Pasos de Gutenberg
El Imperio Otomano 1300-1650
Colin Imber
Byblos
Por Daniel Salinas Basave
Turquía está llamando y llama cada vez más fuerte. Si en este momento me preguntaran cuál es la ciudad que más deseo conocer en el mundo, la respuesta es rápida, concreta y sin ápice de duda: Estambul.
En ese espacio mítico entre Europa y Asia, bajo el puente de Gálata, en las aguas del Bósforo y del Cuerno de Oro, se han escrito algunas de las páginas más fascinantes de la humanidad.
Cómo no caer seducido ante el hechizo de Constantinopla, la sede del Imperio Romano de Oriente, capital del Imperio Bizantino, cuna de la Iglesia Ortodoxa.
Cómo no desear entrar a Santa Sofía, máxima catedral de la Iglesia Ortodoxa en la Edad Media, transformada en mezquita a partir de 1453.
Por cierto, si hay una gesta épica sobre la que no me canso de leer, es la toma de Constantinopla por los turcos el 29 de mayo de 1453.
Por lo pronto, en lo que el viaje soñado se concreta, es Orhan Pamuk quien se encarga de pasearme por las calles de Estambul a través de las páginas de su fascinante Libro Negro.
Pero paralelo al hedonismo puro que ha significado la novela del Nóbel turco, me he dado a la tarea de leer una obra que en canchas historiográficas es ambiciosa y exhaustiva como pocas: El Imperio Otomano de Colin Imber.
Desconozco si exista en idioma español una investigación tan profunda y minuciosa sobre el surgimiento, desarrollo, usos y costumbres de un imperio que algún día estuvo entre los más grandes y poderosos del planeta y que en su momento torció el rumbo de Oriente y Occidente.
Vaya, sobran publicaciones sobre Grecia, Roma y Egipto, por hablar de la Edad Antigua y mucho se ha escrito sobre los imperios británico y ruso por hablar de las edades Moderna y Contemporánea, pero el Imperio Otomano ha sido injustamente ignorado.
Se nos olvida que en su momento fue un imperio cuyo territorio abarcaba desde Bagdad hasta las puertas de Viena, que durante siglos fueron amos y señores de ese polvorín social llamado Los Balcanes (palabra turca por cierto) que controlaron Grecia, Albania, Armenia, Bulgaria y que de no haber sido por Lepanto, acaso hubieran puesto la bandera de la media luna en la Europa Occidental.
Mal que bien, desde la toma de Constantinopla en 1453 y hasta el final de la Primera Guerra Mundial en 1918, el Otomano fue un imperio que impuso su absoluta supremacía.
El de Imber es un trabajo de orfebre, de tejedor de minucias, de buceador de profundidades, un relojero total.
Lo único que lamento, es que su libro se limite al surgimiento del imperio al inicio del Siglo XIV y concluya en su esplendor, en 1650. Hubiera sido fascinante llegar a hasta los tiempos de Ataturk, de la Turquía moderna a las puertas de la Comunidad Económica Europea, pero tal vez es demasiado pedir.
Ahora bien, más que una crónica del surgimiento del Imperio Otomano, sus personajes y sus gestas épicas, estamos ante un retrato de su organización política y social.
Imber no deja cabos sueltos, pues analiza lo mismo la conformación de sultanatos, califatos, la organización jerárquica del ejército, la administración de justicia, la dinámica de la sociedad otomana, las costumbres familiares, la forma de regir las provincias, el comercio, sus técnicas de navegación. Los hechos históricos en cambio le merecen apenas menciones. La toma de Constantinopla, de la que yo esperaba un largo capítulo especial, le merece apenas unos párrafos, pero sí hay en cambio decenas de páginas para explicar la organziación política en provincias otomanas.
Aún así, debo admitir que la lectura me deja con varios sin embargos. De entrada, se trata de un trabajo que peca por momentos de un exceso de academicismo. No hay vibra ensayística y ni ápice de licencias narrativas, aunque sí una sólida investigación. Tal vez Turquía me evoca magia y aquí veo exceso de tecnicismo. Pero la verdad, si queremos acercarnos en algo a entender ese misterio llamado Turquía, el de Imber es un texto obligado.
