La Historia ejerce una tracción irresistible, sobre todo si conecta con la capacidad de sorpresa de la infancia, con la escuela, con el descubrimiento. Esos textos y esas imágenes vuelven hacia ti, tiran de ti, te reclaman de nuevo.
Esta frase la escribe mi colega periodista español Miguel Leguineche, en el prólogo de su libro, El Viaje Prodigioso, que promete ser la mejor historia jamás contada de la aventura de Las Cruzadas. Parece que esas palabras me las sacó de la boca. Carajo, es exactamente lo que pienso en esta etapa de mi vida. Durante toda mi infancia y adolescencia leí Historia y literatura clásica. Sólo hasta los 16, 17 años empecé el camino de la literatura contemporánea y prácticamente me pasé la década de los veinte leyendo novedades editoriales becerros de oro contraculturales del Siglo XX. Al llegar a los 30, el mito del Eterno Retorno se consuma una vez más y me descubro feliz con los textos que me fascinaron en la infancia. Esto de las lecturas es con los antojos. A veces tu cuerpo pide lo salado, otras lo dulce. A veces vino, otras cerveza. Hoy mi cuerpo pide Historia. Desde un tiempo para acá me doy cuenta que ya no me llama la atención en lo más mínimo leer cosas como Letras Libres o La Tempestad.Se me hace el máximo templo del aburrimiento. Hoy me limito a coleccionar revistas de Historia, las mismas que de niño me hubieran fascinado. Cuando entro a las librerías nada ejerce más fuerte imán sobre mí que los libros sobre la Edad Media, Las Cruzadas, el Mundo Antiguo, las guerras napoleónicas. Al carajo con la literatura contemporánea. Ya no se me antoja, de verdad, ya me tiene hasta la madre. A veces leo los libros únicamente para seguir cumpliendo con la columna Pasos de Gutenberg. Si en este momento me exiliaran a una isla desierta, no me queda duda alguna sobre los libros que me llevaría conmigo.
Esta frase la escribe mi colega periodista español Miguel Leguineche, en el prólogo de su libro, El Viaje Prodigioso, que promete ser la mejor historia jamás contada de la aventura de Las Cruzadas. Parece que esas palabras me las sacó de la boca. Carajo, es exactamente lo que pienso en esta etapa de mi vida. Durante toda mi infancia y adolescencia leí Historia y literatura clásica. Sólo hasta los 16, 17 años empecé el camino de la literatura contemporánea y prácticamente me pasé la década de los veinte leyendo novedades editoriales becerros de oro contraculturales del Siglo XX. Al llegar a los 30, el mito del Eterno Retorno se consuma una vez más y me descubro feliz con los textos que me fascinaron en la infancia. Esto de las lecturas es con los antojos. A veces tu cuerpo pide lo salado, otras lo dulce. A veces vino, otras cerveza. Hoy mi cuerpo pide Historia. Desde un tiempo para acá me doy cuenta que ya no me llama la atención en lo más mínimo leer cosas como Letras Libres o La Tempestad.Se me hace el máximo templo del aburrimiento. Hoy me limito a coleccionar revistas de Historia, las mismas que de niño me hubieran fascinado. Cuando entro a las librerías nada ejerce más fuerte imán sobre mí que los libros sobre la Edad Media, Las Cruzadas, el Mundo Antiguo, las guerras napoleónicas. Al carajo con la literatura contemporánea. Ya no se me antoja, de verdad, ya me tiene hasta la madre. A veces leo los libros únicamente para seguir cumpliendo con la columna Pasos de Gutenberg. Si en este momento me exiliaran a una isla desierta, no me queda duda alguna sobre los libros que me llevaría conmigo.