El Día Nacional del Chayote
El 7 de junio es el Día Nacional del Viejo Periodismo. El Día del Chayote. La ocasión perfecta para que las rémoras y las alimañas carroñeras que se dicen practicantes de este noble oficio se den gusto regodeándose en las miserables gotitas de miel que les regala el poder.
La invitación que tengo en mi mano dice así: Daniel Salinas. Presente- Jorge Hank Rhon Presidente Municipal de Tijuana, tiene el placer de invitarlo a la cena en honor de los grandes comunicadores de la región. Día de la Libertad de Expresión. Martes 7:00. Palacio Municipal.
Por supuesto que no pienso acudir. Gracias por la invitación como quiera. Se agradece que piensen que soy tan pordiosero, corrupto e indigno como los puercos que se dicen mis colegas. No culpo a los políticos. Culpo a los periodistas. Los políticos, sean del partido que sean, han tenido siempre la consigna de comprar voluntades, asegurarse plumas dóciles, reporteros debidamente domesticados y serviles, perfectos tarados que a cambio de sentirse un poquito importantes cenando con el Presidente son capaces de eructar cualquier clase de alabanzas y callarse el hocico ante cualquier irregularidad. Los políticos están en su papel. Lo indignante son los periodistas, emocionados con la sola idea de sentirse agasajados por el poderoso y sonreír ruborizados como una vieja puta de congal que recibe flores de su cliente. Reporteros que irán con sus aires de importancia a tratar de olvidar por una noche su condición de pordioseros del poder, a empedarse mientras el Presidente habla de respeto a la Libertad de Expresión y les manda, sin ningún compromiso, regalitos a sus mesas. Ya los quiero ver, a los directores de los viejos periódicos y a los pasquineros, a reporteros y fotógrafos, chapoteando en los miasmas narcisísticos de su pendejez, aceptando los regalos y el pisto. Y nadie pensará por supuesto en los colegas muertos o desaparecidos, en aquellos que quisieron ir un poquito más lejos en el ejercicio de esa cosa que llaman libertad de expresión y que el 7 de junio se transforma en un cliché miserable, un pretexto de baja estofa para agasajar a las sangujuelas de la pluma.
El Gobierno no tiene por que agasajar comunicadores. No es su papel. Los ciudadanos no le pagan impuestos para eso. Sin embargo, este tipo de cenas son la apoteosis de los viejos periodistas, de las decrépitas momias de la comunicación que se han forjado al amparo del maridaje con el poder. Lo peor es que mi posición es vista como un acto de pedantería, una odiosa pose de renegado. Lo más ridículo es que lo más normal para el viejo periodismo es acudir a la fiesta, dejarse mimar y consentir por los poderosos y recibir, como buenas rémoras que son, migajas de su poder. ¿A qué carajos voy? ¿A sentarme a la mesa con los chayoteros profesionales? ¿Con los hijitos del marrano evasor de impuestos hoy metido a diputado? ¿A escuchar halagos pretenciosos? Váyanse al carajo. Conmigo no cuentan. En casa beberé mejores vinos que los que puedan ofrecerme. Yo no pertenezco al gremio. Al menos no a ese gremio tan devaluado. En serio, pero resulta que no somos iguales.
El 7 de junio es el Día Nacional del Viejo Periodismo. El Día del Chayote. La ocasión perfecta para que las rémoras y las alimañas carroñeras que se dicen practicantes de este noble oficio se den gusto regodeándose en las miserables gotitas de miel que les regala el poder.
La invitación que tengo en mi mano dice así: Daniel Salinas. Presente- Jorge Hank Rhon Presidente Municipal de Tijuana, tiene el placer de invitarlo a la cena en honor de los grandes comunicadores de la región. Día de la Libertad de Expresión. Martes 7:00. Palacio Municipal.
Por supuesto que no pienso acudir. Gracias por la invitación como quiera. Se agradece que piensen que soy tan pordiosero, corrupto e indigno como los puercos que se dicen mis colegas. No culpo a los políticos. Culpo a los periodistas. Los políticos, sean del partido que sean, han tenido siempre la consigna de comprar voluntades, asegurarse plumas dóciles, reporteros debidamente domesticados y serviles, perfectos tarados que a cambio de sentirse un poquito importantes cenando con el Presidente son capaces de eructar cualquier clase de alabanzas y callarse el hocico ante cualquier irregularidad. Los políticos están en su papel. Lo indignante son los periodistas, emocionados con la sola idea de sentirse agasajados por el poderoso y sonreír ruborizados como una vieja puta de congal que recibe flores de su cliente. Reporteros que irán con sus aires de importancia a tratar de olvidar por una noche su condición de pordioseros del poder, a empedarse mientras el Presidente habla de respeto a la Libertad de Expresión y les manda, sin ningún compromiso, regalitos a sus mesas. Ya los quiero ver, a los directores de los viejos periódicos y a los pasquineros, a reporteros y fotógrafos, chapoteando en los miasmas narcisísticos de su pendejez, aceptando los regalos y el pisto. Y nadie pensará por supuesto en los colegas muertos o desaparecidos, en aquellos que quisieron ir un poquito más lejos en el ejercicio de esa cosa que llaman libertad de expresión y que el 7 de junio se transforma en un cliché miserable, un pretexto de baja estofa para agasajar a las sangujuelas de la pluma.
El Gobierno no tiene por que agasajar comunicadores. No es su papel. Los ciudadanos no le pagan impuestos para eso. Sin embargo, este tipo de cenas son la apoteosis de los viejos periodistas, de las decrépitas momias de la comunicación que se han forjado al amparo del maridaje con el poder. Lo peor es que mi posición es vista como un acto de pedantería, una odiosa pose de renegado. Lo más ridículo es que lo más normal para el viejo periodismo es acudir a la fiesta, dejarse mimar y consentir por los poderosos y recibir, como buenas rémoras que son, migajas de su poder. ¿A qué carajos voy? ¿A sentarme a la mesa con los chayoteros profesionales? ¿Con los hijitos del marrano evasor de impuestos hoy metido a diputado? ¿A escuchar halagos pretenciosos? Váyanse al carajo. Conmigo no cuentan. En casa beberé mejores vinos que los que puedan ofrecerme. Yo no pertenezco al gremio. Al menos no a ese gremio tan devaluado. En serio, pero resulta que no somos iguales.