Pasos de Gutenberg
Diana o la cazadora solitaria
Carlos Fuentes
Alfaguara
Por Daniel Salinas Basave
danibasave@hotmail.com
dsalinas@frontera.info
Esto de la bibliofilia tiene algunos vicios incurables y Carlos Fuentes es uno de ellos. Es un placer un poco culpable, como tomarse una cerveza cuando uno quiere estar a dieta. Que si muy atrás quedaron los años de gloria de Aura y La región más transparente, que si en los últimos 30 años no ha escrito nada respetable, que si es un cacique de las letras mexicanas, bla, bla, bla. Detractores le sobran a Fuentes y amantes también. Dejemos de contemplar ese altar que lo coloca como el monstruo sagrado de la narrativa mexicana contemporánea o señor feudal de las nuestras letras y ubiquémoslo simplemente como un autor que, con todo y el peso de su fama a cuestas, casi siempre es disfrutable.
Sí, ya se que Diana o la cazadora solitaria no es una novedad editorial y que después de ella Fuentes ha escrito toneladas de páginas. Pero Pasos de Gutenberg, rebelde incurable, no se sujeta a los cánones que exigen a una columna de reseñas limitarse al pan recién horneado. Los vinos viejos son de excelente calidad y no se sorprenda usted si un día ve aquí reseñado El libro del buen amor del Arcipreste de Hita, escrito en el Siglo XII.
Diana o la cazadora solitaria es la novela más carnal de Fuentes y acaso la más descaradamente autobiográfica. Los personajes de la novela son una actriz llamada Diana Soren y un escritor mexicano que jamás se identifica, aunque todos sabemos que estamos leyendo la historia del breve y tórrido romance entre la actriz Jean Seberg y el mismísimo Carlos Fuentes. Fuera del nombre de la actriz, todo se ajusta a la realidad o al menos a la realidad desde el punto de vista de Fuentes. Diana, al igual Jean, es originara de Iwoa, tiene el pelo rubio y corto, los ojos de un gris azulado, protagoniza Juana de Arco, simpatiza con las Panteras Negras, filma un western en México y es señalada por el FBI. ¿Debe sorprendernos la sinceridad de Fuentes? ¿O acaso es un macho mexicano presumiéndonos sus conquistas? Porque vaya que tiene que presumir. Y es que basta ver las fotos de Jean Seberg para comprender por qué Fuentes se enamoró de ella. No es la suya una belleza convencional aunque esa mirada perfectamente inspira una novela de pasión extrema, como es la Cazadora solitaria. Y sí, la definición más simplista sería la de una novela donde se narran los goces e infiernos de un desenfrenado romance pasional. Un escritor mexicano conoce a una actriz estadounidense, viven una luna de miel de dos meses en un pueblo de Durango y se separan. Colorín colorado. Pero sucede que las narraciones de Fuentes son como los retablos barrocos o las pinturas de Diego Rivera. El romance del escritor y la actriz se convierte en una disertación sobre afinidades y conflictos en la relación binacional México- Estados Unidos, luteranismo y catolicismo, años 60, racismo, Vietnam, revueltas del 68, un ensayo en torno a la sexología y los rincones oscuros de la psique humana, el machismo, el feminismo, el cine, la literatura, la gramática, búfalos, indios, mapaches, Tina Turner, Luis Buñuel. Un mural autobiográfico donde nadie falta. Claro que si usted lo prefiere lo puede leer como novela erótica y por ahí no faltará el purista que quiera decir que cruzó las fronteras de lo pornográfico (¿acaso existe esa estúpida frontera moralista?) En suma y para andarnos sin rodeos, uno de mis libros favoritos de Fuentes. Vaya, por ahí se me hace que disfruto más de Diana como ensayo que como novela.
Diana o la cazadora solitaria
Carlos Fuentes
Alfaguara
Por Daniel Salinas Basave
danibasave@hotmail.com
dsalinas@frontera.info
Esto de la bibliofilia tiene algunos vicios incurables y Carlos Fuentes es uno de ellos. Es un placer un poco culpable, como tomarse una cerveza cuando uno quiere estar a dieta. Que si muy atrás quedaron los años de gloria de Aura y La región más transparente, que si en los últimos 30 años no ha escrito nada respetable, que si es un cacique de las letras mexicanas, bla, bla, bla. Detractores le sobran a Fuentes y amantes también. Dejemos de contemplar ese altar que lo coloca como el monstruo sagrado de la narrativa mexicana contemporánea o señor feudal de las nuestras letras y ubiquémoslo simplemente como un autor que, con todo y el peso de su fama a cuestas, casi siempre es disfrutable.
Sí, ya se que Diana o la cazadora solitaria no es una novedad editorial y que después de ella Fuentes ha escrito toneladas de páginas. Pero Pasos de Gutenberg, rebelde incurable, no se sujeta a los cánones que exigen a una columna de reseñas limitarse al pan recién horneado. Los vinos viejos son de excelente calidad y no se sorprenda usted si un día ve aquí reseñado El libro del buen amor del Arcipreste de Hita, escrito en el Siglo XII.
Diana o la cazadora solitaria es la novela más carnal de Fuentes y acaso la más descaradamente autobiográfica. Los personajes de la novela son una actriz llamada Diana Soren y un escritor mexicano que jamás se identifica, aunque todos sabemos que estamos leyendo la historia del breve y tórrido romance entre la actriz Jean Seberg y el mismísimo Carlos Fuentes. Fuera del nombre de la actriz, todo se ajusta a la realidad o al menos a la realidad desde el punto de vista de Fuentes. Diana, al igual Jean, es originara de Iwoa, tiene el pelo rubio y corto, los ojos de un gris azulado, protagoniza Juana de Arco, simpatiza con las Panteras Negras, filma un western en México y es señalada por el FBI. ¿Debe sorprendernos la sinceridad de Fuentes? ¿O acaso es un macho mexicano presumiéndonos sus conquistas? Porque vaya que tiene que presumir. Y es que basta ver las fotos de Jean Seberg para comprender por qué Fuentes se enamoró de ella. No es la suya una belleza convencional aunque esa mirada perfectamente inspira una novela de pasión extrema, como es la Cazadora solitaria. Y sí, la definición más simplista sería la de una novela donde se narran los goces e infiernos de un desenfrenado romance pasional. Un escritor mexicano conoce a una actriz estadounidense, viven una luna de miel de dos meses en un pueblo de Durango y se separan. Colorín colorado. Pero sucede que las narraciones de Fuentes son como los retablos barrocos o las pinturas de Diego Rivera. El romance del escritor y la actriz se convierte en una disertación sobre afinidades y conflictos en la relación binacional México- Estados Unidos, luteranismo y catolicismo, años 60, racismo, Vietnam, revueltas del 68, un ensayo en torno a la sexología y los rincones oscuros de la psique humana, el machismo, el feminismo, el cine, la literatura, la gramática, búfalos, indios, mapaches, Tina Turner, Luis Buñuel. Un mural autobiográfico donde nadie falta. Claro que si usted lo prefiere lo puede leer como novela erótica y por ahí no faltará el purista que quiera decir que cruzó las fronteras de lo pornográfico (¿acaso existe esa estúpida frontera moralista?) En suma y para andarnos sin rodeos, uno de mis libros favoritos de Fuentes. Vaya, por ahí se me hace que disfruto más de Diana como ensayo que como novela.