Eterno Retorno

Monday, January 28, 2008

Las balas son terriblemente mediáticas. No sólo son capaces de tumbar cuerpos, sino que tumban casi cualquier noticia destinada a la primera plana y barren con las conversaciones de sobremesa. Los voceadores las aman, pues saben bien que las balas venden. Una portada política significa una tarde de hambre para la familia del voceador. La política es un buen somnífero y se recomienda para combatir el insomnio. Sin embargo, al amanecer del 18 de enero, cuando la balacera de La Mesa ocupaba las portadas de todos los medios impresos, los voceadores supieron que los aguardaba un día de vacas muy gordas, un día de esos de papel caliente.

Contrario a lo que mucha gente ha dicho sin conocimiento de causa, el 17 de enero no fue ni por mucho el día más violento de Tijuana, pero sí el mediáticamente más espectacular. Tal vez si nuestra medida sea el peso el plomo por los cartuchos desparramados, la balacera de La Mesa tiene el record, pero si lo medimos en litros de sangre, el cruel record lo tiene la matanza del Sauzal, el 16 de septiembre de 1998, donde, al igual que la noche del 14 al 15 de enero, hubo cuerpos sacrificados de niños y mujeres. La balacera en Ermita fue ideal para la tele y la fotografía. En términos deportivos fue como un partido de los Globe Trotters. Pura y vil espectacularidad. Un show en vivo y a todo color, oro puro para una audiencia hambrienta de reality snuff. La violencia tijuanera se apoderó de las conversaciones porque salió a la superficie con un desparpajo nunca antes visto. Imaginen a Tijuana como un mar en cuyas aguas nadan miles de tiburones. Los tiburones llevan mucho tiempo ahí. Vemos las aletas, las colas, de vez en cuando la cabeza al dar una dentellada y cubrir el agua de sangre. Lo que pasó el 17 de enero fue que los tiburones saltaron de cuerpo completo a la superficie y dieron un show estilo Sea World. Fue entonces cuando el gran público descubrió que no son míticos, sino horriblemente reales.

Desde el 17 de enero ha seguido habiendo ejecuciones en Baja California (¿algún día ha dejado de haberlas?) Lo que pasó es que el show bajó la espectacularidad y optó por el bajo perfil. Los muertos encobijados de cada mañana son muy discretos y les gusta descansar en notas de tres párrafos. La guerra no ha cesado, ni es cierto que el 17 de enero se escenificó la batalla final. La guerra sigue en píe, pero la Maña está sangrando. Del Ejército depende que se desangre por completo y no vuelva a cicatrizar su herida.

Nunca antes como ahora había escuchado tantas y tantas versiones, teorías y elucubraciones sobre el origen y destino de toda esta mierda. Si en el Mundial todos somos directores técnicos, hoy parece que cada tijuanense es un Blancornelas en potencia. Todos son expertos en narco hoy en día, todos saben vida y obra de los nuevos capos del CAF, todos son criminólogos y tienen hilos negrísimos en sus manos.

¿Se va a acabar la violencia en Tijuana? Tendría que cambiar su geografía, política y física. Mientras la geopolítica nos condene a ser la puerta de Latinoamérica a California, no acabará. A ello a súmale nuestra anárquica topografía. En una ciudad totalmente plana y sin escondrijos, no brotaría como hongos la malandrada.

No coincido con quienes están en contra de la presencia de los militares. Yo apoyo totalmente la militarización. Tampoco creo en quienes piensan que es una cuestión de actitud ciudadana. He recibido un correo donde me sugieren que prendamos una vela y pidamos por la paz en Tijuana, repitiendo como un mantra que en esta tierra es pacífica. Hablan del poder irreductible de una idea, de la energía de un deseo común. Ojalá fuera sólo eso. Cierto que a los tijuanenses nos falta solidaridad en este y cualquier tema, pues lo único capaz de unirnos es la fila para cruzar a San Diego (algo de lo que en este preciso momento estoy por la fuerza excluido) La actitud ayuda, pero al final las balas matarán por igual a optimistas y pesimistas. Tampoco coincido con quienes dicen que aquí solo se mueren los ricos o los mañosos. Puedo enumerarte por lo menos cinco personas con ingresos menores a los 20 mil pesos mensuales que han sido víctimas del secuestro (pagar un carro del año a plazos suele ser carnada para tiburones) y más de 30 inocentes a los que les cayó una bala por estar en el sitio equivocado.

