Eterno Retorno

Wednesday, February 16, 2005

Eterno Retorno no está muerto ni ha pretendido suicidarse. Sería bueno decir que estaba de parranda, pero por desgracia no es así. Más bien su autor ha estado en extremo ocupado, empeñando su existencia en los turbulentos océanos del calumniaje político. Con decirles que estas líneas las escribo desde el Palacio Municipal, en donde pasó más horas que en mi propia casa.



Comprar un carro

Nunca he sido el mejor amigo de los carros. Tampoco pienso demasiado en ellos. Hay quienes dedican muchas horas de su vida y su conversación a los vehículos que nunca tendrán. Para la burguesía y la siempre acomplejada clase media el carro es algo más que un símbolo. En una carrosería de lámina y cuatro ruedas yacen los complejos de superioridad, aristocracia y buen linaje de millones de familias. Por lo que a mí respecta, ya he dicho que casi no pienso en ellos. Nada se de marcas, modelos y funciones. Se que los carros se dividen en automáticos y de cambios y párele de contar. A menudo desconozco sus nombres. A diferencia de actos como la lectura, la escritura y los viajes que son para mí fines en sí mismos, el tener un carro es para mí la máxima expresión de un medio. Un vehículo es sólo eso, un medio para ir de un lugar a otro tan rápido como sea posible. Sin embargo, en el diccionario de complejos clasemedieros, el carro es el non plus ultra del fín, no del medio. Se trabaja, se suda la gota gorda, se contraen deudas impagables con el fin de tener un buen carro que envidien los vecinos. Ya he dicho que si yo viviera en una ciudad como Madrid, París o incluso el DF con un gran sistema de transporte público, yo podría prescindir de tener un carro de la misma forma que podría prescindir de una tele en casa si no fuera por el futbol. Pero da la casualidad que vivo en Tijuana, la capital mundial del mal transporte, en donde un recién llegado lo primero que hace es comprarse un carro en 400 dólares antes de comprar un pan frío para comer o conseguir un tecurucho donde vivir. Yo amo caminar, pero Tijuana no es una ciudad de a píe. Por si fuera poco, habitamos en medio de una carretera federal, a donde no se puede llegar de otra manera, a menos que tuviera un día eterno para pasarlo caminando. Así las cosas, tras esta exposición de motivos iré al grano: Carol y yo hemos comprado otro carro. En verdad lo necesitábamos. Era ya una urgencia impostergable. Aunque habíamos dicho que compraríamos un carro pequeño, compactito, ahorrador de gasolina, hicimos todo lo contrario, pues aunque poco sabemos de la materia, a ambos nos gustan más los carros grandes y fuertes. Así las cosas, nos decidimos por una Rodeo Isuzu de color blanco. El proceso de ir conociendo un carro es casi tan complicado como el de ir conociendo a una mujer. Como cuando acabas de iniciar un noviazgo en secundaria, tienes que ir familiarizándote poco a poco con las manías, gustos y obsesiones de la chica y debes encontrar la forma de tratarla. No hay mejor carro que el que uno conoce a la perfección. Un carro desconocido es un estuche de sorpresas. Esperemos que la Rodeo no nos saque muchos ases bajo la manga y se transforme en una buena amiga y no caiga en las manos de los amigos de lo ajeno, con afán de que la relación que ayer inició, sea tan fructífera y duradera como la que llevamos con nuestra fiel y aguantadora Jimmy.