Navidades
En los últimos once años, sólo he pasado una Navidad con mis padres: La de 1996, cuando regresé a casa después de estar más de siete meses fuera del país. La primera Navidad que pasé lejos de la familia fue la de 1994, aquella fatídica del Error de Diciembre, que pasé en casa de mi amigo Salvador Adame en Tecamachalco. La siguiente, la de 1995, la pasé en la sierra de Chihuahua, en el pueblo de Baborigame, una aldea de tepehuanes, en la misión de un sacerdote jesuita (sí señores, aunque ustedes no lo crean este radical ateo tiene muy buenos amigos dentro del clero) Esa Navidad con los tepehuanes fue la más bonita Navidad de mi vida adulta. De niño todas las navidades son mágicas, pero de adulto te acuerdas de muy pocas. Esa de 1995 en Baborigame fue inolvidable. Un pueblo helado, al que sólo podías llegar en avioneta, en medio de la sierra. Si en algún momento de mi vida me he hablado de tú con lo sagrado, fue en ese viaje.
En 1996, como ya he dicho, llegué a casa de mis padres luego de viajar por tierra desde Boston hasta Monterrey, haciendo estratégicas paradas en las más bellas ciudades de la Costa Este. En 1997 la Navidad la pasé con mi amigo Jopyrrako Montero en el ruedo de Real de 14 cagándonos de frío y mirando estrellas. Y desde 1998 hasta las fecha, todas las navidades han sido bajacalifornianas y no tijuanenses por cierto, sino rosaritenses. Las últimas siete navidades de mi vida, contando la de mañana, si es la Santísima Muerte me da vida, las he pasado en el Municipio de Playas de Rosarito en algo que ya se ha transformado en una linda tradición. Y en algo que ya se está volviendo también una tradición, los fines de año son con mi familia, allá al píe del Cerro de las Mitras.
En los últimos once años, sólo he pasado una Navidad con mis padres: La de 1996, cuando regresé a casa después de estar más de siete meses fuera del país. La primera Navidad que pasé lejos de la familia fue la de 1994, aquella fatídica del Error de Diciembre, que pasé en casa de mi amigo Salvador Adame en Tecamachalco. La siguiente, la de 1995, la pasé en la sierra de Chihuahua, en el pueblo de Baborigame, una aldea de tepehuanes, en la misión de un sacerdote jesuita (sí señores, aunque ustedes no lo crean este radical ateo tiene muy buenos amigos dentro del clero) Esa Navidad con los tepehuanes fue la más bonita Navidad de mi vida adulta. De niño todas las navidades son mágicas, pero de adulto te acuerdas de muy pocas. Esa de 1995 en Baborigame fue inolvidable. Un pueblo helado, al que sólo podías llegar en avioneta, en medio de la sierra. Si en algún momento de mi vida me he hablado de tú con lo sagrado, fue en ese viaje.
En 1996, como ya he dicho, llegué a casa de mis padres luego de viajar por tierra desde Boston hasta Monterrey, haciendo estratégicas paradas en las más bellas ciudades de la Costa Este. En 1997 la Navidad la pasé con mi amigo Jopyrrako Montero en el ruedo de Real de 14 cagándonos de frío y mirando estrellas. Y desde 1998 hasta las fecha, todas las navidades han sido bajacalifornianas y no tijuanenses por cierto, sino rosaritenses. Las últimas siete navidades de mi vida, contando la de mañana, si es la Santísima Muerte me da vida, las he pasado en el Municipio de Playas de Rosarito en algo que ya se ha transformado en una linda tradición. Y en algo que ya se está volviendo también una tradición, los fines de año son con mi familia, allá al píe del Cerro de las Mitras.