Por Daniel Salinas Basave
De entrada, hay que comenzar aclarando que ?También Berlín se olvida? será como un pez en las manos de todo aquel que pretenda sujetarlo dentro de la jaula de un género o definición.
Esta obra de Fabio Morabito se resiste a cualquier intento de
encasillamiento y si bien es un hecho que estamos ante literatura en estado puro, es mejor no intentar perder el tiempo en definiciones.
No estamos ante una novela, ni ante un conjunto de cuentos o un híbrido de ensayo y tiene altas dosis literarias como para reducirlo a una simple guía turística o a un simple intento de describir una ciudad con tientes poéticos.
Lo único que queda demasiado claro, es que el personaje principal, por no decir el único, de esta obra de Morabito se llama Berlín.
Una ciudad con sus infinitos misterios y particularidades basta y sobra para ser el único rostro de una obra.
Pues aunque existe por momentos un narrador en primera persona, que parece ser el mismo autor, su presencia es tan sutil, tan borrosa, que el lector jamás distrae su atención del objetivo único que es la ciudad. Esta urbe es desmenuzada por la pluma de Morabito que penetra en Berlín y lo desgaja como un fruta madura.
Los rostros berlineses de Morabito recuerdan los mejores párrafos de un Cortázar o un Arreola.
Narraciones en las que un hecho simple, real y en extremo cotidiano adquiere tintes fantásticos, filosóficos, terriblemente absurdos o cómicos. Al final, el lector queda con la impresión de haber tenido un entretenido paseo de poco más de 80 páginas por la capital de la Guerra Fría y yo, sin saber exactamente por qué, pensé demasiado en Tijuana.
De entrada, hay que comenzar aclarando que ?También Berlín se olvida? será como un pez en las manos de todo aquel que pretenda sujetarlo dentro de la jaula de un género o definición.
Esta obra de Fabio Morabito se resiste a cualquier intento de
encasillamiento y si bien es un hecho que estamos ante literatura en estado puro, es mejor no intentar perder el tiempo en definiciones.
No estamos ante una novela, ni ante un conjunto de cuentos o un híbrido de ensayo y tiene altas dosis literarias como para reducirlo a una simple guía turística o a un simple intento de describir una ciudad con tientes poéticos.
Lo único que queda demasiado claro, es que el personaje principal, por no decir el único, de esta obra de Morabito se llama Berlín.
Una ciudad con sus infinitos misterios y particularidades basta y sobra para ser el único rostro de una obra.
Pues aunque existe por momentos un narrador en primera persona, que parece ser el mismo autor, su presencia es tan sutil, tan borrosa, que el lector jamás distrae su atención del objetivo único que es la ciudad. Esta urbe es desmenuzada por la pluma de Morabito que penetra en Berlín y lo desgaja como un fruta madura.
Los rostros berlineses de Morabito recuerdan los mejores párrafos de un Cortázar o un Arreola.
Narraciones en las que un hecho simple, real y en extremo cotidiano adquiere tintes fantásticos, filosóficos, terriblemente absurdos o cómicos. Al final, el lector queda con la impresión de haber tenido un entretenido paseo de poco más de 80 páginas por la capital de la Guerra Fría y yo, sin saber exactamente por qué, pensé demasiado en Tijuana.