Incluyo aquí mis comentarios sobre cada uno de los textos publicados en http://www.hipertextos.blogspot.com
Aclaro que cuando me dedico a tallerear, comento sobre textos, conjuntos de letras, puntos y comas, sin rostro y sin nombre. Aquí no tengo amigos ni enemigos, sólo letras.
Comentarios Hipertextos
La tarde asoleaba apenas de Claudia Alamina.
Es de esos textos que así nada más de primera oída uno adivina que lo escribió una mujer. Y no, no soy sexista, pero este texto no lo escribe un hombre. Apesta a perfume femenino. En lo personal, creo que bien valdría la pena manejar todo el texto en presente. Las tres intervenciones textuales, que son (supongo) el monólogo interno de la propia Xica son en presente y creo que sería un texto mucho más armónico y dinámico si continuara en su apuesta por ese tiempo. Poesía en estado casi puro.
Carro gris frente a la casa de Fausto Ovalle.
De entrada, confieso mi debilidad ante el uso de la segunda persona. Para mí es un lenguaje con muchísima fuerza, un chingazo al que pocos lectores pueden sustraerse. Tal vez por ello hubiera esperado un desenlace durísimo, azotado a la cara del lector, en esa misma segunda persona y no esa apuesta repentina y acaso forzada por la tercera persona luego de esa bien lograda y mínima interrupción de la llamada 066. Si empezaste el texto hablándome a mí, ciérralo de la misma forma.
Tres novelas en torno a la metafísica de una puerta Daniel Salinas.
¿Pero quién carajos se cree el autor para aburrirnos de esa forma? ¿Invoca a Proust, a Joyce y a Mann para que arrojen líquido sobre la espantosa sequía de su mente? Ante su incapacidad creativa y el inocultable bloqueo que padece su imaginación, enajenada por verduleros sainetes periodísticos de poca monta, matazones del narco y deberes burocráticos de reportero, el autor apuesta por salirse con una fórmula facilona que no engaña a nadie.
Levitra de Juan Carlos Reyna.
Evidente deseo de apostar por una experimentación anárquica. Del verso sin esfuerzo a la voz en off y la ambientación de cortometraje. Al cosmos se opone el caos y si en 150 palabras se puede crear un microcosmos, el autor casi, pero casi, logra crear un macrocaos. He llegado a pensar que en el futuro la literatura será un inmenso paréntesis y sólo unas cuantas, poquísimas letras contables con los dedos, quedarán fuera de él.
Sin título, AJ.
Tal vez sea por el hecho de que en periodismo debo pasármela dando explicaciones al lector, por lo que he tomado cierta distancia con los textos explicativos. Por desgracia, este texto abusa de las explicaciones. Son muy pocas 150 palabras para desperdiciarlas en argumentos y en un primer párrafo al que quisiera creer intencionalmente largo. Pero bueno, lo entiendo como una reflexión, un auto cuestionamiento, acaso una perorata, pero no necesariamente una narración.
Lista? Omar Pimienta.
Si en un texto abogué por la continuidad de la segunda persona, en este me transformo en abogado defensor de la continuidad del diálogo. Me hubiera gustado ver la habilidad del autor soltando las amarras a sus personajes y dejándolos que ellos y sólo ellos hablen. El autor inicia de manera convincente con un diálogo que rompe de manera abrupta y cuando toma el control de sus personajes (vaya incurable vicio de los narradores) el texto pierde fuerza. Supongo que el bámonos es una suculenta ironía y no una falta de ortografía.
El umbral de José V.
De entrada, voy a confesar que estuve a punto de ponerle Umbral a mi malograda narración. El concepto umbral siempre me hace click. Aquí sí nos topamos con hábiles cambios de juego y lenguaje sin perder el ritmo. Comos esos laterales carrileros que meten pases que cruzan de lado a lado toda la cancha. Bien armadas las frases textuales, con un mínimo y discreto intervencionismo del autor que me parece más que justificable. Bien manejado el exceso de puntos y seguido y los contrastes de frases acaban por resultar sinfónicos. Una buena narración.
Vidrios de Alfonso Morcillo.
Vaya ritmo que de tan pulcro hasta resulta obsesivo compulsivo. Catorce frases cortas y contundentes conforman la narración. Rítmico y exacto como el traqueteo tartamudo de un AK 47 destrozando cristales, si bien la última frase, un poquito más larga que las otras, me rompe el buen ritmo logrado por una narración que en general goza de buena salud, como aquellos cuerpos que consiguen armonía en sus movimientos.
