroso tomé la mejor decisión de mi vida y como no todos los días toma uno la mejor decisión de su vida, luego entonces ese día merece ser celebrado. FELICES NUEVE AÑOS.