?En aquellos tiempos pasados tan lejanos que no existía nadie, pues nadie se animaba a existirlos por lo muy solitarios que eran para toda la gente?. Macedonio Fernández.
En mi biblioteca no hay un solo libro de Macedonio Fernández. Todo lo que he leído atribuible a su enigmática pluma son fragmentos, citas, palabras prófugas. Y sin embargo, he leído páginas y más páginas de escritores argentinos hablando en torno al mito de Macedonio Fernández.
Oficialmente, se sabe que Macedonio nació de junio de 1874 ?en el seno de una familia de ascendencia, materia y potencia hispana, con muchas generaciones de americano?.
Pero el mismo se encarga de sembrar dudas en torno a su propio origen: ?Nací porteño y en un año 1873?, le escribía a Gómez de la Serna, pero en Papeles de Recienvenido aclara que ?era en 1875, año de la revolución de 74?.
?Sólo de todo amor se aman quienes jugaron antes de amar?, dice Macedonio en su poema Elena Bellamuerte, dedicado a su mujer, Elena de Obieta.quien falleció en 1917, año en que inicia la enigmática peregrinación de ese escritor casi ágrafo por oscuras pensiones en donde iba dejando su obra papelitos. Esta manía es retratada por Piglia en La ciudad ausente, una novela tributo a Macedonio y en Formas breves, sin duda el mejor ensayo que he leído sobre la literatura argentina. ¿Qué tendría ese escritor casi ágrafo que fue capaz de inspirar tanto a Borges y a Piglia? Vaya, sin ir más lejos: Macedonio es el Morelli de Cortázar que aparece en Rayuela.
En Lugar común La Muerte, Tomás Eloy Martínez señala que ?todavía resulta extraño que un escritor tan venerado como Macedonio desconfiara tanto de la literatura. Sin duda puso todo el genio de que estaba dotado en la meditación y en la búsqueda de algunas revelaciones eternas y vació el resto en cuadernos y papelitos, sin importar que lo entendieran o que su prosa adoleciera de excesos de follaje?.
Leopoldo Marechal (el mismísimo Adán Buenosayres pues) comparó alguna vez el destino de Macedonio con el de una mariposa. Dijo que uno y otra emitían resplandores que se apagaban en el acto mismo de desaparecer y que en ambos estaba representada la fragilidad del Universo. Salvo porque la mariposa es extremadamente móvil y porque Macedonio convirtió la inmovilidad en una forma de comportamiento, la semejanza es perfecta. En los dos ninguna experiencia es comparable al placer de exisitir y nada fuera de ese placer se justifica: Ni el comercio, ni los tormentos del trabajo ni mucho menos, los libros.
En Monterrey existía ( ¿o existe?)un escritor que se llamaba Macedonio. No recuerdo su apellido y para ser honesto, nunca leí nada de él. Sin embargo, era un ser harto conocido que acabó por transformarse en leyenda. Viejo, gordo, desaliñado y putísimo por vocación. Yo solía encontrarmelo muchas veces caminando por la Macroplaza o de noche deambulando por las calles del Barrio Antiguo. Era el poeta maldito de los regiomontanos y aunque nunca leí un poema suyo, me se de memoria las negras leyendas que se narraban en torno a su persona. Que alguna vez comulgó por el culo, que fue llevado a leer sus textos a una reunión de damas de la alta sociedad regia que lo echaron a patadas escandalizadas por el nivel de sus blasfemias, que vivió muchos años en Nueva York, que era la oveja negra de una aristocrática familia etc, etc. La cuestión es que como nunca en mi vida he visto una foto de Macedonio Fernández, cuando pienso en el escritor argentino, me lo imagino con la cara y el cuerpo de Macedonio el regio. Imagen totalmente falsa, pues Macedonio el argentino era flaco como un anacoreta y Macedonio el puto era panzón. Pero así es esto de las imágenes literarias. Uno nunca puede gobernarlas y Macedonio Fernández, me parece un personaje más literario que real.