Culpando a la antropometría, Frida Landa.
Yo y mis miedos a los textos explicativos. Será que ante dos párrafos de un texto así, en mi diario oficio, siempre acabo o acaban por preguntarme ¿y quién es la fuente? ¿Cómo justificar todo aquello que me explicas? Aún así, un último párrafo de dura reflexión ontológica salva al texto. El problema es que cuando parece salvado, vuelve a suicidarse con el existía. ¿No sería mucho más potente existe? Ese existía es pavorosamente débil y falto de convicción.
La puerta nunca más volvió a cerrarse de Jorge Rueda.
Un texto que maneja con habilidad el factor sorpresa. Apostó por sorprender al lector y en definitiva ganó la apuesta. Siendo así, el lenguaje está más que justificado, si bien por ahí un mal uso de comas en una o dos frases. Cuando comienzas la lectura, imaginas que leerás la historia de una triste viuda enloquecida al estilo Rose for Emily de Faulkner, pero el narrador nos sorprende con una cama pública y una puerta intencionalmente abierta. Final feliz.
La pequeña heroicidad de un día, José V.
Bien logrado de punta a punta y no sólo por mi confesa debilidad hacia la segunda persona. El autor apuesta a desgajar el jugoso fruto de un movimiento mecánico y en apariencia cotidiano. Hay un coqueteo con la literatura fantástica y un evidente deseo de sembrar dudas en el lector. ¿Es un minusválido o en verdad existe una fuerza superior?
Sin título, Manuel Lomelí
De entrada, un reconocimiento a la imaginación. No cabe duda que cada quien se topa con los fantasmas que quiere cuando le enseñan el umbral de una puerta entreabierta, pero ni mi más alucinada pesadilla hubiera imaginado un rastro. Me fue inevitable no pensar en El Matadero, del argentino Esteban Echeverría, el cuento cumbre del romanticismo hispanoamericano, en plena dictadura de Juan Manuel de Rosas. Y no sólo por las vacas, sino por ese lenguaje tan adjetival del autor, por esa vocación de Siglo XIX que le brota hasta en el más majadero de los cuentos, aunque regio como soy, siempre sugiero tácticas de ahorro y a nuestro autor no le vendría mal ahorrar unos cuantos adjetivos.
Cinco minutos, SevenSie7e-
Eso es lo que yo llamo una buena administración de las 150 palabras. Un buen uso de la brevedad el de este autor y un interesante juego de dobleces con capacidad de sorpresa. Además de ser contundente, la segunda persona es una herramienta ideal cuando de brevedad se trata y unos toquecitos de evocación poética tampoco caen mal.
No te quites los lentes, Nanilkah.
Una lección del buen uso de la coma. Sabe usted, la coma puede ser su mejor amiga, nos dice la autora y bien administrada es una aliada excelente en casos de textos breves, en los que Venegas se mueve como pez en el agua. Un solo punto y seguido perdido en una alta mar de comas y los dos puntos colocados como antesala al epílogo perfecto, ese caprichito de amantes que pone la salsa al sabor del delicioso caldo erótico. Un cuento que en lo personal, me gustó.
La espera, Brenda García.
La autora apostó por la poesía y por una división en tres tiempos marcados por el último verbo de su trilogía de angustia: Primero se agita, luego grita y al final, (pleasure, little pleasure) gime. Apuesta por el lenguaje poético y podría decir que gana si no es por el como si fueran, estorboso a cualquier intento de metáfora. Si de metaforizar se trata, liberemos a la imagen del como si...De cualquier manera, el ritmo es casi matemático.
Su prometido, Conflictiva.
Tal vez un punto y seguido en lugar de una coma en el primer párrafo, hubiera salvado el ritmo de la narración que se sobrecarga por la repetición de blanca. El punto fuerte de la narración es el uso de dos breves frases textuales que irrumpen al final del texto. Tal vez las mismas frases con otro orden... o quien sabe, tal vez cortarle las cadenas a los personajes y dejarlos ser.
Traición, Julio Salinas.
Hace falta tener habilidad y ritmo para cederle la responsabilidad de la voz cantante del texto a una misma palabra que se repite sin romper en ningún momento la sinfonía. El único texto que le declaró la guerra total a los puntos y que los exilio sin contemplaciones de su territorio, le cedió el peso de la narración a la palabra conforme, que en cualquier caso me parece mucho más musical que mientras.
Sin título, David Muñoz.
