La Iglesia y el Ejército
Por azares del talacheo periodístico propio del día de guardia, la tarde del miércoles tuve que efectuar un par de coberturas que me llevaron a las puertas de las dos instituciones que fungen como karma de nuestra historia nacional. La Iglesia y el Ejército. Fue una mera y simple coincidencia que me hizo caer en repentinas meditaciones que no quise dejar pasar.
Por la tarde, debí corretear la información relativa al caso de un militar que fue baleado en el retén de Popotla por unos sujetos que le dispararon desde una camioneta. De entrada supe que enfrentaría una muralla de silencio. Ninguna institución en este país es tan hermética como el Ejército Mexicano. Por supuesto de los militares no obtuve una sola palabra de lo sucedido y todo lo que puede averiguar fue de rumores, versiones extra oficiales y no digas que yo te lo conté.
Por la noche, debí acudir a la sede del Seminario Diocesano a cubrir la fiesta de su director, quien cumplía 30 años de haber sido ordenado sacerdote. En este caso se trataba de una cobertura más que suave y amigable sobre un evento social en el que fui muy bien recibido. Aunque usted no lo crea, suelto tener buenas y amables conversaciones con los sacerdotes.
Al filo de la madrugada, mientras manejaba de regreso a casa escuchando un disco de Judas Priest, medité sobre la vocación y esencia de estas dos instituciones ancestrales, que tantos dolores de cabeza han dejado en las páginas de nuestra historia.
No es concebible la cultura humana sin la Iglesia y el Ejército. El guerrero y el sacerdote están presentes en las más primitivas civilizaciones y en todos los casos, encarnan una figura de poder, que exige respeto por fungir como cimiento y pilar de la civilización. Nuestra guerra de Reforma 1858-1860 y todo el movimiento liberal son la primera gran reacción mexicana de la cultura del librepensamiento en contra de la autocracia natural de estas instituciones. Pero la historia es larga y no pretendo enlistar aquí los incontables cuartelazos y asonadas militares que han bañado de sangre a México, ni la demencia irracional a la que el fervor religioso ha llevado al pueblo, como fue el caso de la Guerra Cristera o la rebelión de Tomochic.
Lo que medité es lo complicado que resulta incrustar en una democracia a dos instituciones que son por naturaleza antidemocráticas.
Ni un cadete del Colegio Militar ni un seminarista son educados en la cultura del librepensamiento, la duda, el cuestionamiento o la crítica, valores todos ellos propios de la Ilustración.
No se puede exigir transparencia, tolerancia y equidad a quien su formación le hizo acuñar conceptos contrarios a estos valores.
La Iglesia y el Ejército son instituciones donde la jerarquía es incuestionable y la obediencia absoluta es una virtud. Cuestionar o dudar son terribles defectos para el soldado o el sacerdote.
He convivido de cerca con algunos militares. Todos ellos personas cultas, preparadas, amables. Se que los mejores médicos e ingenieros están en el Ejército. Mi gran amistad con Carlos Macías, hijo de un militar de alto rango, me hizo conocer de cerca este medio. Incluso en alguna ocasión yo llegué a considerar convertirme en abogado militar. Respeto mucho al Ejército, pero creo que me es complicado hablar su mismo idioma, empezando por el hecho de que lo que para mí es un valor, para ellos es un defecto. Mi oficio es dudar, cuestionar, desenmascarar. El suyo obedecer, ejecutar y callar. Por ello a un soldado le resulta una insoportable falta de respeto que un reportero greñudo e insolente, armado con su cámara y su grabadora, le exija información sobre un soldado herido. Ellos no están acostumbrados a pedir explicaciones y les debe cagar de sobremanera que alguien se las exija.
Sobre la Iglesia no hablaré más. Ya muchas veces he expresado aquí mis creencias y quienes me conocen saben cuáles son mis sentimientos hacia el cristianismo. Con la edad me he vuelto más respetuoso y amigable. Soy un ateo que no cree en la existencia de ninguna deidad, pero provengo de una familia católica que respeta plenamente mis no creencias. Sin embargo, en el plano estrictamente político, siempre he considerado peligrosa la incursión de la Iglesia en los asuntos nacionales. El debate entre Umberto Eco y el cardenal de Milán Carlo María Marini incluido en Cinco escritos morales ilustra a la perfección estas meditaciones. Por lo pronto, creo que si algún improbable lector tuvo la mala fortuna de caer en este nuevo pantano de la cuna porquerioza, ya debió haberse quedado dormido hace mucho rato con tanto rollo estéril, así que en consideración, optaré por poner punto final.
Por algo existe el derecho canónigo y el derecho castrense