En mi biblioteca no hay un solo libro de Macedonio Fernández. Todo lo que he leído atribuible a su enigmática pluma son fragmentos, citas, palabras prófugas. Y sin embargo, he leído páginas y más páginas de escritores argentinos hablando en torno al mito de Macedonio Fernández.
Oficialmente, se sabe que Macedonio nació de junio de 1874 ?en el seno de una familia de ascendencia, materia y potencia hispana, con muchas generaciones de americano?.
Pero el mismo se encarga de sembrar dudas en torno a su propio origen: ?Nací porteño y en un año 1873?, le escribía a Gómez de la Serna, pero en Papeles de Recienvenido aclara que ?era en 1875, año de la revolución de 74?.
?Sólo de todo amor se aman quienes jugaron antes de amar?, dice Macedonio en su poema Elena Bellamuerte, dedicado a su mujer, Elena de Obieta.quien falleció en 1917, año en que inicia la enigmática peregrinación de ese escritor casi ágrafo por oscuras pensiones en donde iba dejando su obra papelitos. Esta manía es retratada por Piglia en La ciudad ausente, una novela tributo a Macedonio y en Formas breves, sin duda el mejor ensayo que he leído sobre la literatura argentina. ¿Qué tendría ese escritor casi ágrafo que fue capaz de inspirar tanto a Borges y a Piglia? Vaya, sin ir más lejos: Macedonio es el Morelli de Cortázar que aparece en Rayuela.
En Lugar común La Muerte, Tomás Eloy Martínez señala que ?todavía resulta extraño que un escritor tan venerado como Macedonio desconfiara tanto de la literatura. Sin duda puso todo el genio de que estaba dotado en la meditación y en la búsqueda de algunas revelaciones eternas y vació el resto en cuadernos y papelitos, sin importar que lo entendieran o que su prosa adoleciera de excesos de follaje?.
Leopoldo Marechal (el mismísimo Adán Buenosayres pues) comparó alguna vez el destino de Macedonio con el de una mariposa. Dijo que uno y otra emitían resplandores que se apagaban en el acto mismo de desaparecer y que en ambos estaba representada la fragilidad del Universo. Salvo porque la mariposa es extremadamente móvil y porque Macedonio convirtió la inmovilidad en una forma de comportamiento, la semejanza es perfecta. En los dos ninguna experiencia es comparable al placer de exisitir y nada fuera de ese placer se justifica: Ni el comercio, ni los tormentos del trabajo ni mucho menos, los libros.
En Monterrey existía ( ¿o existe?)un escritor que se llamaba Macedonio. No recuerdo su apellido y para ser honesto, nunca leí nada de él. Sin embargo, era un ser harto conocido que acabó por transformarse en leyenda. Viejo, gordo, desaliñado y putísimo por vocación. Yo solía encontrarmelo muchas veces caminando por la Macroplaza o de noche deambulando por las calles del Barrio Antiguo. Era el poeta maldito de los regiomontanos y aunque nunca leí un poema suyo, me se de memoria las negras leyendas que se narraban en torno a su persona. Que alguna vez comulgó por el culo, que fue llevado a leer sus textos a una reunión de damas de la alta sociedad regia que lo echaron a patadas escandalizadas por el nivel de sus blasfemias, que vivió muchos años en Nueva York, que era la oveja negra de una aristocrática familia etc, etc. La cuestión es que como nunca en mi vida he visto una foto de Macedonio Fernández, cuando pienso en el escritor argentino, me lo imagino con la cara y el cuerpo de Macedonio el regio. Imagen totalmente falsa, pues Macedonio el argentino era flaco como un anacoreta y Macedonio el puto era panzón. Pero así es esto de las imágenes literarias. Uno nunca puede gobernarlas y Macedonio Fernández, me parece un personaje más literario que real.