Si el uso de foto buscó evocarme la transformación del texto en pequeñas y rápidas diapositivas, cero que estoy a punto de decir que el autor lo logró. La contemplación sin afán, una dosis de frivolidad, el happening puro y la historia universal de un instante.
Todas las tardes, Teresa.
Inevitable no pensar, al menos por el título de la obra y el nombre de la autora, en el catalán Juan Marsé y sus Últimas tardes con Teresa. Un buen ejercicio de diálogo interno, un fluir de esas palabras que están destinadas a no ser nunca pronunciadas ¿Cuántos encuentros silenciosos están cargados de palabras pronunciadas en la mente?
Esperando el miércoles, Manuel Ibarra.
Texto instante, texto fotografía. El aparente desenlace de una normalidad congelada, las pequeñas visiones cotidianas dueñas de pinceles capaces de dibujar sonrisas y hacer olvidar hambres, en perfecta sintonía con los elementos, brisa y sol, siempre prestos a modificar ánimos.
Sin título, Mestizo Tv.
Desterrar los puntos para ofrecer el trono a las comas puede ser un pacto fáustico con una estructura narrativa musical. Pero decretar el exilio de todo signo de puntuación sí que resulta arriesgado. La amenaza del ogro cacofónico se asoma de inmediato. Creo que el autor no tiene argumentos suficientes que justifiquen esa apuesta por la cacofonía y la inmolación inmisericorde de los signos de puntuación. Tal vez el juego de espejos por el que apuesta sólo admitía el lenguaje que fluye como sonido monocorde.
Las ambulancias de Tijuana son carruajes al paraíso, Juan Martínez.
Texto que apuesta por el factor misterio. Su fuerza radica en la incertidumbre sobre el ser de luz, que imaginamos irremediablemente transformado en un ser de oscuridad. La alucinación que desemboca en averno, el sueño que sólo las llamas infernales aciertan a interrumpir, aderezado con un título más que sugerente.
Sin título, Nadia Contreras.
Brevedad bajo palabra. Monterroso se moriría de envidia. El umbral de una puerta evoca eternidad y la eternidad cabe en una frase.
Rápida, Amanda.
El Eterno Retorno de la imagen poética, la metáfora como vehículo inagotable para justificar cualquier escape por repentino que sea. El fuego siempre es purificador. Al menos a mí siempre me seduce la imagen del ser transformado en llama.
Aclaro que cuando me dedico a tallerear, comento sobre textos, conjuntos de letras, puntos y comas, sin rostro y sin nombre. Aquí no tengo amigos ni enemigos, sólo letras.
Comentarios Hipertextos
La tarde asoleaba apenas de Claudia Alamina.
Es de esos textos que así nada más de primera oída uno adivina que lo escribió una mujer. Y no, no soy sexista, pero este texto no lo escribe un hombre. Apesta a perfume femenino. En lo personal, creo que bien valdría la pena manejar todo el texto en presente. Las tres intervenciones textuales, que son (supongo) el monólogo interno de la propia Xica son en presente y creo que sería un texto mucho más armónico y dinámico si continuara en su apuesta por ese tiempo. Poesía en estado casi puro.
Carro gris frente a la casa de Fausto Ovalle.
De entrada, confieso mi debilidad ante el uso de la segunda persona. Para mí es un lenguaje con muchísima fuerza, un chingazo al que pocos lectores pueden sustraerse. Tal vez por ello hubiera esperado un desenlace durísimo, azotado a la cara del lector, en esa misma segunda persona y no esa apuesta repentina y acaso forzada por la tercera persona luego de esa bien lograda y mínima interrupción de la llamada 066. Si empezaste el texto hablándome a mí, ciérralo de la misma forma.
Tres novelas en torno a la metafísica de una puerta Daniel Salinas.
¿Pero quién carajos se cree el autor para aburrirnos de esa forma? ¿Invoca a Proust, a Joyce y a Mann para que arrojen líquido sobre la espantosa sequía de su mente? Ante su incapacidad creativa y el inocultable bloqueo que padece su imaginación, enajenada por verduleros sainetes periodísticos de poca monta, matazones del narco y deberes burocráticos de reportero, el autor apuesta por salirse con una fórmula facilona que no engaña a nadie.
Levitra de Juan Carlos Reyna.
Evidente deseo de apostar por una experimentación anárquica. Del verso sin esfuerzo a la voz en off y la ambientación de cortometraje. Al cosmos se opone el caos y si en 150 palabras se puede crear un microcosmos, el autor casi, pero casi, logra crear un macrocaos. He llegado a pensar que en el futuro la literatura será un inmenso paréntesis y sólo unas cuantas, poquísimas letras contables con los dedos, quedarán fuera de él.
