Absoluta indiferencia
La liguilla sin los Tigres es un cielo sin estrellas, un bosque sin árboles, una mujer agria sin mayor gracia ni atributo.
No recuerdo una final del futbol mexicano que me sumiera en tal grado de apatía e indiferencia. No me pregunten a quién le voy. Me da exactamente lo mismo. Sí, me tomaré el tiempo para ver Chivas vs Pumas, pues intuyo que será un buen juego, pero no siento la más mínima emoción ni algún tipo de sentimiento que me haga sentir un poco de simpatía o siquiera franco rechazo hacia ese par de equipos sobrevalorados. La verdad de las cosas es que los dos me valen absolutamente madre y sus respectivas aficiones me generan un insoportable spleen. Tanto los aficionados de Chivas como los de Pumas parecen vivir para odiar al América, antes que para apoyar a sus equipos. Si las Águilas jugaran la final contra cualquiera de estos dos, sin duda las apoyaría, solo por el placer que me da ver a chivitas y pumas retorcerse el intestino de odio cada que pierden con los cremas de Televisa.
Por cierto que el 7 de junio de 1991 yo acudí al Estadio Olímpico México 68 a presenciar la última final que jugaron los Pumas y que ganaron con gol de Tuca Ferreti. Un gran juego. Gratos recuerdos de aquel hermoso verano del 91. Yo por mi parte espero con ansias el inicio de la Eurocopa de Naciones y no es por malinchismo, pero si el domingo el Inglaterra vs Francia se juega al mismo tiempo que el UNAM vs Chivas, mi atención se concentrará en tierras lusitanas. Chivitas y pumitas por mi se la pueden arrancar.
La pepena
¿Quieres darte un paseo por el Infierno? Fácil, te recomiendo que vayas al basurero municipal de Tijuana. Cuando el camión descarga sus desechos, podrás ver a más de 300 pepenadores arrojarse sobre los desperdicios de la misma forma que lo hacen los niños sobre los dulces que caen de la piñata rota.
La imagen de un hombre, o más aún de un niño que husmea con avidez entre los desperdicios, es uno de nuestros cuadros urbanos más apocalípticos y una de nuestras imágenes más socorridas cuando queremos hablar de miseria. Aún así, la pepena no es en términos económicos la más miserable de las actividades humanas. Aunque no me creo esos cuentos tan socorridos de pepenadores millonarios, lo cierto es que sus ingresos no son tan magros como los de un obrero de maquiladora. Eso sí, se tienen que sobar el lomo para juntar cuantas latas les sea posible. A nueves pesos el kilo de latas. Cada día sale un promedio de una tonelada de aluminio del basurero municipal. El plástico, el papel, el cartón, el cobre, la ropa, los juguetes y los aparatos viejos son igualmente apreciados. El desperdiciar es uno de los mandamientos de la sociedad capitalista. El hombre consagra su existencia a la materia que en poco tiempo se convertirá en un estorbo. El desperdicio es una de las liturgias favoritas del capitalismo En este ecosistema, los pepenadores son los carroñeros. Alguna vez, en el verano de 1996 en Massachussets, logré juntar en un día 36 dólares de pura lata, mismos que me fueron muy útiles para mi primer brinco al charco. Afuera de los supermercados, el Donelands concretamente, había maquinitas para aplastar latas. Esos dolaritos extra fueron la diferencia entre comer y no comer en ese primer viaje mochilero.
La liguilla sin los Tigres es un cielo sin estrellas, un bosque sin árboles, una mujer agria sin mayor gracia ni atributo.
No recuerdo una final del futbol mexicano que me sumiera en tal grado de apatía e indiferencia. No me pregunten a quién le voy. Me da exactamente lo mismo. Sí, me tomaré el tiempo para ver Chivas vs Pumas, pues intuyo que será un buen juego, pero no siento la más mínima emoción ni algún tipo de sentimiento que me haga sentir un poco de simpatía o siquiera franco rechazo hacia ese par de equipos sobrevalorados. La verdad de las cosas es que los dos me valen absolutamente madre y sus respectivas aficiones me generan un insoportable spleen. Tanto los aficionados de Chivas como los de Pumas parecen vivir para odiar al América, antes que para apoyar a sus equipos. Si las Águilas jugaran la final contra cualquiera de estos dos, sin duda las apoyaría, solo por el placer que me da ver a chivitas y pumas retorcerse el intestino de odio cada que pierden con los cremas de Televisa.
Por cierto que el 7 de junio de 1991 yo acudí al Estadio Olímpico México 68 a presenciar la última final que jugaron los Pumas y que ganaron con gol de Tuca Ferreti. Un gran juego. Gratos recuerdos de aquel hermoso verano del 91. Yo por mi parte espero con ansias el inicio de la Eurocopa de Naciones y no es por malinchismo, pero si el domingo el Inglaterra vs Francia se juega al mismo tiempo que el UNAM vs Chivas, mi atención se concentrará en tierras lusitanas. Chivitas y pumitas por mi se la pueden arrancar.
La pepena
¿Quieres darte un paseo por el Infierno? Fácil, te recomiendo que vayas al basurero municipal de Tijuana. Cuando el camión descarga sus desechos, podrás ver a más de 300 pepenadores arrojarse sobre los desperdicios de la misma forma que lo hacen los niños sobre los dulces que caen de la piñata rota.
La imagen de un hombre, o más aún de un niño que husmea con avidez entre los desperdicios, es uno de nuestros cuadros urbanos más apocalípticos y una de nuestras imágenes más socorridas cuando queremos hablar de miseria. Aún así, la pepena no es en términos económicos la más miserable de las actividades humanas. Aunque no me creo esos cuentos tan socorridos de pepenadores millonarios, lo cierto es que sus ingresos no son tan magros como los de un obrero de maquiladora. Eso sí, se tienen que sobar el lomo para juntar cuantas latas les sea posible. A nueves pesos el kilo de latas. Cada día sale un promedio de una tonelada de aluminio del basurero municipal. El plástico, el papel, el cartón, el cobre, la ropa, los juguetes y los aparatos viejos son igualmente apreciados. El desperdiciar es uno de los mandamientos de la sociedad capitalista. El hombre consagra su existencia a la materia que en poco tiempo se convertirá en un estorbo. El desperdicio es una de las liturgias favoritas del capitalismo En este ecosistema, los pepenadores son los carroñeros. Alguna vez, en el verano de 1996 en Massachussets, logré juntar en un día 36 dólares de pura lata, mismos que me fueron muy útiles para mi primer brinco al charco. Afuera de los supermercados, el Donelands concretamente, había maquinitas para aplastar latas. Esos dolaritos extra fueron la diferencia entre comer y no comer en ese primer viaje mochilero.