Cómo se las arregla el cielo de noviembre para ser tan triste?
Las tres de la tarde caen sobre nuestra casa vestidas de tinieblas. El Tales from The Twiligth World de Blind Guardian retumba en las en las bocinas. Desde los floreros las casablancas gambetean las sombras invernales y juegan a la primavera. Morris descansa. Cuando Carolina no está, simplemente duerme durante horas y se olvida de todo.
Anoche, ceremonia vikinga en House of Blues de San Diego. Cuernos de calvados elevados en el banquete de Odín, el Martillo de Thor despedazando el horizonte. Amon Amarth desparramó sobre nosotros la furia de paganas deidades. Poca gente, como era de esperarse. San Diego no es precisamente Metal City, mucho menos cuando se trata de bandas escandinavas y un lunes en la noche no suele ser el mejor momento para arrancar una gira americana. Valhalla Awaits Me, Runes to my Memory, Death in Fire, Versus the World sonaron contundentes, aunque mi amigo Octavio se quedó con las ganas de Gods of War Arise. Mitología nórdica ahogada en cerveza. Uno no acude a moderarse a esas tocadas. Podría repetir la dosis esta noche en Down, pero las circunstancias conspiran en mi contra.
Quieres hablarte de tú con la desolación? Toma el Trolley de media noche en el centro de San Diego. Con demasiados riffs y cervezas bailando en mi cabeza, me sumerjo en el ritual de los condenados. Rostros molidos por el cansancio de la derrota cotidiana, paisanos retornando a Tijuana como sombras. Sus cabezas rebotan en la ventana. Next station Beyer Bulevar. Voy leyendo El Crepúsculo de los ídolos. El buen Federiquito habla de belleza y fealdad. Abominamos de lo feo porque nos recuerda lo decadente, nuestra propia decadencia. Después despotrica contra Kant, contra Carlyle, contra George Sand y por un momento intuyo que tanto azotaje hubiera sido desechable si Lou Salomé le hubiera concedido al menos una buena cogida. Un sexo como Dios y el Diablo mandan, habría dado al traste con demasiada filosofía. Miro a mi alrededor. Paisanos dormidos o cabeceantes, negros hablando solos, whitethrashers borrachos. Palomar, Palm… Llegas a San Ysidro, cruzas el puente de la garita entre una fila de condenados, empujas la chirriante puerta metálica, bienvenido a Ciudad Secuestro. Como bandada de zopilotes amarillos te aguardan los taxistas. Los ignoras, caminas hasta el estacionamiento en Pueblo Amigo y emprendes la marcha. Es de madrugada, la niebla parece querer meterse a tu piel, el iPod está fatalmente descargado y en el asiento del copiloto va contigo el silencio. La carretera escénica se torna espectral un martes de madrugada, el mar es apenas una sospecha. Y si la niebla te tragara? Y si de pronto la razón se hace pedazos y los monstruos dormidos te juran que no existe lumbre bajo el océano? De repente, la carretera que recorres varias veces todos los días de tu vida, se transforma un paraje desconocido, una ruta hacia ninguna parte.
El mar es gris, como una plata opaca y oscurecida. En las profundidades aguardan bestias lovecraftianas. Las islas yacen ocultas en la niebla.
En las bocinas ya suena el Orchid de Opeth, Under the Weeping Moon en siniestra armonía con las tinieblas de la tarde. Morris ha despertado y simplemente no se encuentra en este mundo. El frío irrumpe.
Las tres de la tarde caen sobre nuestra casa vestidas de tinieblas. El Tales from The Twiligth World de Blind Guardian retumba en las en las bocinas. Desde los floreros las casablancas gambetean las sombras invernales y juegan a la primavera. Morris descansa. Cuando Carolina no está, simplemente duerme durante horas y se olvida de todo.
Anoche, ceremonia vikinga en House of Blues de San Diego. Cuernos de calvados elevados en el banquete de Odín, el Martillo de Thor despedazando el horizonte. Amon Amarth desparramó sobre nosotros la furia de paganas deidades. Poca gente, como era de esperarse. San Diego no es precisamente Metal City, mucho menos cuando se trata de bandas escandinavas y un lunes en la noche no suele ser el mejor momento para arrancar una gira americana. Valhalla Awaits Me, Runes to my Memory, Death in Fire, Versus the World sonaron contundentes, aunque mi amigo Octavio se quedó con las ganas de Gods of War Arise. Mitología nórdica ahogada en cerveza. Uno no acude a moderarse a esas tocadas. Podría repetir la dosis esta noche en Down, pero las circunstancias conspiran en mi contra.
Quieres hablarte de tú con la desolación? Toma el Trolley de media noche en el centro de San Diego. Con demasiados riffs y cervezas bailando en mi cabeza, me sumerjo en el ritual de los condenados. Rostros molidos por el cansancio de la derrota cotidiana, paisanos retornando a Tijuana como sombras. Sus cabezas rebotan en la ventana. Next station Beyer Bulevar. Voy leyendo El Crepúsculo de los ídolos. El buen Federiquito habla de belleza y fealdad. Abominamos de lo feo porque nos recuerda lo decadente, nuestra propia decadencia. Después despotrica contra Kant, contra Carlyle, contra George Sand y por un momento intuyo que tanto azotaje hubiera sido desechable si Lou Salomé le hubiera concedido al menos una buena cogida. Un sexo como Dios y el Diablo mandan, habría dado al traste con demasiada filosofía. Miro a mi alrededor. Paisanos dormidos o cabeceantes, negros hablando solos, whitethrashers borrachos. Palomar, Palm… Llegas a San Ysidro, cruzas el puente de la garita entre una fila de condenados, empujas la chirriante puerta metálica, bienvenido a Ciudad Secuestro. Como bandada de zopilotes amarillos te aguardan los taxistas. Los ignoras, caminas hasta el estacionamiento en Pueblo Amigo y emprendes la marcha. Es de madrugada, la niebla parece querer meterse a tu piel, el iPod está fatalmente descargado y en el asiento del copiloto va contigo el silencio. La carretera escénica se torna espectral un martes de madrugada, el mar es apenas una sospecha. Y si la niebla te tragara? Y si de pronto la razón se hace pedazos y los monstruos dormidos te juran que no existe lumbre bajo el océano? De repente, la carretera que recorres varias veces todos los días de tu vida, se transforma un paraje desconocido, una ruta hacia ninguna parte.
El mar es gris, como una plata opaca y oscurecida. En las profundidades aguardan bestias lovecraftianas. Las islas yacen ocultas en la niebla.
En las bocinas ya suena el Orchid de Opeth, Under the Weeping Moon en siniestra armonía con las tinieblas de la tarde. Morris ha despertado y simplemente no se encuentra en este mundo. El frío irrumpe.