Sin título, AJ.
Tal vez sea por el hecho de que en periodismo debo pasármela dando explicaciones al lector, por lo que he tomado cierta distancia con los textos explicativos. Por desgracia, este texto abusa de las explicaciones. Son muy pocas 150 palabras para desperdiciarlas en argumentos y en un primer párrafo al que quisiera creer intencionalmente largo. Pero bueno, lo entiendo como una reflexión, un auto cuestionamiento, acaso una perorata, pero no necesariamente una narración.
Lista? Omar Pimienta.
Si en un texto abogué por la continuidad de la segunda persona, en este me transformo en abogado defensor de la continuidad del diálogo. Me hubiera gustado ver la habilidad del autor soltando las amarras a sus personajes y dejándolos que ellos y sólo ellos hablen. El autor inicia de manera convincente con un diálogo que rompe de manera abrupta y cuando toma el control de sus personajes (vaya incurable vicio de los narradores) el texto pierde fuerza. Supongo que el bámonos es una suculenta ironía y no una falta de ortografía.
El umbral de José V.
De entrada, voy a confesar que estuve a punto de ponerle Umbral a mi malograda narración. El concepto umbral siempre me hace click. Aquí sí nos topamos con hábiles cambios de juego y lenguaje sin perder el ritmo. Comos esos laterales carrileros que meten pases que cruzan de lado a lado toda la cancha. Bien armadas las frases textuales, con un mínimo y discreto intervencionismo del autor que me parece más que justificable. Bien manejado el exceso de puntos y seguido y los contrastes de frases acaban por resultar sinfónicos. Una buena narración.
Vidrios de Alfonso Morcillo.
Vaya ritmo que de tan pulcro hasta resulta obsesivo compulsivo. Catorce frases cortas y contundentes conforman la narración. Rítmico y exacto como el traqueteo tartamudo de un AK 47 destrozando cristales, si bien la última frase, un poquito más larga que las otras, me rompe el buen ritmo logrado por una narración que en general goza de buena salud, como aquellos cuerpos que consiguen armonía en sus movimientos.
Culpando a la antropometría, Frida Landa.
Yo y mis miedos a los textos explicativos. Será que ante dos párrafos de un texto así, en mi diario oficio, siempre acabo o acaban por preguntarme ¿y quién es la fuente? ¿Cómo justificar todo aquello que me explicas? Aún así, un último párrafo de dura reflexión ontológica salva al texto. El problema es que cuando parece salvado, vuelve a suicidarse con el existía. ¿No sería mucho más potente existe? Ese existía es pavorosamente débil y falto de convicción.
La puerta nunca más volvió a cerrarse de Jorge Rueda.
Un texto que maneja con habilidad el factor sorpresa. Apostó por sorprender al lector y en definitiva ganó la apuesta. Siendo así, el lenguaje está más que justificado, si bien por ahí un mal uso de comas en una o dos frases. Cuando comienzas la lectura, imaginas que leerás la historia de una triste viuda enloquecida al estilo Rose for Emily de Faulkner, pero el narrador nos sorprende con una cama pública y una puerta intencionalmente abierta. Final feliz.
La pequeña heroicidad de un día, José V.
Bien logrado de punta a punta y no sólo por mi confesa debilidad hacia la segunda persona. El autor apuesta a desgajar el jugoso fruto de un movimiento mecánico y en apariencia cotidiano. Hay un coqueteo con la literatura fantástica y un evidente deseo de sembrar dudas en el lector. ¿Es un minusválido o en verdad existe una fuerza superior?
Sin título, Manuel Lomelí
De entrada, un reconocimiento a la imaginación. No cabe duda que cada quien se topa con los fantasmas que quiere cuando le enseñan el umbral de una puerta entreabierta, pero ni mi más alucinada pesadilla hubiera imaginado un rastro. Me fue inevitable no pensar en El Matadero, del argentino Esteban Echeverría, el cuento cumbre del romanticismo hispanoamericano, en plena dictadura de Juan Manuel de Rosas. Y no sólo por las vacas, sino por ese lenguaje tan adjetival del autor, por esa vocación de Siglo XIX que le brota hasta en el más majadero de los cuentos, aunque regio como soy, siempre sugiero tácticas de ahorro y a nuestro autor no le vendría mal ahorrar unos cuantos adjetivos.