Por lo que a mí respecta, de los jinetes del Apocalípsis del 2008, el que más me aterra no son las balas, sino la recesión mundial. Esas tablitas incomprensibles de la sección financiera y esos loquitos encorbatados que corren como cucarachos entre las pantallas de Wall Street con cara de pavor, me aterran más que los sicarios disparando sus cuernos de chivo desde el techo de un kinder.
Me cuesta trabajo creer que haya semejantes pendejos capaces de alegrarse por la recesión de Estados Unidos. Se lo merece Bush, dicen los muy imbéciles. No se dan cuenta que es como alegrase porque el edificio de concreto del vecino se cae a pedazos, sin darse cuenta que los ladrillos que caen aplastarán nuestro tejabán de paja. La recesión nos joderá a todos por igual. Negocios cerrados, familias deprimidas, migraciones, suicidios, más criminalidad. El panorama más abominable de Baja California es ver sus negocios cerrados, sus casas abandonadas, caminar por la noche en Rosarito y sentir que estás en un pueblo fantasma, ver el Oasis Resort como un abominable kitch entre telarañas, los pescadores de Puerto Nuevo muriendo de hambre y la Avenida Revolución convertida en cadáver por el aburrimiento.


Ante fragor de la batalla y el rugir de la metralleta, muy poca gente reparó en un detalle que se dio el pasado 17 de enero, justo el día de la balacera en La Mesa. Fue una situación que no robó reflectores, pero que está dañando perramente a Tijuana, más aún que las sobrevaloradas balas de los sicarios. Me refiero al desempleo. A muy pocos metros del lugar en donde los ataúdes de los tres jefes policíacos asesinados recibían honores en Palacio y justo en el instante en que en la radiofrecuencia de la Policía se escuchaba que algo andaba mal por el rumbo de Ermita, más de 12 mil personas hacían fila frente a la expo empleo, ubicada en la misma explanada. Nadie me lo contó, yo estuve ahí. De hecho yo estaba a lado de Jorge Ramos cuando recibió por celular la noticia de la balacera. Aunque en la radiofrecuencia se captaba el terror de la tormenta de plomo, lo cierto es que los rostros de desesperación de padres de familia desempleados capaces de conformarse con lo que sea, con cualquier empleo, con una m´siera migaja de salario mínimo, me parecieron una escena igualmente terrorífica. Aunque el mandamás del Trabajo Estatal Renato Sandoval y el líder de Coparmex Jacobo Ackerman comentaron en el micrófono que la expo-empleo era un éxito por la gran convocatoria que tuvo, lo cierto es que fuera de grabadora aceptaron que estaban preocupados, pues se ofrecían 2 mil 500 empleos, pero por cada empleo ofrecido había cinco solicitantes y no solo morritos de 18 o 20 años recién egresados y dispuestos a gastarse en birrias su salario de hambre, sino padres de familia, con título y experiencia laboral, gente mayor y amas de casa. Ahí, en esa misma explanada, había una fotografía que ilustraba los dos grandes flagelos que golpean a Tijuana en el 2008.
Aunque los políticos quieren jugar a ser todo sonrisas y decir que nos irá muy bien por las inversiones record para obra pública, lo cierto es que el empresariado y por ende Juan Pueblo, no lo está pasando nada bien en este inicio de año. Yo tampoco. Me han robado mi visa, me han robado el ánimo, me han robado la memoria.