Grandeza Azulgrana
Hay equipos que huelen a inmortalidad. Este Barcelona campeón de Europa es uno de ellos. Seguro estoy que dentro de 10 o 20 años, si la aleatoriedad y mis paganas deidades nos dan vida, nos acordaremos de este Barcelona de Rijkard, especialmente popular en México por el factor Rafa Márquez. Aficionado como soy a la historia del futbol, se que añoraré a este Barcelona de la misma forma que añoro al Madrid de Hugo y al Milán de Gullit. Barcelona Este equipo azulgrana tiene casta, ya no digo de grande, sino de histórico. Vaya, hay campeones que ganan una copa porque alguien tiene que ganarla y otros, los menos, que parecen ganarla por destino divino, porque simplemente no hay en el escenario otro cuadro capaz de hacer sombra a su grandeza. Barcelona me hizo callar el hocico. Me la pasé presintiendo que alguien se interpondría en su camino y quedaría en su digno papel de campeón sin corona, pero mi profecía fue estúpida y desacertada.
Barcelona es línea por línea un equipazo. Es una oncena perfecta con una banca que en cualquier otro equipo haría las delicias. Jugador por jugador, línea por línea, no le veo puntos flacos. Aún recuerdo ese golazo de Koeman en Wembley que definió la copa de 1992 contra Sampdoria con ese Barcelona de Cruyff que me parecía el non plus ultra del futbol ofensivo, la resurrección de la naranja mecánica. Toda comparación es odiosa, pero creo que este Barcelona 2006 es aún mejor que el del 92.
Es un justo campeón de Europa, ni duda me cabe, pues es mejor equipo que Arsenal, más agresivo, más ambicioso, con una vocación depredadora. Sin embargo, algún mal saborcito me queda de esta final y ese es la expulsión del portero alemán Lehmann. Yo quería ver si Barcelona era capaz de batir a un arquero que dejó en 0 a Madrid, a Juventus y a Villarreal. Quería ver si Barcelona era capaz de batir a once del Arsenal con su portero titular, a mi juicio uno de los mejores del mundo. Esa expulsión, que por demás fue justa, me deja un mal saborcito de boca.
Toda final que se resuelve con voltereta se define como espectacular. Ir perdiendo 1-0 desde el primer tiempo y resolver en un par de minutos cuando se entra a la recta final del partido es cosa de grandes. Arsenal, lógicamente, se había dado a la tarea de defender, que es algo que hace a las mil maravillas y seguro estoy que en la Sagrada Familia más de uno oró por un milagro, pues los demonios de la tragedia ya se paseaban por las Ramblas. El gol de Campbell tenía cara de matador, pero en el momento en que Eto,o clavó el empate no me quedó ninguna duda: Barcelona sería campeón. Es más, puedo jurarles que el gol de Belleti ni siquiera me resultó tan sorpresivo. El huracán azulgrana que se dejó venir tras la anotación del camerunés, hacía presentir que no habría tiempos extras ni penales. El aire apestaba a voltereta y el destino divino no quería contradicciones ni desgracias. Barcelona no sería el digno subcampeón o el campeón sin corona. Un segundo lugar sería un zapato que no quedaría en sus piernas sagradas.
Hay equipos que huelen a inmortalidad. Este Barcelona campeón de Europa es uno de ellos. Seguro estoy que dentro de 10 o 20 años, si la aleatoriedad y mis paganas deidades nos dan vida, nos acordaremos de este Barcelona de Rijkard, especialmente popular en México por el factor Rafa Márquez. Aficionado como soy a la historia del futbol, se que añoraré a este Barcelona de la misma forma que añoro al Madrid de Hugo y al Milán de Gullit. Barcelona Este equipo azulgrana tiene casta, ya no digo de grande, sino de histórico. Vaya, hay campeones que ganan una copa porque alguien tiene que ganarla y otros, los menos, que parecen ganarla por destino divino, porque simplemente no hay en el escenario otro cuadro capaz de hacer sombra a su grandeza. Barcelona me hizo callar el hocico. Me la pasé presintiendo que alguien se interpondría en su camino y quedaría en su digno papel de campeón sin corona, pero mi profecía fue estúpida y desacertada.
Barcelona es línea por línea un equipazo. Es una oncena perfecta con una banca que en cualquier otro equipo haría las delicias. Jugador por jugador, línea por línea, no le veo puntos flacos. Aún recuerdo ese golazo de Koeman en Wembley que definió la copa de 1992 contra Sampdoria con ese Barcelona de Cruyff que me parecía el non plus ultra del futbol ofensivo, la resurrección de la naranja mecánica. Toda comparación es odiosa, pero creo que este Barcelona 2006 es aún mejor que el del 92.
Es un justo campeón de Europa, ni duda me cabe, pues es mejor equipo que Arsenal, más agresivo, más ambicioso, con una vocación depredadora. Sin embargo, algún mal saborcito me queda de esta final y ese es la expulsión del portero alemán Lehmann. Yo quería ver si Barcelona era capaz de batir a un arquero que dejó en 0 a Madrid, a Juventus y a Villarreal. Quería ver si Barcelona era capaz de batir a once del Arsenal con su portero titular, a mi juicio uno de los mejores del mundo. Esa expulsión, que por demás fue justa, me deja un mal saborcito de boca.
Toda final que se resuelve con voltereta se define como espectacular. Ir perdiendo 1-0 desde el primer tiempo y resolver en un par de minutos cuando se entra a la recta final del partido es cosa de grandes. Arsenal, lógicamente, se había dado a la tarea de defender, que es algo que hace a las mil maravillas y seguro estoy que en la Sagrada Familia más de uno oró por un milagro, pues los demonios de la tragedia ya se paseaban por las Ramblas. El gol de Campbell tenía cara de matador, pero en el momento en que Eto,o clavó el empate no me quedó ninguna duda: Barcelona sería campeón. Es más, puedo jurarles que el gol de Belleti ni siquiera me resultó tan sorpresivo. El huracán azulgrana que se dejó venir tras la anotación del camerunés, hacía presentir que no habría tiempos extras ni penales. El aire apestaba a voltereta y el destino divino no quería contradicciones ni desgracias. Barcelona no sería el digno subcampeón o el campeón sin corona. Un segundo lugar sería un zapato que no quedaría en sus piernas sagradas.