Cinco minutos, SevenSie7e-
Eso es lo que yo llamo una buena administración de las 150 palabras. Un buen uso de la brevedad el de este autor y un interesante juego de dobleces con capacidad de sorpresa. Además de ser contundente, la segunda persona es una herramienta ideal cuando de brevedad se trata y unos toquecitos de evocación poética tampoco caen mal.
No te quites los lentes, Nanilkah.
Una lección del buen uso de la coma. Sabe usted, la coma puede ser su mejor amiga, nos dice la autora y bien administrada es una aliada excelente en casos de textos breves, en los que Venegas se mueve como pez en el agua. Un solo punto y seguido perdido en una alta mar de comas y los dos puntos colocados como antesala al epílogo perfecto, ese caprichito de amantes que pone la salsa al sabor del delicioso caldo erótico. Un cuento que en lo personal, me gustó.
La espera, Brenda García.
La autora apostó por la poesía y por una división en tres tiempos marcados por el último verbo de su trilogía de angustia: Primero se agita, luego grita y al final, (pleasure, little pleasure) gime. Apuesta por el lenguaje poético y podría decir que gana si no es por el como si fueran, estorboso a cualquier intento de metáfora. Si de metaforizar se trata, liberemos a la imagen del como si...De cualquier manera, el ritmo es casi matemático.
Su prometido, Conflictiva.
Tal vez un punto y seguido en lugar de una coma en el primer párrafo, hubiera salvado el ritmo de la narración que se sobrecarga por la repetición de blanca. El punto fuerte de la narración es el uso de dos breves frases textuales que irrumpen al final del texto. Tal vez las mismas frases con otro orden... o quien sabe, tal vez cortarle las cadenas a los personajes y dejarlos ser.
Traición, Julio Salinas.
Hace falta tener habilidad y ritmo para cederle la responsabilidad de la voz cantante del texto a una misma palabra que se repite sin romper en ningún momento la sinfonía. El único texto que le declaró la guerra total a los puntos y que los exilio sin contemplaciones de su territorio, le cedió el peso de la narración a la palabra conforme, que en cualquier caso me parece mucho más musical que mientras.
Sin título, David Muñoz.
Si el uso de foto buscó evocarme la transformación del texto en pequeñas y rápidas diapositivas, cero que estoy a punto de decir que el autor lo logró. La contemplación sin afán, una dosis de frivolidad, el happening puro y la historia universal de un instante.
Todas las tardes, Teresa.
Inevitable no pensar, al menos por el título de la obra y el nombre de la autora, en el catalán Juan Marsé y sus Últimas tardes con Teresa. Un buen ejercicio de diálogo interno, un fluir de esas palabras que están destinadas a no ser nunca pronunciadas ¿Cuántos encuentros silenciosos están cargados de palabras pronunciadas en la mente?
Esperando el miércoles, Manuel Ibarra.
Texto instante, texto fotografía. El aparente desenlace de una normalidad congelada, las pequeñas visiones cotidianas dueñas de pinceles capaces de dibujar sonrisas y hacer olvidar hambres, en perfecta sintonía con los elementos, brisa y sol, siempre prestos a modificar ánimos.
Sin título, Mestizo Tv.
Desterrar los puntos para ofrecer el trono a las comas puede ser un pacto fáustico con una estructura narrativa musical. Pero decretar el exilio de todo signo de puntuación sí que resulta arriesgado. La amenaza del ogro cacofónico se asoma de inmediato. Creo que el autor no tiene argumentos suficientes que justifiquen esa apuesta por la cacofonía y la inmolación inmisericorde de los signos de puntuación. Tal vez el juego de espejos por el que apuesta sólo admitía el lenguaje que fluye como sonido monocorde.
Las ambulancias de Tijuana son carruajes al paraíso, Juan Martínez.
Texto que apuesta por el factor misterio. Su fuerza radica en la incertidumbre sobre el ser de luz, que imaginamos irremediablemente transformado en un ser de oscuridad. La alucinación que desemboca en averno, el sueño que sólo las llamas infernales aciertan a interrumpir, aderezado con un título más que sugerente.
Sin título, Nadia Contreras.
Brevedad bajo palabra. Monterroso se moriría de envidia. El umbral de una puerta evoca eternidad y la eternidad cabe en una frase.
Rápida, Amanda.
El Eterno Retorno de la imagen poética, la metáfora como vehículo inagotable para justificar cualquier escape por repentino que sea. El fuego siempre es purificador. Al menos a mí siempre me seduce la imagen del ser transformado en llama.