Eterno Retorno

Wednesday, September 01, 2004

Otra tarde

La nostalgia llega así, sin tocar puertas, como una ráfaga de viento, improbable, filosa. Creo que aveces buceo en el fondo del desvarío. Mis pensamientos son el templo de la incoherencia y el tiempo un albur, un puño de arena mojada siempre diluyéndose.

Los fantasmas que danzan en mi cerebro nunca dejan sobre mi piel algún vestigio de su sangre. En este delirio parece no existir el sentido del tacto ni son capaces los ojos de descifrar la forma. Hoy estoy muy cerca de la frontera entre el deseo y la nada.

Caigo en la cuenta de que la fantasía gobierna y la realidad tan solo sirve de cimiento y pretexto. Las cosas no son en sí mismas, sino la ilusión que de ellas se tenga y dichas ilusiones ¿pueden ser calificadas de falsas? ¿Que tan absoluto, que tan verdadero es el instante?

La realidad alimenta, proporciona el material y acaso finge ser la depositaria del ideal último, pero al final siempre quiere ser evadida, transfigurada, convertida en algo. En algunos casos se vuelve una obra de arte y en la mayoría va al cementerio de los sueños e ilusiones, a escribir la historia universal de lo que pudo ser.

Trato de imaginar sí pudiéramos escribir la biografía interior de las personas, la historia de sus sueños. Acaso podría llegar a ser literaria la más intrascendente de las vidas. No sé porque medito tanto sobre esto últimamente y no sé si llegaré a algún lugar tratando de explicarlo.

Esta ciudad trasciende en la medida que la imagino como otra ciudad, o me acerco a dibujarla como se encuentra en la mente del extranjero que nunca la ha visto o la ve por primera vez. La vida misma trasciende y se consuma en la medida que es contemplada bajo la mirada del otro, el yo sin este nombre, el yo sin circunstancias ni entorno. ¿Será esta la otredad que alucinaron Borges y Paz? (por cierto mi computadora subraya en rojo la palabra otredad, pues como buena computadora que es, desconoce todo aquello que sea abstracto y me pide a gritos que la alimente de conceptos concretos)



Al final de sus días, Tolstoi vio en la literatura una maldición y la convirtió en el más obsesivo objeto de su odio. Y entonces renunció a escribir, porque dijo que la escritura era la máxima responsable de su derrota moral. Y una noche escribió en su diario la última frase de su vida, una frase que no logró terminar: Fais ce que dois, advienne que pourra (Haz lo que debes pase lo que pase)
En la fría oscuridad que precedió al amanecer del 28 de octubre de 1910, Tolstoi, que contaba con 82 años de edad y era en aquel momento el escritor más famoso del mundo, salió sigilosamente de su ancestral hogar en Yásnaia Poliana y emprendió su último viaje. Había renunciado para siempre a la escritura y, con el extraño gesto de su huída, anunciaba la conciencia moderna de que toda literatura es la negación de si misma.
Lo anterior lo escribió Vila ?Matas y entonces yo, con una hermosa edición de Guerra y Paz sobre mi escritorio, me preguntó cómo es que alguien que amó tanto el acto de escribir pudiera huir de la escritura de esa manera. 637 páginas en letra muy pequeña tiene mi edición. Quince partes y un epílogo dividen la obra. La parte que tiene menos capítulos es el Epílogo, con quince. La que más, la décima, con 35. Más de 500 personajes desfilan por sus páginas. Sólo un verdadero enamorado de la literatura puede entregarse a escribir una obra tan monumental. Tolstoi escribió Guerra y Paz de 1863 a 1869. Tiempos después, de 1873 a 1877, se entregó a la escritura de Ana Karenina. Recuerdo el invierno de 1995, sentado en el asiento de un tren chihuahuense, leyendo Ana Karenina rodeado por la inmensidad nevada de la Sierra Tarahumara. Recuerdo lo mal que me caía el conde Wronsky, lo apetecible que me resultaba Kitty Chebrasky (toda una Anita Kurnikova sin duda) la hermosa elegancia de Ana Karenina, la metafísica rural de Constantine Levine. Honor a quien honor merece. Gloria eterna al Gran Conde de Yásnaia Poliana.


Traigo vibra de Siglo XIX, deseos de tener todo el tiempo del mundo para ponerme a leer Guerra y Paz, La comedia humana, Moby Dick, Madame Bobary. Ese Siglo XIX tan insultado por los modernos terorreicos y del que queramos o no, sigue amamantando la literatura contemporánea.