El Imperio Otomano 1300-1650
Colin Imber
Byblos
Por Daniel Salinas Basave
Turquía está llamando y llama cada vez más fuerte. Si en este momento me preguntaran cuál es la ciudad que más deseo conocer en el mundo, la respuesta es rápida, concreta y sin ápice de duda: Estambul.
En ese espacio mítico entre Europa y Asia, bajo el puente de Gálata, en las aguas del Bósforo y del Cuerno de Oro, se han escrito algunas de las páginas más fascinantes de la humanidad.
Cómo no caer seducido ante el hechizo de Constantinopla, la sede del Imperio Romano de Oriente, capital del Imperio Bizantino, cuna de la Iglesia Ortodoxa.
Cómo no desear entrar a Santa Sofía, máxima catedral de la Iglesia Ortodoxa en la Edad Media, transformada en mezquita a partir de 1453.
Por cierto, si hay una gesta épica sobre la que no me canso de leer, es la toma de Constantinopla por los turcos el 29 de mayo de 1453.
Por lo pronto, en lo que el viaje soñado se concreta, es Orhan Pamuk quien se encarga de pasearme por las calles de Estambul a través de las páginas de su fascinante Libro Negro.
Pero paralelo al hedonismo puro que ha significado la novela del Nóbel turco, me he dado a la tarea de leer una obra que en canchas historiográficas es ambiciosa y exhaustiva como pocas: El Imperio Otomano de Colin Imber.
Desconozco si exista en idioma español una investigación tan profunda y minuciosa sobre el surgimiento, desarrollo, usos y costumbres de un imperio que algún día estuvo entre los más grandes y poderosos del planeta y que en su momento torció el rumbo de Oriente y Occidente.
Vaya, sobran publicaciones sobre Grecia, Roma y Egipto, por hablar de la Edad Antigua y mucho se ha escrito sobre los imperios británico y ruso por hablar de las edades Moderna y Contemporánea, pero el Imperio Otomano ha sido injustamente ignorado.
Se nos olvida que en su momento fue un imperio cuyo territorio abarcaba desde Bagdad hasta las puertas de Viena, que durante siglos fueron amos y señores de ese polvorín social llamado Los Balcanes (palabra turca por cierto) que controlaron Grecia, Albania, Armenia, Bulgaria y que de no haber sido por Lepanto, acaso hubieran puesto la bandera de la media luna en la Europa Occidental.
Mal que bien, desde la toma de Constantinopla en 1453 y hasta el final de la Primera Guerra Mundial en 1918, el Otomano fue un imperio que impuso su absoluta supremacía.
El de Imber es un trabajo de orfebre, de tejedor de minucias, de buceador de profundidades, un relojero total.
Lo único que lamento, es que su libro se limite al surgimiento del imperio al inicio del Siglo XIV y concluya en su esplendor, en 1650. Hubiera sido fascinante llegar a hasta los tiempos de Ataturk, de la Turquía moderna a las puertas de la Comunidad Económica Europea, pero tal vez es demasiado pedir.
Ahora bien, más que una crónica del surgimiento del Imperio Otomano, sus personajes y sus gestas épicas, estamos ante un retrato de su organización política y social.
Imber no deja cabos sueltos, pues analiza lo mismo la conformación de sultanatos, califatos, la organización jerárquica del ejército, la administración de justicia, la dinámica de la sociedad otomana, las costumbres familiares, la forma de regir las provincias, el comercio, sus técnicas de navegación. Los hechos históricos en cambio le merecen apenas menciones. La toma de Constantinopla, de la que yo esperaba un largo capítulo especial, le merece apenas unos párrafos, pero sí hay en cambio decenas de páginas para explicar la organziación política en provincias otomanas.
Aún así, debo admitir que la lectura me deja con varios sin embargos. De entrada, se trata de un trabajo que peca por momentos de un exceso de academicismo. No hay vibra ensayística y ni ápice de licencias narrativas, aunque sí una sólida investigación. Tal vez Turquía me evoca magia y aquí veo exceso de tecnicismo. Pero la verdad, si queremos acercarnos en algo a entender ese misterio llamado Turquía, el de Imber es un texto obligado.