BACK TO THE USA
Tío Sam ha vuelto a admitirme en su territorio con los brazos abiertos. Sí señores: Tengo nueva visa. Bueno, más bien dicho nuevas visas, pues matamos dos pajarrakos de un tiro. La visa de turista normal que caducará el 11 de febrero del 2018 y la visa de periodista que de una vez renové por aquello de las coberturas electorales en este año y lo que se pueda ofrecer (total, si me vuelven a invitar a Washington no me enojo). Tres semanas exactamente fue lo que duré confinado a este lado de la frontera y sólo puedo decir que es una sensación realmente desagradable. Por primera vez en toda mi vida estuve legalmente imposibilitado para pasar del otro lado de esa barda que todos los días contemplo. Jamás en mi existencia se me había negado la entrada a la casa vecina y la sensación de estar limitado de esa manera es pestilente. Sí, ya veo a los patrioteros con su camiseta de chivas berreando que con mi México lindo y querido les basta y sobra, pero cuando vives en la frontera y no puedes cruzarla es el equivalente a estar mutilado. Tal vez si viviera en el centro o sur de la República la cosa no sería tan grave, pero se les olvida que antes que en una ciudad vivimos en una región, en una zona fronteriza, una megalópolis que corre desde Los Ángeles a Ensenada. No soy ni he sido nunca un fan del shopping y San Diego jamás me ha seducido, pero he de confesar que apenas tuve mi nuevo documento en la mano, corrí a cruzar la línea para comprar un regalo para Carolina en VS (tenemos razones históricas reales y específicas para celebrar el 14 de febrero que van mucho más allá de la estúpida comercialidad de este día) y una botella de Black Label para brindar por este retorno a la otra mitad. Por lo pronto, la cuenta regresiva rumbo al 19 de febrero está contando.
La Gran Bestia y yo no podíamos estar separados en esta ocasión tan especial. La Doncella de Hierro no podía salir a tocar en Los Ángeles sin la presencia de su hijo más fiel.
Tío Sam ha vuelto a admitirme en su territorio con los brazos abiertos. Sí señores: Tengo nueva visa. Bueno, más bien dicho nuevas visas, pues matamos dos pajarrakos de un tiro. La visa de turista normal que caducará el 11 de febrero del 2018 y la visa de periodista que de una vez renové por aquello de las coberturas electorales en este año y lo que se pueda ofrecer (total, si me vuelven a invitar a Washington no me enojo). Tres semanas exactamente fue lo que duré confinado a este lado de la frontera y sólo puedo decir que es una sensación realmente desagradable. Por primera vez en toda mi vida estuve legalmente imposibilitado para pasar del otro lado de esa barda que todos los días contemplo. Jamás en mi existencia se me había negado la entrada a la casa vecina y la sensación de estar limitado de esa manera es pestilente. Sí, ya veo a los patrioteros con su camiseta de chivas berreando que con mi México lindo y querido les basta y sobra, pero cuando vives en la frontera y no puedes cruzarla es el equivalente a estar mutilado. Tal vez si viviera en el centro o sur de la República la cosa no sería tan grave, pero se les olvida que antes que en una ciudad vivimos en una región, en una zona fronteriza, una megalópolis que corre desde Los Ángeles a Ensenada. No soy ni he sido nunca un fan del shopping y San Diego jamás me ha seducido, pero he de confesar que apenas tuve mi nuevo documento en la mano, corrí a cruzar la línea para comprar un regalo para Carolina en VS (tenemos razones históricas reales y específicas para celebrar el 14 de febrero que van mucho más allá de la estúpida comercialidad de este día) y una botella de Black Label para brindar por este retorno a la otra mitad. Por lo pronto, la cuenta regresiva rumbo al 19 de febrero está contando.
La Gran Bestia y yo no podíamos estar separados en esta ocasión tan especial. La Doncella de Hierro no podía salir a tocar en Los Ángeles sin la presencia de su hijo más fiel.