Hay estilos literarios involuntarios. Un ejemplo es Manuel Lomelí. Yo estoy seguro de que él no escribe así intencionalmente, pero en su narrativa, por más escatología y actitud políticamente incorrecta que se encuentre en cada párrafo, hay una innegable vibra clásica de Siglo XIX que sale a cada paso. Digamos un Guy de Maupassant con lenguaje coloquial.

Niebla (A petición de Andrés)

...Y la vida es esto, la niebla. No lo digo yo que conste, lo dice Unamuno. A grandes rasgos uno podría limitarse a decir que esta es la historia de la vida de Augusto Pérez y punto. Un hombre que se enamora y es traicionado. Un hombre que se la pasa monologando y auto cuestionándose a lo largo de todo el relato. Vida pasión y muerte de un personaje absolutamente quijotesco, un caballero andante. Niebla es el mejor complemento del Quijote para no ir más lejos y si buen Eugenia es corpórea y Dulcinea no, Augusto es un hidalgo, romántico, idealista y rebelde ante su condición. Al igual que Cervantes, Unamuno dota a su novela de pequeñas noveletas aparentemente inconexas. La historia de Rosarito es la primera en ser insertada Pero la trascendencia de Niebla está en su juego literario. Niebla es la rebelión del personaje contra el autor. Bueno, de hecho la novela tiene dos autores: Miguel de Unamuno y Víctor Goti. Los dos están escribiendo sobre Augusto Pérez y entre ellos pelean. Pero al mismo tiempo Augusto Pérez se libera y nos regala inolvidable monólogos interiores, comparables a los de Joyce y Faulkner. En fin, creo que es mejor que me ponga a releer la novela. Unamuno, simplemente, no tiene desperdicio.


No soy un ser que caiga simpático a la primera. De hecho, seamos honestos, suelo caer bastante mal cuando la gente me conoce (y a algunos les caigo peor cuando me conocen bien).
Dicen que tengo una forma o acaso un tono de expresión que me hace parecer prepotente. A menudo nos sucede a los regios y con más frecuencia a los sonorenses. Tanta sequedad, la ausencia de los diminutivos en el lenguaje y contraste total con esa amabilidad cantadita tan propia de los chilangos nos hace parecer hoscos y encabronados.
Hoy por la mañana fui a entrevistar a los abogados de un corporativo. Como consecuencia de mi tono de voz, mi actitud no verbal, la forma en que miro a la gente o vaya usted a saber por qué carajos, tuve un pequeño altercado con el guardia que debía darme mi tarjeta para ingresar al edificio. Me dijo que si estaba enojado, que si yo lo hacía menos, que todos en el mundo somos iguales, que por favor tuviera un poco de educación. Honestamente, aún no se qué carajos le dije que lo pudiera ofender.


Filosofía de empresa

La cultura empresarial y sus términos me generan una sacramental repulsión. Ya que te topas con tipejos que usan términos como áreas de oportunidad, estándares de calidad, plena satisfacción al cliente... aguas, mi foco rojo se prende. Me dan risa los corporativos. Enmarcan ridículas cartulinas en donde aparece la misión, visión y ... oh terror, la filosofía de su empresa, misma que repiten como mantra. Filosofía, hágame usted el pinche favor. Que bajo ha caído ese concepto. ¿Que dirían Platón, Hegel, Kant, Schopenhauer al ver la filosofía reducida a la ridícula perorata robótica de unos codiciosos capitalistas? Y luego lees su super filosofía y generalmente te atascas frases rimbombantes como - dar plena satisfacción a nuestros clientes y ofrecer estándares de calidad total que consoliden nuestro liderazgo y calidad humana...?, Putísima madre. Ahí les encargo la filosofía. A menudo esa clase de tipejos, con la cabeza infestada por el catecismo Itesm, son seres que leen a Miguel Ángel Cornejo, a Paulo Cohelo, que acuden a seminarios de liderazgo, competitividad, calidad humana y empresarial y cuya experiencia más bohemia consiste en beber una Tecate light mientras escuchan un disco de Ricardo Arjona o de Nicho Hinojosa. Puuuaaaggghhh.


14-0

El 26 de mayo de 1946, un infeliz equipito llamado rayados de Monterrey fue a jugar al Puerto de Veracruz y regresó con catorce goles en contra. Así como lo oyen. Un contundente 14-0 le recetaron los Escualos Rojos a los miserables rayaditos. Hasta la fecha esa ha sido la mayor goleada en la historia del futbol mexicano profesional. Sobra decir que me encanta la idea de que sea la basura rayada quien arrastre a cuestas el honor de ser el destinatario de la mayor lluvia de cuero.